Nota de alguien especial III.

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Alex.


Dejé a Max en la puerta de su casa. Mentí que debía volver a casa por unas cosas, y que luego nos veríamos allá. Max asintió y se dirigió a su propio coche. Me hubiese gustado ir a divertirme con mi amigo como el adolescente que era y ya. Al fin tenía uno, y era genuino, obviando el hecho de que le ocultaba ciertas cosas, pero mi padre me pedía con urgencia que volviera. Le dije a Max que mi padre estaba molesto conmigo y me pedía estupideces como cualquier padre te exige a cambio de dinero para salir. Max asintió risueño, seguro recordando a sus propios papás, pero yo sabía muy bien que no eran cosas de padre e hijo. Era trabajo. Tenía algo importante que comunicarme y no podía esperar.

¿Por qué no se lo decía a Luca y ya?

No. Yo era el mayor, por lo tanto, las responsabilidades recaían sobre mí. Pero hubiese preferido mil veces trabajar con extraños que con mi propia familia. Mientras conducía de vuelta, encendí un cigarro. Era uno de los pocos vicios que más paz en el mundo me daba. Estaba harto de la situación, pero no por eso iba a perderme de intentar vivir bien el resto que me quedara como lo hacía mi aburrido hermano menor.

Deseaba volver el tiempo atrás...

Cuando éramos unos simples niños...

Sin preocupaciones, sin rencores, sin nada de toda la mierda que nos consumía ahora.

Bajé del auto y pisé la colilla antes de entrar. La sala estaba helada, pero no me molestaba. Dejé las llaves en la mesa recibidora, donde las fotos de nuestra familia se disponían como un recordatorio firme e implacable del destino de nuestras almas. Las habíamos vendido, y aunque fuese el mismo infierno, estaba seguro de que lo hubiera vuelto a hacer.

—¿Papá? —Las luces de la casa estaban apagadas—. Estoy aquí.

—¡Baja, por favor!

Sabía que estaba allí. Pero quería un milagro... una salvación. Nunca perdía la esperanza de que me hablara de otro tema.

Odiaba ese estúpido lugar, pero llevé mis cabellos hacia atrás y suspiré profundo bajando las escaleras. Traté de no darle importancia a las camillas, ni a las agujas. Solo me limité a encontrarlo entre tanta maquinaria.

—¿Qué demonios han estado haciendo tú y tu hermano? —gruño sentando en su escritorio.

—Estuvimos adaptándonos al lugar. —Dije, firme. Antes Erick solía intimidarme, pero no más—. ¿Qué quieres? Estamos ocupados...

—Claro que tienen mucho por hacer...—Se quitó sus gafas—. Mira esto... —Giró el monitor hacia mí.

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo.

—Mierda.

—Estén atentos. ¡Y ya dejen de comportarse como unos estúpidos adolescentes! ¡Esto es serio! —Se puso de pie, exaltado. Luego contempló el retrato en su escritorio con anhelo.

Apreté mis puños.

—¿Piensas que no lo sabemos? —Gruñí—. ¡Toda nuestra maldita vida te has encargado de dejárnoslo en claro! —Di la vuelta, dejándolo con las palabras en la boca.

Tomé las llaves de mi camioneta y busqué en mis contactos.

—Bonita... —Ángela contestaba la llamada—. ¿Puedes ir con tu hermano? Tengo que unas cosas qué hacer. Me demorare un poco, pero te veo allá.

Ángela no tuvo problema. Apenas corté, envié un texto al pesado de mi hermano.

"Hay mucho qué hacer... GRUÑONSÍN"

Su respuesta no tardó en llegar.

"Ya sé, estoy al tanto. Acá te esperamos...

—Vaya, estás madurando... —murmuré para mi mismo, arrancando la camioneta.

Un nuevo mensaje llegó.

"Ah... me olvidada: VETE A LA MIERDA"

Solté una carcajada negando. 

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