Capítulo 1

437 15 5
                                    


SOL

Escuché cerrarse la puerta con un golpe seco, y maldije la incontinencia que teníamos ambos. La facilidad de soltar por la boca cualquier cosa que se nos pasase por la cabeza especialmente en momentos de rabia. De pie en la oscuridad, medio desnuda y oliendo a él por todo el cuerpo, me inundaba una sensación de tristeza y enorme soledad.

     Tan solo unos meses le habían bastado para entrar en mi vida y desmoronarla entera un día de lluvia exactamente como este. Llegó al local con algo de timidez en la mirada, andar poderoso y cuerpo imponente. Me juego la cabeza a que, a su paso, mientras caminaba por cualquier calle, las mujeres se mordían el labio inferior en un acto reflejo de deseo, o emitían un profundo suspiro. Tíos buenos existen en todos lados, pero la combinación que estaba a punto de presentarse frente a mi puerta era digna de otra liga.

     Llevaba el pelo castaño atado en un moño, una barba poblada y recortada que le confería un aspecto salvaje, y miraba a su alrededor en silencio, apoyado en la barra con las manos entrelazadas. Tatuado en la piel, un animal mitológico que con toda seguridad le recorrería más allá del antebrazo. Tenía un cuerpazo, pero no era especialmente guapo ni con líneas perfectas, sino que pertenecía a esa rara especie de hombres que te hacen babear inconscientemente. Guapo no, pero sí descaradamente atractivo. Cualquier psicólogo, en cinco minutos, podría explicarnos el porqué. Por qué, independientemente de la edad, la raza, la capacidad económica y la educación, las mujeres nos sentimos atraídas hacia los rebeldes, los malotes, los que tienen escrito en la frente que nos partirán el corazón.

     Le esperaba aquella mañana, pero me había olvidado totalmente de la entrevista y me había comprometido a estar en la pastelería. Laura había pospuesto dos veces su cita con el dentista, y no estaba dispuesta a perderla a ella también por un dolor de muelas. Afortunadamente, había tenido la precaución de ponerme una alarma en el móvil diez minutos antes de la cita, como hacía con casi todo lo importante, y en este caso me había salvado del desastre total.

     Pierre, se había roto la pierna una semana antes al salir del metro, y yo andaba como loca, dividiéndome como podía entre el restaurante, donde los servicios empezaban a resultar agotadores, y la pastelería, donde elaborábamos no solo los postres del local, sino una buena parte de los productos que servíamos en el café situado en la calle trasera. Me sentía afortunada de haber encontrado una ubicación lo bastante cerca como para aprovechar el tiempo y centralizar los esfuerzos. Y, especialmente en días como hoy en los que debía estar en dos lugares a un mismo tiempo, la proximidad era casi una bendición.

     Necesitábamos ayuda con urgencia. No pedía demasiado, sabía que Pierre era imposible de reemplazar. Llevaba allí más tiempo que yo, cuando el cartel de la entrada aún rezaba Chez Foret en grandes letras de metal y tipografía cursiva, sobre el nombre igualmente ostentoso de mi difunto marido, Jacques Foret. Un buen sous chef es casi más importante en una cocina que un chef. Organiza, controla, encamina el servicio y toma las riendas si hace falta. Conoce todas las elaboraciones, los puntos de cocción y los emplatados. Sabe de qué pie cojea cada miembro del equipo, a quién le puede dar más presión y a quién no. Al menos, así era en la cocina de Jacques Foret.

     El titular que daba nombre al restaurante, al final se limitaba a salir a saludar, dar "su toque" a algún plato, y montar en cólera si algo no estaba como él esperaba. Pero esto ya no era Chez Foret, sino La Zorra y el Cuervo, y sin Pierre, me tocaba cambiar las horas ante la amasadora por la mesa delantera del pase. Para salvar la ausencia de Pierre, Cris sería mi sous chef. Era cabezona, organizada y muy perfeccionista. Perfecta para el puesto. Lo merecía, tras más de un año en la partida de pescado sin apenas fallos. A veces parecía más un juego de estrategia que la plantilla de una cocina. Cris al frente, conmigo, lo cual dejaba la partida coja, por lo que necesitaba alguien en los pescados, alguien que diese la talla. El resto del personal era inamovible.

VeloutéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora