Logré Salir

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"Logré salir…”, pensó. El entrenador Pokémon había pasado la semana entera en esas cavernas. Se había comido todo lo que había y había mantenido a sus Pokémon tan saludables como pudo… dadas las circunstancias. Todo lo que podía ver era blanco. “ Tengo que seguir…”, se decía a sí mismo.

El joven continuó con su duelo mental, tratando de regresar incluso si sabía que no podía. Él miró su cinturón, o al menos lo que podía ver debido al clima, y agarró una Poké Ball. La bola contenía a su Pidgeot, que podía volar para sacarlo de ahí. Pero él sabía que no podía.

“¡No puede volar así!”, exclamó.  Podía sentir la nieve volviéndose más gruesa, y su visión tornándose más y más blanca. Trató de continuar, pero no podía hacer nada más que andar en círculos cada pocos pasos.

“No puedo regresar, no puedo escapar del destino…”, se repetía. “No puedo retroceder nunca”.

Con eso, continuó subiendo, presionando contra la blancura cegadora. Subió las rocas congeladas que formaban los riscos, con sus manos… sus manos congeladas. No había nadie ahí.

“¿Vine hasta aquí para nada?”, se preguntó. "No. Tengo que seguir... No hay escape.”

Mientras continuaba, encontró unas escaleras. Eran viejas y habían sido abandonadas hace mucho. El entrenador se detuvo antes de subir.

“Tengo frío…”, dijo.

Las lágrimas comenzaban a salir de sus ojos, solo para convertirse en escarcha por el viento gélido. Entonces, mientras subía los escalones, su pie se quedó pegado. Estuvo congelado en el suelo por segundos. Intentó quitarse el zapato para poder seguir, pero no lo logró. Estaba pegado totalmente. Jaló y jaló, tratando de liberarse, lo logró. *SNAP*, estaba libre. Colapsó en el suelo y siguió arrastrándose, sus manos estaban quemándose por el frío del suelo. Miró hacia atrás, al punto en que se atoró, tratando de reconocer algo en medio de todo ese color blanco, solo para ver que su pierna seguía ahí.


“Está tan frío…”, se lamentó. 

Débilmente, continuó subiendo por el camino, la nieve volviéndose más y más densa con cada segundo. Hasta que, todo se detuvo, había llegado a la cima. Lo blanco se fue y todo volvió a ser visible de nuevo. Y ahí estaba él, el verdadero campeón. Él estaba tan blanco como el entrenador, ahora capaz de ver qué había ocurrido consigo mismo. El chico vio a un ratón en el hombro del amo, sobrenaturalmente blanco como el jefe mismo. El ser no dijo nada. Con una mano semi-congelada, el entrenador alcanzó su cinturón. Tomó una Poké Ball y la abrió.

“Ve… Meg-meganium", ordenó débilmente.

Meganium salió de su Poké Ball con un enfermizo color gris-azulado en su piel. Antes de que él pudiese siquiera ordenar algo, colapsó muerto. El amo no dijo nada, siguió mirando al entrenador. El chico procedió a enviar a todos sus Pokémon restantes, todos con el mismo resultado. Muertos. Todos muertos. Con todos sus compañeros fallecidos, e incluso parte de su propia cara cayéndose a pedazos, se acercó al amo, intentando pedirle ayuda. Él le sonrió débilmente y se alejó con su Pikachu, desvaneciéndose en la lejanía. El entrenador miró a todos lados, intentando encontrar a donde había ido. Pero no había nadie ahí. Aquel al que había estado buscando ya no estaba más. Su espíritu ahora estaba condenado a engañar a los mejores para que lo buscaran, sólo para hallar un fantasma.

"Madre… hace tanto frío… no puedo seguir…”

El entrenador se arrastró al borde de la montaña y miró hacia abajo. Se dio la vuelta, detrás de él estaban los cuerpos muertos de sus mejores amigos y, volvió a encarar hacia abajo, hacia el fondo.

“Ha acabado…”, dijo.

Saltó con toda la fuerza que le quedaba, dejando el resto de su pierna en el borde. La blancura regresó, y cayó tan densa como antes, esperando a su próxima víctima.

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