capitulo 5

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Valentina Carvajal

Martes, 18 de octubre de 2022
En cuanto salgo del box del quinto paciente que he atendido en me nos de dos horas, la ma no de la doctora Heredia se cierne a mi cintura como la de un pulpo y me arrastra por el pasillo hacia la sala de descanso, que está vacía cuando entramos.
—Necesito café o me duer mo por las esquinas —dice sacando sutermo.
Coge dos vasos de plástico y vierte el líquido en ellos mi entras yo me hago con un par de sobres de azúcar.
—¿Estuviste con la chica de la ambulancia?
Nos sentamos frente a frente en la mesa y Renata niega con la cabeza.
—No es eso. El vecino de arriba debe estar de mudanza y se pasó hasta las doce de la noche moviendo cosas, después me desvelé y me costó dos horas dormirme. Como hoy haga ruido un mi nuto después de las diez, te juro que llamo a la policía.
Me río y no le digo nada, yo la hubiera llamado ayer.
—Y tú, ¿qué? ¿Quedaste con Juliana ayer?
—No. No la llamé yo, ni me llamó ella —contesto sin poder
desprenderme de esa sensación de inquietud que me atenaza desde ayer.
—No hagáis eso, Valentina.
—Hacer, ¿qué? —pregunto sin entender a qué se refiere.
—Dejar que pase la tormenta sin hablar de ella. No dejéis esos vacíos. Sé que la presencia de la pelona no te gusta, pero trabaja aquí y tienes que aceptarlo. Habla con Juliana, dile cómo te sientes y que ella haga lo mi smo.
—Pues sinceramente, no sé si quiero saber cómo se siente, gitana,es algo que me aterra. Tú viste su reacción.
—¿Cómo hubieses reaccionado tú si aparece una expareja que te dejó tirada sin darte explicaciones? Y no una cualquiera, una de esas con la que estabas dispuesta a casarte.
Me quedo inmóvil tratando de poner me en situación, pero me cuesta porque para mí, la única persona importante en mi vida fue Lucía, y ella está muerta. Suspiro y la gitana hace una mueca cuando se da cuenta de que su cantinela me ha llevado hasta un lugar que también duele.
—A lo mejor tienes razón, debería hablar con Juliana y pedirle que sea sincera conmigo. Por mucho que me joda, debo aceptar que cabe la posibilidad de que todavía sienta algo por ella. Quizá pensaba que lo tenía superado, pero al volver a verla se le han despertado sentimientos que no puede controlar.
Pensarlo me hace tensarme y soltar un bufido de resignación y de impotencia.
—No seas tan dramática, joder —rezonga la gitana—. Yo no me refiero a eso, juliana me dijo ayer que te quería y yo la creí.
—¿De qué hablas?
—La cogí por banda y la amenacé un poco, pero nada serio, tú tranquila —dice como si nada, y a mí me entra la risa imaginando la cara de perplejidad de Juliana, que todavía no está acostumbrada a las
amenazas de Renata .
—Te agradezco que me defiendas, gitana, pero a ser posible, no la asustes, ¿de acuerdo?
—No fue nada —le quita importancia—. En fin, lo único que digo es que si me hubiera pasado a mí, es posible que me hubiese quedado igual de descolocada que ella, y casi seguro que le habría soltado una galleta por cabrona, está claro que Juliana tiene más clase que yo.
Estamos en pleno ataque de risa tonta cuando precisamente Juliana,ataviada con esa bata blanca que esconde parte de su camisa, se asoma a la sala y nos saluda con una de sus sonrisas amables.
—¿Te la puedo robar? —le pregunta a la gitana.
—Toda tuya, de hecho, yo ya me iba.
Renata se levanta de sopetón y se termina el café con tanta
urgencia que se acaba atragantando y tosiendo como si el pecho se le fuese a partir en dos. Con la cara roja como un tomate, tira el vaso a la basura y pasa por el lado de Juliana dándole una palmada en el hombro .
—¿Puedo?
Juliana señala el sitio de la gitana desde la puerta al mismo tiempo que arquea una ceja con aire inofensivo.
—Claro.
Estoy dando el último sorbo a mi café cuando al pasar por mi lado se detiene, y después de mirar hacia la puerta comprobando que no hay nadie, se inclina sobre mí y arrastra mi cabeza hacia atrás, apoyando la
frente sobre la mía hasta que tengo el ángulo correcto para que me pueda besar en los labios. El cosquilleo es inmediato y se mezcla con la angustia que me provoca el miedo incontrolable que tengo de perderla. Su mano aparece en mi mejilla acariciándome antes de besarme otra vez de forma más intensa.
—Siento lo de ayer, Valentina. Fue todo muy raro.
—Lo sé —digo cuando rodea la mesa y se sienta frente a mí.
—No me llamaste —dice con cara de póker.
—Ya. Tú a mí tampoco.
Juliana sonríe y se lleva la mano al mentón mientras me observa de ese modo divertido que me hace sonreír aunque esté molesta.
—¿Qué?
—Que esto no puede ser, Valentina. Yo no te llamé porque pensaba que estabas enfadada, y tú no me llamaste porque tu orgullo no te lo permitía, ¿me equivoco?
—Para nada —admito, y vuelve a entrarme la risa.
—No dejemos que pasen estas tonterías. Si nos enfadamos se habla, yo no me escondo y tú no rehúyes, ¿de acuerdo?
Juliana extiende la mano por encima  de la mesa y se la cojo para cerrar el trato. Después ya no la suelto y el aire se me escapa de los pulmones a trompicones. Ella es la única persona que me hace sentir segura siempre, incluso ahora que siento que hay una amenaza orbitando
a mi alrededor. Mi novia, que a veces creo que es adivina y que sabe
leer dentro de mí mejor que yo misma, se levanta de su sitio, vuelve a mi lado y me pasa el brazo por enci ma del hombr o antes de darme un beso intenso en la mejilla.
—Te quiero mucho, Valen —susurra, y la angustia me estruja la garganta en ese momento.
Asiento y subo la ma no hasta que puedo acariciar su rostro para dejarle claro que yo también.
 —Solo te pido un poco de paciencia, ¿vale? —sigue hablándome al oído—. Necesito adaptarme a la nueva situación y también a ella.
—¿Me pides que no te agobie?
—Te pido que no te estreses si me ves hablar con ella.
Ahora me coge del mentón y me clava la mirada con tanta
intensidad, que los ojos se me anegan de lágrimas. Desde que logré explotar aquel día y dejar salir todo lo que tenía dentro, estoy más sensible de lo normal y todo me afecta de manera desproporcionada.
Jimena, la psiquiatra a la que todavía sigo viendo, dice que es normal,que se me irá pasando poco a poco y que cuando me quiera dar cuenta,conseguiré controlar más mis emociones. Ahora l amento que ese momento no haya llegado todavía.
Juliana me mira con devoción y me sonríe recogiendo esos
charquitos con los pulgares antes de besarme otra vez y que alguien nos interrumpa carraspeando en la puerta.
—Ya sé que eres la jefa —dice Guillermo con aire chulesco—, pero tengo que llevarme a tu chica, hoy parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo para darse golpes.
Juliana me besa en la cabeza y se aparta para que pueda levantarme,después me coge de la mano y da un tirón para pegarme a su cuerpo y poder susurrarme.
—Cuando salga voy a tu casa, ¿te parece bien?
—Claro, haré comida para las dos.
—Gracias —dice antes de despedirme con una mueca de cariño.

LATIR DE UN CORAZON 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora