SOL
Joder, ahora sí que estaba pasando. Ahora no tenía la coartada de pensar que era un extraño. Me había convertido en una MILF o una Cougar o como mierda se llamase a una madrastra cuarentona dejándose follar por un veinteañero, aunque técnicamente rozaba los treinta, sí, definitivamente treintañero sonaba menos sucio. ¿A quién pretendía engañar?
Me había calentado del todo besándome, pero por si eso no fuera suficiente, ahora empezaba el recorrido por la periferia. Mierda, el cuello, no el cuello no, el cuello me derretía, y ahora bajaba. Si llegaba al escote ya no habría remedio posible. «Serás hipócrita» decía la voz de Fanny en mi cabeza, «¡si estás encantada!», y lo estaba. O lo estaría si no pensase tanto y simplemente me dejase llevar.
Volvía a ser clarividente, porque paró en seco para mirarme a los ojos y preguntarme si estaba segura, «pero ¿dónde coño has estado toda mi vida?», pensé. La hipócrita asintió y Nur tiró la manta al suelo, se agachó para cogerme del culo y subirme sobre la encimera de la cocina. Dudo que Jacques hubiera pensado en esta opción cuando eligió la madera de olivo. Estaba fría, y di un respingo al contacto con la superficie. Pero el frío no duraría mucho tiempo.
Me separó las piernas para colocarse entre ellas mientras me miraba a los ojos y me atraía hacia él para besarme, sujetándome la nuca con la mano. Un golpe desafortunado con la campana extractora me cortó el rollo por completo, y decidí bajarme ayudada por él. En las azoteas estos contratiempos no ocurren, y si pasan, no te cortan el rollo como acababa de pasar.
Menudo campeón, a él el ánimo no se le había bajado ni un poquito. Ahí seguía, dispuesto a todo, llevándome de la mano a su habitación, con varias paradas por el camino para volver a besarnos. Tener su mano en mis bragas mientras le miraba a los ojos, era tan extraño y excitante a un mismo tiempo... como si fuese alguien totalmente distinto, pero luego aparecía el Rivoli de siempre que conseguía que me corriese contra la pared, implacable, incesante y tenaz.
Sería una noche larga, de eso estaba segura, me tenía ganas, casi tantas como le tenía yo a él. De pie junto a la cama, desnuda, sentí vergüenza por un momento. Ya no era tan joven, y mis tetas hacía unos años que habían empezado a decaer. Putos cuarenta. Él sin embargo parecía recién esculpido en bronce. Los hombros anchos y marcados, y el pecho torneado, duro como una roca, pero suave a un mismo tiempo. El abdomen como para trocearlo en seis y derretirlo lentamente, ¡menuda tableta! Y los brazos, madre mía los brazos, fuertes sin llegar a la exageración, perfilados, perfectos, como todo él.
El dragón parecía guiñarme un ojo al tiempo que lanzaba una llamarada en dirección sur, como si advirtiese: "prepárate, nena, que ahí vamos". ¡Vaya que si íbamos!, yo al menos, directa a mirarle el paquete. Tantos meses sintiéndolo, tocándolo y lamiéndolo, como para perdérmelo ahora. ¡Menudo hombre! Lo tenía todo del tamaño correcto. ¿Qué digo correcto? Generoso, sería una palabra más adecuada.
Sonreía, el rockero clarividente, sonreía. No hacía nada, estaba allí desnudo y empalmado, dejándose mirar, consciente de que no había nada digno de ser reprochado. Yo, en cambio, hubiera dado cualquier cosa para que en la calle hubiese un niñato con un tirachinas, rompiendo las farolas una a una, y sumiéndonos en una oscuridad total. Pero a él parecía gustarle lo que veía, y se detenía en las paradas del tour visual de mi cuerpo.
La mirada pasó pronto al tacto. Me recorría de nuevo, esta vez con la lengua. En un abrir y cerrar de ojos nos tumbamos sobre la cama y se perdió en su destino favorito, buscando un nuevo sabor que añadir a su lista de preferidos. Era la primera vez que al sentirle lamiéndome entre los muslos, bajaba los ojos y ahí estaba él, devolviéndome la mirada, mientras yo me sentía a punto de explotar, entrelazando sus manos en las mías, sujetándolas a cada lado de mis caderas.
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Velouté
RomanceLa vida de Sol era tal y como debía ser, ordenada. Un restaurante que empezaba a arrancar, una profesión en la que había pasado casi desapercibida, y una pasión inmensa por la cocina... Hasta que él apareció. No esperaba encontrarle, a él no. No es...