10. Latte Macchiato

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A la hora acordada Leandro pasó por nosotros en su vehículo, me senté en la parte de atrás y juntos nos dirigimos a una suerte de pícnic. Luego de quince minutos de viaje, nos detuvimos en una zona apartada cerca de la carretera y seguimos a pie.

El sol brillaba en el cielo despejado, iluminando el paisaje natural que nos rodeaba. A medida que avanzábamos, podía escuchar cada vez más cerca el suave murmullo del río, que parecía llamarnos con su melodía hipnotizante.

Los alrededores estaban llenos de una exuberante vegetación, con árboles frondosos y coloridas flores que adornaban el camino. El aroma dulce de las hierbas y las plantas llenaba el aire, creando una atmósfera embriagadora.

Gio se detenía ocasionalmente para tomar alguna foto y admirar la belleza del entorno, maravillándose con cada detalle. Esto solo fastidiaba a Leandro que era un explorador en todo el sentido bárbaro de la palabra, el segundo de los solteros nos guiaba por el sendero con su mochila cargada de vino y un palo largo en su mano derecha que usaba para apartar las ramas como un salvaje. Yo iba detrás de ellos pensando en lo dolorosamente diferente que eran.

-Son hermosos los paisajes que se pueden observar en este lugar, ¿Verdad Elena? -dijo Gio girándose hacia mí y desviándose para tomar una foto a una ardilla que había bajado de su árbol para mordisquear una bellota.

-¡Sí! -concordé- Me encanta la tranquilidad y serenidad que transmite.

-Espera -dijo haciéndome detener junto a un arbusto lleno de flores. Alzó la cámara y presionó el disparador. Yo no era muy fotogénica y me puso algo nerviosa estar expuesta frente a la lente. Revisó la foto por la pantalla de la vista previa- Quedaste hermosa, Elena. ¿Quieres verla?

-No hay tiempo. Tenemos que avanzar o nunca llegaremos. -intervino Leandro antes de que yo pudiera responderle, entonces se dirigió a mi dándole la espalda a Gio.- Si ahora te parece bello, espera que lleguemos, Elena, te va a encantar.

Cinco minutos pasaron y llegamos a nuestro destino. En efecto, era tal y como Gio y Leandro lo habían descrito, parecía un nicho de hadas, en el centro había una cascada que repicaba alegremente. No sentamos en un claro debajo de un árbol, ahí abrimos el mantel y colocamos las cosas que habíamos llevado para comer. Un poco de pan, pasta freda, filletti de alice all'aglio e olio, algunas frutas y una variedad de biscotti.

Ninguno quiso tomar un baño, Leandro porque el agua estaba demasiado fría, yo Concorde, pero en realidad me apenaba estar en traje de baño frente a ellos. Gio no quiso entrar porque como había dicho antes no sabía nadar. Después de comer, Leandro se recostó del tronco del árbol y se quedó disfrutando de una botella de vino de la cual tomaba a pico un sorbo cada tanto.

-¿No vas a probarlo? -me preguntó señalando la copa que había puesto frente a mí. -Lo elegí especialmente para ti. Tú también...-le dijo a Gio.

-Sabes que no me gusta tomar. -respondió este.

-Lo sé, pero seguramente te gustara, pruébalo.

Yo le di un sorbo a mi copa con el vino que Leandro me había dado. Gio hizo lo mismo un poco receloso. El sabor de la bebida era dulce y espumoso, complementando a la perfección la tranquilidad del entorno. Leandro era en verdad un experto sommelier, con un paladar exquisito.

-Es bueno. -comentó Gio sorprendido de que tuviera un sabor tan agradable.

-¡Me encanta! -dije realmente complacida.

-Claro que les encanta, es un vino de mujer -respondio despectivamente, arruinando como siempre el momento.

Luego de un rato, Leandro cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación de relajación que invadía su cuerpo. El vino rosa que nos dió estaba tan delicioso, que Gio y yo nos acabamos la botella en un santiamén.

Il bel caffèDonde viven las historias. Descúbrelo ahora