SOL
Me gusta levantarme temprano, y eso que no suelo apagar las luces antes de las dos de la madrugada. Duermo poco, lo reconozco, pero siempre ha sido así. Me gusta la quietud de la ciudad cuando todo está en silencio, aunque hoy me había levantado más temprano aún si cabe, porque daba vueltas en la cama, nerviosa. Eran las cinco de la mañana y no sabía cómo aguantaría la ansiedad hasta las ocho, la hora en la que debía empezar en la pastelería.
Deambulé por la casa, ordené armarios mil veces ordenados, y fui cerrando puertas detrás de mí al salir de las habitaciones que ya no utilizaba. Este piso ya resultaba demasiado grande cuando éramos dos personas, pero ahora, tanto espacio muerto se me hacía asfixiante. A Jacques le encantaban sus techos altos, el largo pasillo con el estudio al fondo, los suelos de madera y la luz que entraba por todos lados. Ahora esa luz se me asemejaba más a un hospital abandonado, y el pasillo con la puerta del estudio de Jacques al fondo, cerrada, me aterraba incluso de día.
Atrás quedaron los años en los que cada habitación la ocupaba un stagier diferente, por puro capricho de Jacques, y veíamos deambular a gentes de todo el mundo. Yo había acabado por ocupar una de esas habitaciones, incapaz de volver a usar la que era nuestra, desde mucho antes de que él decidiese marcharse solo y dejarme atrás, para como él decía "vivir un poco". ¿No había sido vida lo que había tenido hasta ese momento? Nunca he comprendido ese tipo de frases, como: "necesito saber quién soy" y el resto de los estereotipos que la gente empieza a soltar pasados los cincuenta.
Para mí, eso implicaba que los cincuenta años que llevabas a tus espaldas, no habían significado nada, que poco menos que habías estado haciendo el ensayo general de una obra mediocre, para darte cuenta de que, en realidad, querías interpretar a Hamlet. Siempre he hecho lo que me ha dado la gana en la vida. Me he equivocado, sí, muchísimas veces, pero nunca por no haber vivido, de modo que los argumentos de mi marido me parecieron tan vacíos, como en otras ocasiones, una justificación simple de un problema aún mayor.
Dejé mi ciudad, a mi familia, mi tierra, con diecinueve años para perseguir un sueño. Me esforcé, trabajé duro, me enamoré, lloré, reí, sufrí, me equivoqué mucho, y también acerté mucho. Cambiaría cosas, por supuesto, pero ya habían pasado, y no podían cambiarse. No necesitaba a estas alturas averiguar quién era yo. Jacques, sin embargo, cumplió los cincuenta y cinco y decidió que ya no quería cocinar nunca más. Que su legado, como él lo llamaba, debía permanecer tal cual. Decidió que bastante había dado ya a la gastronomía, como para seguir, y se limitó a comprobar cada día en el pase que todo seguía impertérrito.
Perdió la pasión y también una parte de sí mismo ese día, y jamás habló conmigo sobre ello, a pesar de que intenté hacerlo en numerosas ocasiones. En los años posteriores, la cocina parecía la misma, pero no lo era. Cuando alguien se atrevía siquiera a proponer un plato nuevo, se encontraba con la ira y el vacío de Jacques. Eso se aplicaba a todos sin excepción, incluso a mí. Dicen que con el tiempo el ser humano se acostumbra a todo, y así me ocurrió. Pasé de ser fuego en la cocina, para convertirme en un autómata que repetía sin interés las mismas recetas.
El día que cumplí treinta y siete años fue la última vez que recuerdo haber cocinado con ganas. Ocupaba la partida de carnes por aquella época, y había conseguido darle un punto diferente a la salsa de menta que acompañaba al cordero con hierbas. No había cambiado la receta en absoluto, no se me hubiera ocurrido meterme en un problema semejante con Jacques. Tras un hecho fortuito en el que, escaldando la menta, equivoqué el orden de la elaboración, me había dado cuenta de que el sabor de la hoja se intensificaba al hacerlo de esta nueva manera. Sin decir nada seguí haciéndola así. El resto de las salsas, eran trabajo de la partida de Luc, pero la salsa del cordero solo la hacía yo. Jacques nunca volvió a probarla, así que no se dio cuenta de la diferencia. Si lo hubiera hecho...
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Velouté
RomanceLa vida de Sol era tal y como debía ser, ordenada. Un restaurante que empezaba a arrancar, una profesión en la que había pasado casi desapercibida, y una pasión inmensa por la cocina... Hasta que él apareció. No esperaba encontrarle, a él no. No es...