Capítulo 12

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NUR

     Mierda, ¿lo había dicho en voz alta? A juzgar por la cara de Sol, eso me temía. A veces soy un completo imbécil. Ya había metido la pata lo suficiente con el gusano repeinado, y con esta discusión que lo único que provocaba en mí era unas ganas terribles de besarla, y ahora encima me relajaba y soltaba lo primero que se me pasaba por la cabeza. ¡Joder! ¿Pero qué coño me estaba pasando con ella? Primero fue la mano de Guillaume sobre su hombro desnudo que me dieron ganas de amputar, luego la boca de ese asqueroso en contacto con su piel, y ahora, ahora definitivamente había perdido cualquier ápice de la cordura que me quedaba, agarrándola de esta manera, acariciándola así, mirándola como si lo único que quisiera, fuese que los centímetros que separaban nuestros labios, desapareciesen.

     Parecía sorprendida e incrédula a un tiempo. ¿Tan raro resultaba que me pareciese preciosa, qué pudiera fijarme en ella de esa forma? Si supiera que ya la había besado, que ya había notado como se humedecía en respuesta... ¿Era un tema de edad, de parentesco con Jacques o era que yo no le gustaba en absoluto? ¿Cambiaba algo si así hubiera sido, si en realidad para ella no fuese más que un mocoso comedor de chocolate que pintarrajeaba los muebles? Me miró la boca solo una fracción de segundo, pero para mí era más que suficiente. Uno no le mira la boca a alguien que tiene tan cerca si no hay ningún tipo de atracción, y ahí estaba la suya, tenue. Por algún motivo seguía sin apartarse y yo desde luego no pretendía romper la magia del momento.

     Si hubiera sido lo suficientemente listo habría salido de allí pitando, hubiese parado en cualquier gasolinera a echar un vistazo a la rueda trasera de la moto, a la que le había dado un golpe con un bordillo al venir hacia aquí, me hubiera tomado una cerveza en algún pub y hubiera subido a la terraza del centro comercial, a esperar que diese la una de la madrugada. Pero como soy un descerebrado me quedé ahí, a un paso de joderlo todo y besar a Sol. ¿Debería hacerlo? ¿Debería liarme la manta a la cabeza y ser sincero conmigo mismo de una puta vez? Me gustaba, ¿qué digo gustar? Me tenía loco.

     El momento se desvaneció de la mano de una disculpa. Esas tan socorridas cuando uno quiere quitarse de en medio, y así, sin más, Sol volvió a la fiesta, y yo detrás de ella, incapaz de mirarla a los ojos. El gusano había desaparecido, y Fanny coqueteaba descaradamente con Leo, que tenía cara de no estarse creyendo que algo así pudiera pasarle a él. Tampoco había rastro de Guil, y en cierto modo agradecí que solo estuviésemos los cuatro. Una hora después todo había vuelto a la normalidad entre los dos, y podíamos hablar como antes, o diseccionar la salsa que el catering había usado para regar los blinis con setas y tomillo.

     Como suele decirse, siempre hay calma antes de la tormenta, y ahí estábamos Sol y yo, en la calma más absoluta, como si nada hubiese pasado. Ajenos a todos. Si hubiera sabido entonces que iba a ser la última vez que estaríamos así, hubiera prestado más atención, hubiera agudizado los sentidos. Pero no tenía ni idea de que aquella noche marcaría un antes y un después para nosotros, y no solo aquella noche, sino aquel preciso momento.

     El gusano se arrastró de nuevo a los pies de Sol pidiéndole que bailasen, sabiendo, el muy cabrón, que se sentiría obligada a hacerlo. Me miraba con sorna mientras la cogía de la mano, le pasaba el brazo por la cintura y se colocaba en la improvisada pista de baile frente a ella. Estaba cerca, estaba demasiado cerca a pesar de que ella mantenía la distancia y evitaba mirarle a los ojos, ladeando la cara y observando el infinito. De vez en cuando, él le decía algo al oído y ella le encaraba para responder con una sonrisa, que ocupaba solo sus labios, no sus ojos.

     Pasó entonces, sí, fue justo entonces. El baboso bajó la mano de su cintura hasta su culo, y Sol se distanció de él más aún, incómoda. En ese momento, justo en el que estaba a punto de tirar la copa al suelo y saltar sobre él para partirle la cara, Fanny me susurró una frase que creo que jamás olvidaré, porque de no haberla pronunciado, habría acabado la noche en un calabozo: "Está muy orgullosa de ti, ¿sabes?". Qué forma tan hábil de tranquilizarme, de avergonzarme también, a mí y a lo que estaba a punto de hacer. Qué manera tan inteligente de decirme que parase, que para Sol yo era importante, más importante que ese bastardo, y por eso mismo no podía tener un arranque de ira como un niñato, porque ella esperaba mucho más de mí.

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