SOL
Nur no volvió aquella noche ni ninguna otra. Envió a Leo a por sus cosas, incapaz de mirarme a la cara. Tenía una semana y media para que me dejase, y tan solo me había llevado cinco días entre las peleas, el destierro y la visita de Leo. A eso se había reducido nuestra relación, a no poder mirarnos el uno al otro. No pasé por el restaurante ni por la pastelería en todo ese tiempo. No podía verle, porque si lo hacía, sabía que me echaría a sus brazos pidiéndole perdón mil veces, y eso no sería bueno para él.
Me pasaba los días escuchando canciones tristes, que parecían hablar de nosotros. Michel Sardou cantaba una y otra vez que me iba a querer. "Hasta hacer palidecer a todos los marqueses de Sade, hasta hacer ruborizarse a todas las putas del puerto", y yo le creía, porque así amaría yo a Nur. Hasta que ya no me quedase un ápice de vida en el cuerpo. Ahora lo sabía. Pasé veinte años con Jacques Foret preguntándome si aquello era el amor en mayúsculas, si eso era por lo que tantas mujeres suspiraban, el amor de mi vida. Pero ahora sabía que no lo era. No era una cuestión de que pasasen muchos años, no era cuestión de cantidad, ni de tiempo, sino de intensidad.
Nur era mi gran amor, y sabía a ciencia cierta que no habría nadie que me quisiera como él, al igual que yo no volvería a sentir nada remotamente parecido por ningún otro. Este, había sido nuestro momento, y yo y solo yo lo había terminado. Debía asumirlo, debía guardar cada recuerdo bajo llave, para poder desempaquetarlo y echarle un vistazo cuando le extrañase, cuando necesitase sentirme especial, fuerte o yo misma de nuevo. Abriría uno de esos espacios, y admiraría el recuerdo de cómo me miraba a los ojos, como si su corazón estuviera a punto de reventar, o cómo, a pesar de lo rudo de su aspecto, era capaz de rozarme la cara con la caricia más delicada.
Sí, guardaría bien los recuerdos. No quería que me faltase uno solo. Su mirada pícara acompañada de media sonrisa, cuando me encontró desnuda en su cama. Otra, llena de deseo cuando lo hicimos por primera vez a la luz de las farolas, en su habitación. El recuerdo de su respiración junto a mi oído en la oscuridad de la noche, sus manos por todo el cuerpo. Su abrazo, cálido y tranquilo, bajo la lluvia. Lo atesoraría todo. Cómo me hacía sentir, capaz de cualquier cosa, y al mismo tiempo incapaz de negarle absolutamente nada que me pidiese. Fuerte, valiente, y osada, y al tiempo, asustada y débil ante unos sentimientos tan potentes.
Nur sería por siempre especial para mí, a pesar de que yo no lo fuese para él. Pasaría a la historia como la cabrona que le había partido el corazón, la que le había ayudado a abrirse, para pisotear esa confianza y desgarrarle por dentro, de paso. Le costaría olvidarme, de eso estaba segura, le dolería, pero se recuperaría porque era fuerte, y porque le esperaba una vida llena de felicidad, de logros, de reconocimiento y de cosas maravillosas. Esa idea, era la única cosa que me mantenía serena y cuerda.
Había llorado, claro que había llorado, pero en el fondo sabía que había hecho lo necesario para que él fuese feliz. Como cuando hay que arrancar una tirita sabiendo que dolerá, pero que hay que hacerlo igualmente, para que una herida sane del todo. Yo era la tirita, y Nur sanaría del todo. Tardaría un poco, pero con el tiempo, se daría cuenta de que separarse de mí, era lo mejor.
No me permití dudar, ni en una sola ocasión durante los días previos a su marcha a Singapur. Lo había hecho por él, para él, por amor a él. Me había sacrificado sin vacilar, porque la alternativa de verle casado conmigo, siendo friegaplatos por obligación, teniendo mejores opciones, era demasiado desoladora. Él iba a hacerlo por mí, sacrificar todos sus sueños por estar conmigo, aún a costa de acabar odiándose a sí mismo, por haber desaprovechado las oportunidades que la vida le había servido en bandeja. ¿Por qué no iba a abrazar yo el mismo sacrificio? Si al final el amor era eso, desear lo mejor para el otro, aunque no fuese contigo.
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Velouté
RomanceLa vida de Sol era tal y como debía ser, ordenada. Un restaurante que empezaba a arrancar, una profesión en la que había pasado casi desapercibida, y una pasión inmensa por la cocina... Hasta que él apareció. No esperaba encontrarle, a él no. No es...