Capítulo 19

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«Ver llorar a mi madre... Era sentir como sentir una daga hundiéndose en mi corazón. En cuanto sus hermosos ojos se hinchaban, los míos también; cuando la respiración era irregular, y la falta de aire comenzaba a sofocar su delicada garganta, la mía también lo sentía. Nunca había sentido un nudo tan fuerte en mi garganta, y tampoco temblores extremos como cuando veía a mi madre llorar.»

Aquellos ojos dorados se posaron sobre la alfombra de ese consultorio, una respiración lenta escapando de su nariz, exhalando de vez en cuando por la boca. Se tomó la molestia de mirar sus zapatos, el fino cuero negro pulido, esos nudos descuidados y como la luz se refleja en la superficie brillante.

Una gota cayó silenciosa sobre el material, el silencio inundando la habitación mientras el psicólogo hablaba. Y hablaba, y hablaba. Tragó saliva con mucho esfuerzo, la saliva se deslizó por su garganta, bajando lentamente a medida que su manzana de Adán subía y bajaba como una nota. Su misma respiración era una sinfonía de dolor y angustia.

¿Qué es la vida sin angustia? El dolor le da más sentido y significado a las cosas. La pérdida, un nuevo punto de vista diferente. Quackity regresó a esos momentos de dolor tras mirar aquella ventana, en dónde, para su terrible fortuna, observó la figura del mismo hombre que hace años su madre había dejado atrás para enterrarlo en una tumba imaginaria.

El psicólogo seguía hablando, y hablando, Pero Quackity estaba en otro mundo, en otra vida y en otro momento. La sombra se transformó en cada momento de dolor, desde los acosadores en la escuela, hasta Wilbur. Los hermosos orbes dorados, piedras brillantes que cambiaban su brillo dependiendo la iluminación de su habitación, observaron con fascinación como sus miedos se transformaron en una sola persona.

En un solo culpable.

«Mamá siempre me decía que nunca era mi culpa. Cuando esos niños me golpeaban, cuando se burlaban de mí. Ella me dijo que jamás fue mi culpa, y después me consoló. Cuando esos hombres me secuestraron y violaron, ella dijo que jamás sería mi culpa, que ella nunca me odiaría incluso si mi cuerpo fue manchado por los actos más atroces. Ella era mi gran pilar, mi pequeña Versalles.»

Era él.

Todos a su alrededor le hicieron saber que él jamás provocó ninguna de las consecuencias de acciones de terceros. ¿Pero entonces por qué la sensación aún no se iba incluso cuando los psicólogos y su madre se lo dijeron? ¿Cuál era la causa de que esa necesidad de culparse a sí mismo creciera como la hierba indeseada en un hermoso jardín?

¿Qué le faltaba para entender que nada había sido su culpa? ¿Tal vez un roce con la muerte?

Volviendo a su situación actual, su cuerpo ya se encontraba en un estado de euforia. Sus pasos eran sumamente rápidos. Demasiado para pensar, demasiado para sí quiera detenerse a pensar sobre lo que estaba haciendo. El vehículo lo seguía con una calma absoluta, aquellas manos tomaban con tranquilidad el volante, y esos ojos... esos malditos ojos miraban su cuerpo trotando sobre la tierra.

Completamente descalzo.

«¿Sabe, doctor? A veces deseaba morir. Miraba mis brazos, mis muñecas, y la tentación de ver la sangre corriendo por mi piel era inquietante. Pero me bañaba de una curiosidad casi mordida.»

Tenía ropa deportiva bien cuidada que Tina le prestó, a pesar del frío suelo, de las terribles piedras en el camino, Quackity corría como si su vida dependiera de ello. La música alta a través de sus auriculares apagaba cualquier otro sonido en el ambiente. Por ejemplo, como el del vehículo de Wilbur que lo seguía de cerca.

No le tomo importancia a su alrededor.

«Me busco los problemas yo mismo, doctor. Ya me pasaron una vez, pero tiendo a repetir mi error, porque ingenuamente pienso que ahí terminó. Me tomo la confianza de creer que mi ambiente es seguro. ¿Eso es malo? ¿Creer que jamás volverá a suceder incluso cuando hay probabilidades y eventos que dicen lo contrario?»

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⏰ Última actualización: Dec 18, 2023 ⏰

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