Cuatro.

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Narrador exterior:

Cuando salió del gimnasio, Harry se fue a su casa. Después de poner la ropa que acababa de usar para lavar, se sentó en el largo sofá del salón y encendió la televisión. La miró, pero realmente no se estaba enterando de lo que estaban echando en ese momento, en su mente solo estaba esa chica, pero sobre todo su voz. Estaba seguro de que era ella, la que se hacía llamar 'Holly' en el programa de radio por las noches, pero su nombre real era Lilly. Lilly. Pensó en que sus nombres acababan en la misma letra. Un pensamiento estúpido e infantil, pero gracioso a la vez.

Entonces se le ocurrió algo. No era habitual en él hacer cosas como la que pasaba por su cabeza en esos instantes. Pensaba que podría ser divertido.

Apagó la televisión suspirando porque había sido inútil ponerla. Se levantó del sofá y se acercó a la minicadena que se encontraba en una esquina del gran mueble del salón. La encendió y no tuvo que buscar la emisora, solo escuchaba la radio en casa cuando estaba el programa. No la puso muy alta. Caminó hasta el pequeño escritorio un poco inclinado que estaba delante de la ventana, donde aparecía la hermosa ciudad.

Cogió un lápiz y empezó a dibujar en un papel en blanco la vista ante sus ojos. Ya tenía mil dibujos de Nueva York, pero cada uno era diferente y le gustaban todos. La melodía que siempre sonaba antes de que empezara el programa llegó hasta sus oídos, haciéndole sonreír. Se escuchó su voz. Era diferente ahora que podía ponerle cara a esa voz. Ahora se la imaginaba hablando de esa forma tan sensual y provocadora. Un escalofrío le subió desde el final de la columna vertebral, acabando en la nuca. Casi como si fuera automático, pensó en ellos dos juntos, en una escena algo erótica en su cabeza y ella hablándole al oído de esa forma. Su cuerpo sintió como si la temperatura hubiera subido de repente. Se llevó una mano al pelo y lo despeinó, provocando que algunos rizos cayeran por los lados de su cara. Se echó hacia atrás hasta apoyar su espalda en el respaldo de la silla. Sentía la necesidad de verla de nuevo y las dos horas que tenían que esperar se le iban a hacer eternas.

Ese dibujo era el peor de todos con una gran diferencia, pero no era capaz de concentrarse y ni siquiera podía hacer una línea recta. Aún así, siguió delante del papel, solo para que el tiempo se pasara más rápido, o al menos para que él tuviera esa sensación.

Miró el reloj de la pared dándose cuenta de que ya había pasado una hora. Era el momento de salir. Se levantó y subió un poco el volumen para que se escuchara desde la habitación.

Se vistió con uno de sus muchos pantalones negros ajustados, una camiseta blanca con una camisa de cuadros roja y su prenda favorita: las botas marrones desgastadas. Se miró en el espejo de forma circular de la pared y se peinó con la mano. Se puso una chaqueta marrón, aunque no hacía mucho frío, ya se notaba que el otoño estaba llegando a Nueva York.

Salió de su apartamento y bajó en el ascensor, dando cortos golpes en el suelo con su pie derecho durante el trayecto hasta que las puertas del pequeño habitáculo se abrieron. Una vez en la calle, caminó hasta su coche, un Range Rover negro perfectamente cuidado. Condujo por las densas calles de la ciudad mientras escuchaba el programa de Lilly, hasta que llegó al edificio de la radio. Aparcó lo más cerca que pudo de la puerta y se bajó del coche llevando con él los auriculares, que en seguida conectó al móvil para no perderse ninguna palabra de aquella mujer que tanto le había llamado la atención.

Buscó con la mirada algún lugar donde pudiera encontrar un café caliente, lo encontró a una distancia un poco larga del edificio. Caminó hasta allí con algo de prisa. Entró y echó un vistazo al local. Estaba decorado en tonos marrones lo que aumentó sus ganas de café. Se acercó a la barra y lo pidió. La camarera no tardó en servir lo que Harry acababa de pedirle regalándole, además, una sonrisa sincera por parte de la chica. Él pagó con un billete y le indicó que se quedara con la vuelta. La chica le agradeció con la cabeza y otra sonrisa aún más amplia que la anterior, a lo que él respondió con una sonrisa torcida que podría dejar a cualquier mujer a sus pies. Salió del lugar, dirigiéndose de nuevo al edificio. Miró la hora en su móvil. Solo faltaba un cuarto de hora para que acabase el programa. Su pulsó se aceleró un poco y se enfadó por este hecho.

On Air  »h.s«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora