5. ¿Qué pasa con los Brunelli?

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Alguien me seguía. No logré distinguir su figura con exactitud. La noche en el bosque era demasiado sombría y oscura como para lograrlo. Me escondí detrás un árbol, pero fue tarde. Mierda me ha visto. Exhalé y continué adentrándome en el bosque, mientras mi respiración se desbocaba. Los arbustos iban formando un delgado pasillo, pero la salida se alejaba más y más y sentía que mis pies no avanzaban por mucho esfuerzo que pusiese. Mi corazón latió con fuerza. ¡Estoy acorralada! ¡Me atrapará! Entonces una mano delgada y fría tomó mi espalda...

—¡Olivia! ¡Olivia!

Solté un quejido de horror y abrí los ojos, casi saltando de la cama. Mamá estaba sentada a mi lado. ¡Por Dios, solo ha sido un sueño! Mi cuerpo temblaba y sudaba por completo.

—Tranquila... estás aquí. —Acarició mi cabeza y depositó un beso en la coronilla—. Perdón por despertarte de golpe, ¡pero ya es tarde! Alístate, te preparé el desayuno. Yo ya me voy al hospital, pero nos vemos en la tarde. Papá te ha dejado a Black —dijo, abandonando la habitación.

Asentí aun agitada, y sin emitir palabra me dirigí al baño. Sentía el rostro tenso y mi cabeza iba a estallar. Manera de empezar el día... El pánico de la persecución continuaba esparciéndose por mi sistema nervioso.

—Solo fue una pesadilla... —murmuré, cerrando los ojos.

Las gotas de agua fría caían sobre mi rostro, el baño consiguió apartar los recuerdos. Cuando salí de la ducha, miré el reloj el reojo.

—¡Puta madre, de verdad que es tarde!

Rebusqué en mis maletas y terminé por ponerme una pollera y zapatillas. Me puse la primera blusa que encontré, peiné mi pelo con los dedos, y acomodaba las cosas en la mochila mientras bajaba las escaleras a toda prisa.

—¡Nos vemos, abue! —cogí el sándwich que mamá me había dejado mientras descolgaba las llaves de Black: el viejo auto de la abuela.

—¡La puta que me parió! —gruñí aun con el sándwich en la boca, di un portazo con disgusto. El hijo de puta no arrancaba y la camioneta de Mérida ya no estaba—. Perfecto... —ironicé con la boca llena.

No quedaba más que caminar. Los árboles enmarcaban la avenida. Las ramas formaban un puente natural con el tono verde vivaz de sus hojas entrelazadas en el cielo. Nada había cambiado en Stenill.

Debí detenerme a un par de cuadras, estaba algo cansada. El sol ardía con ferocidad y hacía un tiempo considerable que no realizaba ejercicio... digamos estos últimos 17 años. Busqué mi botellón en el bolso y bebí un gran trago de agua mientras limpiaba el sudor de mi frente. El garaje de la casa donde me detuve se abrió. Un volvo negro encendió sus luces y me hice a un lado con rapidez. Noté que mis cordones se habían desajustado así que me detuve a anudarlos para poder continuar.

—¿Buscas otro accidente?

Esa voz...

Vi de reojo la casa y quise morirme. Aun de cuclillas alcé la vista, uno de mis ojos se entrecerró debido al sol. Luca lucía una sonrisa arrogante detrás de la ventanilla de conductor.

—No sabía que vivías tan cerca. —Si él no me recordaba, pues bien. También jugaría a ese juego—. Llego tarde, nos vemos... —me puse de pie y continué mi camino sin voltear.

El enojo de la noche anterior pareció volver a tomar posesión de mi cuerpo. No solo no había dormido una mierda, sino que ahora el idiota tendría otra cosa con la cual jactarse de que yo lo buscaba. ¡Su actitud es insoportable! Mi mandíbula se tensó en un instante y comencé a caminar cruzada de brazos sin darme cuenta.

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