19. Una verdad que duele...

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    La lluvia era inclemente y empeoraba mi situación cada vez más. Por un lado, dificultaba mi visión y, por el otro, hacía del piso una especie de masa melosa y pegajosa que se fundía con las hojas y ramas caídas debido a la tormenta. Me había dado unos buenos tropezones y resbalones, y ahora toda mi ropa estaba sucia y mojada.

El viento era fuerte y cambiante, la lluvia parecía dividirse en varias cortinas, superponiéndose entre sí mientras la vegetación se movía al compás de ella. Pero nada de eso importó. Nada de eso podría detenerme para ir a buscarla.

Crucé por el sendero principal y me dirigí hacia el lado oeste dónde había dicho encontrarse. Sus mensajes habían sido enviados hacía más de ocho horas... no quería pensar en el estado que podría encontrarla. No, no quería ni imaginarme... ella estaría bien.

Ella estará bien. Me repetí.

Corría desesperada, las ramas pegaban contra mí pequeño cuerpo y las gotas me azotaban. Cuando estaba cerca de la salida, observé un bulto negro a unos metros entre los arbustos.

Con el terror recorriendo mi sistema, detuve el paso y me escondí detrás de un árbol. Mi respiración era brusca y los mechones de mi cabello se me pegaron al rostro.

Dios, otra vez, no...

Me asomé apenas, para comprobar que estaba segura de lo que había visto. Entonces la poca calma que recorría mi pecho se esfumó.

Comencé a temblar, por el viento y la lluvia, claro, pero más por lo que tenía ante mis ojos. Max estaba siendo arrastrado por el suelo; su ropa estaba desecha. Todo sucio, cubierto de hojas y barro.

Inconsciente, dos sujetos lo llevaban arrastrando de los brazos. Vestían de negro y usaban capas con capuchas. Por su contextura, parecía tratarse de una mujer y un hombre. No logré distinguir sus caras, me daban la espalda. Intenté hacer el menor ruido posible, pero el miedo dificultaba la tarea.

Ellos...

Mi corazón se aceleró.

¿Ellos son los que culpables de todo esto?

Con una mano en la boca, intenté aplacar el gemido de pánico que se me escapó. Mi cabeza era una máquina de pensamientos sin fin. La figura más alta se quitó su capucha y se dio vuelta en mi dirección, frenando el paso. Era un hombre.

Me escondí, aferrándome al tronco húmedo.

Demonios... ¿acaso me había escuchado? ¿Me habría visto? Vuelve a fijarte. No... ¡Vuelve a hacerlo! ¡No!

Debatí unos segundos en mi mente sí ver una vez más. Llegué a la conclusión de que no podría continuar ahí como una estúpida en el caso que me hubiesen visto y vinieran por mí. Así que volví a asomar mi cabeza un par de centímetros. Para mi suerte, continuaban su camino.

Salí corriendo hacia el lado contrario con la adrenalina a flor de piel. El miedo e incertidumbre eran incontrolables, pero debía ir por Meri. ¿¡Qué acababa de ver, por Dios!? Me detuve a medio camino. No lo había procesado momentos antes...

Había estado frente a él en el bosque donde... ¡Luca llegó y me salvó! ¡Entonces tenía razón! ¡No era un producto de mi imaginación! ¡Lo había visto! ¿Pero... por qué Luca me había mentido? ¿Por qué me sorprende? Es todo lo que hace conmigo, mentir.

Intenté concentrarme.

¿Qué estaba sucediendo en Stenill? ¿Y cómo se suponía que ayudaría a Max?

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