Capítulo 12

442 66 8
                                    

Fue un pensamiento intrusivo, uno tan vago que llegó de la nada y se volvió claro. Quizás era otoño o invierno, hacía frío, tanto que la punta de sus dedos estaban rojas al igual que su nariz y rodillas. Porta unos pantalones pesqueros, regalos de su querida abuela paterna que había ido a visitarlos hace semanas atrás y les trajo comida recién hecha. Usaba unas calcetas de mariquitas, eran en definitiva sus favoritas, pues el insecto le parecía de lo más maravilloso; de hecho, siempre le dijo a su madre que esperaba reencarnar en su próxima vida como una mariquita para que todo el mundo pudiera apreciar su hermoso color rojo y las manchas sobre su espalda.

Los tenis eran del 'Rayo McQueen', su padre Alessio se los había comprado por su cumpleaños, eran especiales debido a que también tenían luces de colores que se activan con solo dos golpes. Estaba vestido como un niño de su edad, sentado admirando el paisaje boscoso que la línea del tren solía atravesar par llegar de ciudad en ciudad. Movía las piernas hacia adelante y atrás, repasando en voz baja sus lecciones de inglés, ya que mañana tendría un examen importante.

Verdaderamente fundamental.

Entonces, fue que se encontró otra vez en ese vago casi vacío, sentado frente a su "yo" adolescente que ignora su figura y la del hombre mayor que se sienta a su lado. Hay muchos asientos vacíos, sin embargo, el adulto prefiere estar cerca de él. Demasiado. Lo ignora, el pequeño Quackity lo ignora por completo porque no es su prioridad lo que se encuentra a su alrededor, sino recordar como se forman las oraciones en presente, pasado y futuro, donde varios significados toman otros para luego volverse un montón de basura enredada en su cabeza.

Surge en él la necesidad de levantarse del asiento cuando la mano del hombre se acerca peligrosa hasta su muslo, ambos terminan por sobre exaltarse, quedando mudos y congelados cuando las enormes manos rasposas aprietan su carne sin cuidado. No puede moverse porque no sabe que hacer, la respiración abandona su cuerpo y la piel antes de un color normal se vuelve pálida al punto de parecer más muerto que vivo. Los ojos dorados miran con horror como el adulto tiene el jodido atrevimiento de tocar sus partes íntimas sobre el pantalón, antes de desabrocharlo e intentar meter su mano.

Quiere llorar, quiere levantarse del maldito asiento y golpear hasta el cansancio aquel hombre que lo está masturbando, porque él no sabe que hacer, solo es niño, la educación sexual seguía siendo una jodida basura y el miedo le impedía moverse e incluso sentir algo más que pánico. Había entrado en un estado paralítico que desembocó en solo jadeos y sollozos cuando el hombre lo hizo correrse. Sintió asco, tanto asco al saber que su cuerpo no hizo nada como para defenderlo, ni siquiera dijo una sola palabra cuando el tren se detuvo y los megáfonos anunciaron el último destino.

Se quedó solo otra vez en ese vagón, o tal vez nunca lo estuvo desde que subió a él.

Ambos lloraban, a tal punto que sus lágrimas llenaban el vagón hasta que llegara a sus tobillos. La sensación no desaparece, la presión sobre su muslo izquierdo no se va, sigue ahí. Puede sentir esa mano tocándolo sin su consentimiento, el cómo sube y baja hasta detenerse a mitad de su entrepierna la cual aprieta sin pudor, haciéndolo salir de su trance y notar que ya no está en aquel vagón, sino en el asiento de copiloto en un auto que no era el de Sam.

Miró de inmediato a su izquierda, Wilbur le mira con curiosidad, casi asustado sujetando con fuerza la palanca de velocidades que está entre ambos, cerca de sus piernas temblorosas que necesitan salir corriendo lo antes posible de ahí.

—Déjame aquí —susurra al castaño.

—¿Aquí?, Quackity, aún no llegamos a tu ho...

—¡Dije que me bajes aquí!

El grito escapa desde lo profundo de su garganta, haciendo que Wilbur pierda por un momento el control del vehículo y estacionen de golpe frente a un establecimiento de comida, donde varias familias y personas esparcidas por el alrededor se queden mirando al auto que freno frente al establecimiento. Quackity se baja del vehículo y corre en dirección a la tienda, ignorando las miradas que todo el mundo le dirige para luego caminar hacia los baños del lugar y encerrarse en uno de los cubículos donde se deja caer sobre la taza.

La Granja [c!Quackity]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora