Argos

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Félix admiraba el cielo estrellado de París desde lo alto de la Torre Eiffel, completamente perdido en sus pensamientos. Ya era pasada medianoche y se había transformado en Argos hacía solo unos minutos.

Como consecuencia del caos que envolvió a la ciudad aquella tarde, las calles estaban completamente vacías, ni una sola alma cerca. Y ese era el momento perfecto para alejarse de todo y todos, aunque sólo fuera por unos minutos.

Habían pasado sólo unas pocas horas desde que Monarca se hizo con todos los prodigios, a excepción del del gato negro y la mariquita, los cuales todavía poseían sus respectivos portadores: Ladybug y Chat Noir.

A pesar de que estos dos prodigios eran, y siguen siendo el principal objetivo de Monarca, a partir de ahora podría hacer uso de nuevos poderes, para cualquiera que sus fines fueran.

Aunque Félix sabía muy bien cuál era la causa de su locura, y tenía nombre y apellido.

Y pese a haber conseguido el prodigio que llevaba tiempo anhelando, Félix no se sentía mejor que antes, mas todo lo contrario.

Su único deseo siempre fue liberarse, tanto a si mismo como a su primo Adrien, del poder que sus padres ejercían sobre ellos, sin piedad alguna.

Para él ser controlado ya era algo a lo que estaba acostumbrado, ya conocía el porqué de no poder tener voluntad propia y odiaba cada segundo de esa amarga existencia. Pero Adrien no tenía ni el menor conocimiento sobre nada de esto, y él debía ayudarlo, aunque su primo nunca lo supiera.

Hace tan solo unos meses pudo recuperar el completo control sobre sí mismo y quería esa misma libertad para su primo. A pesar de parecer odiarle, Félix quería a Adrien como a un hermano, que estaba pasando por lo mismo por lo que él ya pasó y dejó atrás, mientras su primo seguía atrapado. 

Aunque su tío siguiera teniendo los anillos que controlan la voluntad de Adrien, él tenía el prodigio del pavo real consigo. Y por mucho que Gabriel tratase de controlar a su hijo, sin el prodigo, su vida ya no dependía de su padre. Estaba a salvo, por ahora. Nadie lo borraría de la existencia y eso, de momento, era lo único que conseguía consolarlo.

Félix salió de su hilo de pensamientos al divisar una figura roja y negra sobrevolando los tejados de la ciudad.

—Ladybug...— susurró para sí mismo.

Él ya había conseguido lo que quería, pero a cambio, le arrebató a Ladybug todo lo que ella no podía permitirse perder.

Ella puso toda su confianza en él, aunque no supiera su verdadera identidad y creyera que era su primo, confió en él. Él le demostró que era de confianza durante la batalla, para después arruinarlo todo en un maldito segundo al robarle los prodigios que ella debía proteger.

Argos sintió un nudo en la garganta y la sensación de culpa se apoderó de él en el instante en el que recordó como traicionó la confianza de aquella chica, la única persona que se la brindaba desde hacía mucho tiempo.

No podía describir como se sentía realmente, ella no le importaba, pero sabía bien que esta pesada sensación no le dejaría dormir esta noche, así que ya que estaba ahí, ¿Por qué no dar un último paseo nocturno por los tejados de París?

Argos saltaba silencioso sobre los edificios, tratando de pasar desapercibido por la heroína. Intentando por todos los medios no ser visto, se detuvo justo detrás de un pequeño muro, enfrentarla ahora, justo después de la batalla, no entraba en sus planes.

Se paralizó en el instante en el que escuchó un sollozo que cada vez iba a más, se subió encima del muro para observar con claridad y justo en ese momento la vio. A pesar de no querer ser visto por ella, pareció haberla seguido inconscientemente hasta aquí. 

Si no me amas, finge hacerlo. // FelinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora