Capítulo 14

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NUR

     Joder, menuda metedura de pata. Intentando hacerle ver la verdad de la situación, me había metido en un callejón sin salida. ¿Cómo se me ocurría tirar de lo que me había contado Guillaume para que se diese cuenta de lo valiosa que era? Había pasado de estar agobiada, a estar petrificada, para luego derrotarse a sí misma creyendo que no valía nada. Y voy yo a cagarla y nombrar a El Gran Chef de mierda. Ahora estaba cabreada, no solo con Guil, sino también conmigo.

     Pasamos el servicio de la noche hablando estrictamente lo necesario, para llegar a casa, cada uno por nuestro lado, a pesar de que le ofrecí llevarla en la moto, y volver al silencio. La había escuchado discutir con Guillaume por teléfono por la tarde, desde el callejón, y él también me había llamado enfadado reprochándome haber hablado con Sol del tema. Menudo jodido drama.

     Tenía que arreglar las cosas como fuese con Sol. Quería contarle la verdad, decirle quién era Rivoli, intentar que no pensase que yo lo sabía desde el primer momento, y pedirle una oportunidad. Me sorprendí a mí mismo repitiendo las palabras en mi cabeza. ¿Qué tenía, quince años? "Dame una oportunidad" era más propio de un adolescente lleno de granos al que la guapa de clase le mira dos veces. Y, aun así, quería hacerlo.

     Era la una menos diez, y me era imposible estarme quieto en la cama, daba vueltas, me tapaba, me destapaba, me levantaba, hacía series de diez o veinte flexiones, para volver a acostarme. No solo la cabeza me daba vueltas, también tenía un dolor de huevos que no era normal. En una semana corriente, ya estaría a esta hora esperando a que ella apareciese en cualquier azotea de la ciudad, la sentiría acercarse en la oscuridad, con paso firme, contoneándose.

     Le quitaría las bragas, o se las arrancaría, o me sorprendería sin ellas, y me fundiría entre sus muslos con la boca, con los dedos, con cualquier parte que ella quisiese, porque ese era yo. Qué ironía. Tanto control de la situación y al final me había reducido a un tío al servicio de sus deseos. Sí, me importaba lo que deseaba, aún sin saber que era ella. Había dejado de pensar en mí, en correrme, en sentirme tranquilo, en sentirme en la paz más absoluta, para empezar a actuar según lo que a ella le gustaba, lo que me decía su cuerpo al tocarla, lo que indicaban sus gemidos o su respiración al entrecortarse. Me había convertido en un puñetero pelele sexual, y saberlo me cabreaba, por eso no podía dormir.

     Sí, era eso, no era que no pudiese por más que lo intentase olvidarme de su sabor, no era que buscase hasta dormido, el calor de su coño perfecto, no, no era eso. No se trataba de que me negase a follar con nadie más, ni que ni siquiera me girase ante un bellezón que se me cruzase por la calle. No, no se trataba de eso. No era que la pensase día, tarde y noche, que la buscase con los ojos, que intentase entablar conversaciones estúpidas sin el mayor fundamento, ni tampoco que soñase con ella cada noche, desnuda, vestida, en la cocina, bailando en el Ging, enfadada y hasta dándome los buenos días. No, no podía ser eso.

     Me levanté de la cama, buscando refugio en la cocina. Un té me sentaría bien. Sí, con un té todo mejoraba, eso decía mi abuela, y debía de tener razón. Preparé la tetera sin encender la luz y la puse al fuego esperando que un milagro saliese en forma de infusión con la que calmarme. Pero la Ley de Murphy dice que, si algo puede salir mal, saldrá mal, y cómo no, en lugar de calmarme, el corazón me dio un vuelco al ver aparecer a Sol por el pasillo.

     Afortunadamente no llevaba la dichosa camiseta de hombro descubierto, sino unos pantalones y una camiseta de tamaño normal. Bien, por ahora estaba a salvo, ¿lo estaba? No me empalmaría irremediablemente al tenerla cerca en la oscuridad de la cocina, ¿o sí? ¡Mierda! Debía pensar en ¿qué? ¿Qué podría detener una cabeza nuclear? Porque así sentía la fuerza que me atraía hacia ella, de potencia nuclear, ultrasónica, abominable y descontrolada.

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