En las entrañas del cartucho

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Un golpe seco fuera de mi puerta me avisó de la llegada de un paquete del exterior. Como era habitual, el flojo y malhumorado trabajador de paquetería había despreciado el valor del interior de la caja donde residía el paquete del destinatario. Aunque, en ocasiones anteriores hubiese reportado y gritado mil cosas al tipo desde la entrada de mi casa, en esta ocasión me hallaba confundido. No había ordenado nada por internet desde hacía semanas, una nueva tienda de electrodomésticos había satisfecho mis necesidades de tecnología.

Una vez dejé mis pendientes universitarios, dediqué algo de mi ocupado tiempo a salir e inspeccionar lo que había llegado. Se trataba de una pequeña caja de cartón, con el logotipo de la empresa repartidora. Descarté la idea de haber sido un pedido erróneo a mi persona tras leer mi nombre en el destinatario, aunque no venía ningún dato de quién lo había enviado. Afortunadamente, aquel empleado también estaba dejando un paquete no muy lejos de mi residencia, entonces me acerqué a preguntar. Con un notado desprecio, simplemente me respondió que el envío había requerido que el autor del mismo perteneciera en secreto, al menos para mí. Aquello no hizo más que elevar el enigma detrás del contenido del envío, por tanto, regresé a mi casa para abrirlo. El interior de la caja de cartón mal cuidada tenía únicamente una bolsa rota con una caratula de la película de Pokémon, aquella donde apareció Mewtwo por primera vez, junto a un aparato raro donde se podía colocar el cartucho.

Hacia muchísimos años que había alejado mi vida de los videojuegos, quizás desde los quince años, cuando podía darme los lujos de tener, no tanto una consola de nueva generación o un videojuego del año, sino al menos una consola y juegos de segunda mano. No éramos una familia pudiente, y el poco dinero que ganaba mi madre era destinado a nuestra manutención. Mi faceta de gamer murió cuando tuve que comenzar a trabajar y estudiar a los quince años, y el poco tiempo libre que me quedaba estaba destinado a dormir y ver las noticias por las mañanas. Una vez abrí aquella caratula, en su interior residía el cartucho de Pokémon Rojo, junto a una nota de un viejo amigo:

Querido Diego,

Ha sido mucho tiempo desde que nos vimos. Me alegro que estés bien. Tu madre me dio tu dirección hace unos meses, aunque no tengo el tiempo para visitarte, y supongo que tú tampoco. Quería devolverte aquel viejo cartucho que me habías prestado. Sé que han pasado muchos años, pero la consciencia me impide pasar más tiempo sabiendo que le había robado algo a mi amigo de secundaria. No sé si aún juegas, y en caso de que no, sé que a Daniel le encantaría conseguir una copia para su colección. Te adjunto el destinatario y el teléfono de su persona, estoy seguro que te dará una buena paga por vendérselo. Sé que probablemente te convenga más ese dinero que el cartucho en sí mismo.

Te quiere, Anderson.

Anderson… No había escuchado ese nombre en mucho tiempo. Anderson fue, posiblemente, el único amigo que hice en la escuela secundaria con el cual realmente conectaba. Conectar en esa etapa edgy donde nos pasábamos el tiempo discutiendo sobre las posibles teorías de conspiración, cosas de reptilianos, las elites y demás tonterías. Era la época donde consumía demasiado internet y me creía que, por ejemplo, Pie Grande salía en GTA San Andreas, y también la época donde al tío de un amigo le había pasado INSERTE AQUÍ COSA INCREÍBLE Y FALSA, y todos se lo creían. No era mi único amigo, pero si era el único con el que podía hablar de esos temas extraños en profundidad, hasta el punto en que creamos un modo de comunicarnos de forma cifrada y lo usamos hasta en nuestras conversaciones en chat para evitar ser rastreados por oponernos al nuevo orden mundial. Viejos tiempos, pero también vergonzosos.

Dejé el cartucho encima del escritorio, revisando también el teléfono. A fin de cuentas, el plazo de la entrega final del proyecto se había aplazado. Genial, tiempo libre.

Me relajé en el escritorio y puse un video de fondo en el computador. Comencé a pensar en aquellas épocas con cierto placer culposo. Aunque también recordé una cosa. Hacía un par de meses, en un envío de ropa y dinero que me había hecho mi madre, había recibido también una vieja consola de videojuegos, junto a los únicos dos cartuchos que tenía para jugar. Realmente el único cartucho bueno que tenía era el de Pokemon Rojo, y una vez integrado de nuevo a mi colección, surgió una verdadera necesidad de volver a usar la Game Boy. Fui hacia el cajón donde la había dejado, e inserté con cuidado el cartucho.

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