NUR
Me desperté como si me hubiera atropellado la cabeza un tractor. Lo tenía bien empleado, por ir buscando pelea con tal de olvidarme de aquel día desastroso, de las palabras de Sol y de lo roto que me sentía por dentro. ¿Por qué no era capaz de admitir que, entre nosotros, y a la luz del día, había algo? La parte nocturna obviamente no podía mencionarla, pero en nuestra relación, fuera la que fuera, había algo especial, aunque ella se negase a decirlo. Lo había sentido en cada uno de los momentos, incluso la primera vez que nos vimos, el día de la entrevista.
Me sorprendió que estuviese desnudo de cintura para abajo, y también que oliese a limpio, porque sabía que había vomitado en algún lado. No recordaba en absoluto haberme duchado, ni tampoco haberme quitado la ropa. Si lo hubiera hecho, con la cogorza que llevaba, la habría dejado tirada por el suelo, y mi ropa tampoco estaba. Me toqué la cara, intentando comprobar el alcance de las heridas que tanto dolían, y encontré la respuesta a mi pregunta, en forma de adhesivo sobre la ceja.
Debía de haber sido ella, ella me había desnudado, bañado y curado. No se me ocurría otra opción. Sentí vergüenza de que me hubiese visto en tal estado, descontrolado, inmaduro y débil. Y estaba seguro de que debía disculparme con ella, no solo por lo de la noche previa, sino por lo ocurrido por la mañana, por aquella discusión estúpida. La realidad era que yo no podía obligar a nadie a admitir nada. Si casi acababa de admitírmelo a mí mismo, ¿quién era yo para dar esa clase de consejos, o para exigir nada?
Me vestí, pasé por el baño, comprobando en el espejo el reflejo de mi estupidez, y me dirigí a la cocina preparado para mostrar mi arrepentimiento y empezar de cero, si ella me dejaba. Había hecho café porque podía olerlo mientras me acercaba por el pasillo. Sol estaba apoyada sobre la pared, junto a la ventana. Parecía distraída en sus pensamientos y juro que jamás la he visto tan guapa, descalza, con la cara lavada y el pelo suelto. Ahí estaba mi vieja amiga la camiseta de hombro descubierto, sobre ella, mientras ambas veían amanecer.
⎯Buenos días. ⎯Me aclaré la voz y volví a repetirlo, porque parecía no haberme oído la primera vez⎯ Buenos días.
Me había escuchado, pero no quería contestar. ¿Tan enfadada estaba por lo de la cogorza que ni siquiera me iba a saludar? Habría dicho alguna estupidez, la habría incomodado reduciendo mi discurso, al parloteo repetitivo de un borracho pesado. ¿Qué le había dicho? Me estaba empezando a preocupar porque ni siquiera apartó la vista de la ventana.
⎯Sol, sé que lo de anoche fue desagradable para ti. De verdad que lo siento. No suelo beber tanto. Gracias por curarme la herida, por cierto.
Más silencio. Joder, ¿qué demonios había hecho para que estuviera así conmigo? Me imaginé vomitando por el pasillo, invocando al espíritu de El Gran Chef, o cantando a pleno pulmón a las tres de la mañana. ¿Había sucedido algo remotamente parecido? ¿La había ofendido de alguna manera, me había bajado los pantalones y la había perseguido por toda la casa? ¿Qué coño había hecho?
⎯¿No vas a hablarme?
⎯No tengo mucho que decirte, Rivoli.
Ninguna de las opciones catalogadas como "gran cagada" que tenía en la cabeza, podían superar sin duda, al hecho de que Sol averiguase quién era antes de que yo pudiera contárselo, explicando exactamente cómo me había enterado, y por qué no se lo había dicho tan pronto como lo averigüé. Ahora el concepto había cambiado diametralmente, pasando a ser una "cagada descomunal". ¿Por qué no se lo dije tan pronto como pude?
⎯Sol, no sé lo que imaginas, pero te juro que no sabía quién eras.
⎯¿No lo sabías? ⎯Se había girado para encararme y tenía cara de querer acabar con mi vida poco a poco⎯. Anoche parecía que lo tenías muy claro.
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Velouté
RomanceLa vida de Sol era tal y como debía ser, ordenada. Un restaurante que empezaba a arrancar, una profesión en la que había pasado casi desapercibida, y una pasión inmensa por la cocina... Hasta que él apareció. No esperaba encontrarle, a él no. No es...