17. Stenill, hogar de las bestias.

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—No lo hagan, no lo hagan... ¡No!

—Olivia, por favor. Estarás bien.

—¡No! ¡yo lo sé! ¡mamá, créeme!

Papá no me mira. Solo llora, su mirada recae en mi con resignación.

¿Acaso alguien me escucha?

—¡No estoy loca! ¡mamá, diles que me suelten!

Mamá se lleva la mano a la boca y con la otra intenta sostener su corazón derrumbado. Su llanto es un río de desgracia. Mi debilidad le produce lástima y... ¿decepción?

—Estarás bien... —Se limita a decir.

Abrí los ojos de golpe. La desesperación de escaparme del dolor en los ojos de mamá me despertó. Pero esa sensación quedó en la nada cuando mi cuerpo y mis sentidos reaccionaron. Luca estaba en mi cama.

Dormía boca arriba. Uno de sus brazos me envolvía y apoyaba la cabeza en su pecho. Sus dedos estaban entrelazados en mi cabello y, aún dormido, jugaba con los mechones mojados de mi pelo suelto.

Pellízquenme, debo continuar soñando...

Mi corazón comenzó a palpitar fuerte, tonto y desesperado. Tomé aire por unos segundos, en un débil intento de tranquilizarme, pero resultó una pésima idea puesto que el aroma de su piel llegó a mi nariz, acrecentando la nueva sensación que viajaba ahora por todo mi cuerpo, cosquilleando en cada parte.

Dios, sí que era tonta. Allí, acurrucada a su cuerpo, me sinceré conmigo misma. Sí me quedaba alguna duda de sentir algo hacia a él, se había extinto esta noche. Estaba irrevocablemente enamorada de Luca Brunelli. Levanté mi barbilla un poco para disfrutar verlo de cerca. Me quedé largos minutos apreciando su rostro.

Contemplé sus largas pestañas. Los lunares en su piel, su nariz respingada y sus labios rosados, finos y tersos hacían que me cuestione si alguien podría superarlo en belleza, y reí en silencio, cerrando mis ojos como una idiota ante la idea porque, en mi mundo, eso era imposible.

La calidez que su cuerpo emanaba me era adictiva. Estaba en la gloria, no podía pedir nada más... Bueno, tal vez sí. Mi mirada bajo hasta quedar enfocarse en mi parte favorita de su rostro, contemplé y ansié sus labios. ¿Cómo algo teóricamente lejano se encontraba tan cerca? Era algo perturbador.

—¿Me estas acosando? —Vi el movimiento de su boca al articular, su voz era ronca y profunda. Abrió con lentitud sus ojos y dio una sonrisa de lado mientras se estiraba.

—¿Cómo-cómo te sientes? —Me senté en la cama de inmediato, sosteniendo la toalla por el nudo en mi esternón.

—¿Bien, y tú? —Observó su torso desnudo y luego volteó a contemplarme—. Mierda, Liv ¿Qué me hiciste mientras dormía? —bromeó.

—¡Ya! —Golpeé su hombro—. Eres un idiota—. ¿Sientes algo extraño?

—Oh, ¿esto? —tocó la sutura, asombrado.

—¿No recuerdas nada?

Negó con la cabeza.

—No sé cómo te lo hiciste, pero estabas así cuando llegamos.

—¿Tú- tú me curaste? —Inquirió anonadado.

—Eso creo. Debemos ir a que te revisen de todas formas.

—Estaba preocupado por ti... —removió su cabeza—, por todo lo que pasó —corrigió—, que no me di cuenta de esto. —Revisó con cuidado la sutura.

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