1. El retorno.

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Existe un delicado equilibrio entre honrar el pasado y perderse en él. Solía pensar que si lograba enterrarlo en lo más profundo de mi ser allí se quedaría. Pero la vida se rige por sus propias normas, y cuando una cicatriz no fue bien curada ésta volverá a abrirse hasta sanar de la forma correcta.

Volver a mis orígenes parecía ser ese tipo de sentencia. Cinco años fuera no formaban más que parte del ayer. Argentina había estado bien. Un país acogedor y asombroso, pero con la salud de mi abuela empeorando debíamos regresar a los Estados Unidos.

Nuestro coche dejaba la concurrida carretera para perderse entre medio del polvo del sendero de tierra. Mi muslo comenzó a repiquetear por inercia y llevé la uña de mi pulgar a la boca cuando pasamos por debajo del letrero de bienvenida. "Stenill: hogar de Las Bestias." Así era nombrado el equipo de futbol del instituto que, junto con el extravagante bosque Larde Park, eran las dos únicas cosas que enorgullecían a la gente del pueblo.

Papá se detuvo frente a la vieja casa. Puedo con esto. Puedo con esto. Tu abuela te necesita aquí, Olivia. Respiré profundo y cerré mis ojos, concentrándome en el movimiento pausado de mi pecho antes de bajar.

No recordaba con exactitud la fachada de la vivienda, pero de seguro años atrás lucía mucho mejor. Tejas rotas y la vieja pintura amarilla agrietada, los tres escalones de la entrada llenos de hojas secas que la temporada había dejado y las maderas blancas del pequeño hall cerniéndose desgastadas.

—Aquí está su maleta, señorita. Pronto iremos de shopping, lo prometo.

Papá depositaba a mis pies las únicas pertenencias que cabían dentro del auto. Palmeó mi espalda con una sonrisa en sus labios y exhalando con fuerza se animó a ser el primero en dar el primer paso.

—¡Bienvenidos! ¡Que gusto tenerlos de nuevo! —Esme, la vecina que cuidaba de vez en cuando a la abuela, abrió las puertas de par en par y salió corriendo hacia nosotros. Sostenía unas flores de recibimiento en su mano y con la otra libre abrazó a mamá o mejor dicho, la estrujó.

—¡Dios, niña! ¡Cómo has crecido! —volteó a mí, sorprendida.

Sí, Dios. Era mi turno del apretón. Sentí mi cuerpo tensarse ante su acercamiento. Pero dejé que lo hiciera poniendo una cordial sonrisa en mi rostro. Esme siempre había estado ahí desde que tenía memoria. La mejor amiga de mamá y vecina del lado.

—¡Nosotros también nos alegramos muchísimo de verte! ¿Cómo han estado las cosas por aquí?

Papá y mamá continuaron conversando con ella mientras me encaminé hacia las escaleras con mi maleta a cuestas. La ventana del living daba paso a los destellos del sol de mediodía. Junto con los pisos de madera viejos y el tono pastel de las paredes, el ambiente adquiría un semblante cálido y calmo.

Llegué a la planta alta, de ese pasillo nada había cambiado. Pequeño, alargado, paredes amarillas y sus puertas. Cinco, para ser exacta. La habitación de mamá y papá, el baño, la habitación de la abuela y... Suspiré con ahínco y cerré mis ojos mientras mi mano presionaba con mayor fuerza la maleta.

Sabías como sería esto... contrólate, tu abuela te necesita.

Negué con la cabeza y encaré hacia la última puerta sin voltear a aquella habitación pegada a la mía. Cuando estuve frente a mi puerta, alguien la abrió del otro lado haciéndome retroceder del susto.

—¡Oh! ¡Llegaste!

—¡La puta madre! ¡Casi me matas del susto! —chillé.

—¿Disculpa? —La rubia frente a mí arqueó sus cejas, sorprendida por mi expresión.

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