CAPITULO I

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—El Sr. Uno lo  recibirá en un momento.— dijo una voz a mi izquierda.

Abro los ojos tan lentamente como si me hubiese dormido durante horas. Me hayo sentado sobre una banca muy incómoda, mi espalda esta encorvada y adolorida como si me hubiese pasado un automóvil por encima. Intento enderezarla y escucho como truenas las vértebras de mi columna. Mientras suelto un quejido, voltee a ver a la persona dueña de la voz que me había despertado. A solo un metro de donde me hallaba sentado, estaba del otro lado de un escritorio una mujer bastante hermosa de cabello dorado, complexión delgada y caderas ensanchadas, su escote se estaba asomando dentro su blusa blanca a medio abrir y cruzaba las piernas cubiertas hasta las rodillas con una falda negra mientras escribía sobre una laptop. No pareciera una vestimenta muy formal para un día de trabajo en una oficina... o al menos, era donde creía que me encontraba.

Mi mirada rodea la habitación en la que me encuentro, averiguando como había llegado allí o cuánto tiempo había estado esperando allí sentado. Las paredes estaban pintadas de un verde bastante desagradable, como si quisieran imitar el color del moho que crece en los pantanos; el suelo era negro al igual que el techo, ambos lisos y sin ninguna imperfección sin contar la bombilla que iluminaba el cuarto. Sin cuadros, ni ventanas, solamente dos puertas a extremos opuestos de la habitación y una única silla.

Yo me encontraba en medio de lo que parecía una sala de espera, aun sentado sobre la silla tan oxidada y sucia que pareciera que se iba a romper en cualquier instante, vestido con un pantalón de mezclilla que me quedaba grande y una camiseta manga larga color rojo igual de sucia que la silla. Casi me sentí avergonzado por lucir tan mal frente a aquella mujer.

—Disculpe... ¿podía decirme dónde estoy?— mis palabras sonaron desconocidas para mi oído, como si un extraño hubiera hablado por mí. No era ni muy grave ni aguda, solo sé que me sonaba a la de un hombre que acababa de despertarse de una larga y muy mala noche de sueño.

La mujer giró su cabeza para mirarme de frente y alcance a ver sus ojos sorprendentemente verdes y su rostro sin alguna imperfección. Ella suelta una ligera risa antes de volver a su escritura. Sin duda era la mujer más sexy que pudiera recordar... ojala y pudiera recordar a alguna en este momento.

—Siempre con la misma pregunta, cada vez son más pendejos los que tengo que tratar.— dice la chica mientras niega con la cabeza sin dejar de teclear sobre la computadora portátil.

Eso realmente me confundió, aparte del hecho de no poder siquiera recordar el rostro de alguna mujer. Tenía el concepto bien claro en su cabeza y recordaba haber tenido encuentros con muchas de ellas... pero eran ideas vacías y sin rostros o sonido dentro de ellas. Casi como si fueran espejismos o algo producto de su imaginación.

—Oiga... no entiendo qué me quiso decir con eso, pero creo que realmente necesito saber qué está pasando aquí. ¿En dónde estoy? ¿Quién eres y por qué estoy vestido así?— De repente mi cabeza se llenó de las peores posibilidades. —¿Por qué no recuerdo nada... acaso me están drogando? Si... ¡si me están secuestrando, te advierto que llamaré a la policía!— dije en tono de advertencia con la secretaría que agotaba mi paciencia y llenaba de incertidumbre mis pensamientos.

La mujer suelta un largo suspiro, como si estuviera cansada, y nuevamente interrumpe su escritura para voltearme a ver con gesto de pocos amigos.

—Ya te dije que el Sr. Uno te iba a recibir en un momento, está ocupado con otro sujeto como tú ahora. Así que quédate sentado y deja de portarte como un niño llorón para que no tengamos problemas—

Los modales no estaban entre su lista de atributos y termino por pararme de la silla para caminar hasta el frente del escritorio. Me detengo a escasos centímetros de éste y recargo una mano sobre su superficie.

—¡Escucha, ni creas que voy a dejarme llevar por tus tontos juegos solo porque te vistas provocativa frente a cualquiera que se siente en esta sala! Dime dónde carajos estoy, quién demonios es ese tal Sr. Uno del que tanto hablas y qué quieren ustedes de mí.— grite sosteniendo la mirada fija en los ojos de la chica sin tener respuesta alguna más que una sonrisa burlona.

—Si eso quieres... el Sr. Uno te recibirá ahora.— ella me empuja con más fuerza de la creí posible que tuviera y cerré los ojos al sentir el impacto del empujón contra lo que chocase detrás de mí.

Caigo rendido sobre una silla distinta a la que estaba antes, está tenía donde recargar los brazos y abro los ojos para descubrir que todo el escenario cambio a mi alrededor. Las paredes eran azules y oscuras, como la noche a punto de perder el último rayo de luz del día, el techo y el piso cambiaron a ser blancas pero en un estado deplorable y lúgubre. Lo que más me había sorprendido, es que aquella atractiva pero violenta secretaría había desaparecido y dejado en su lugar a un hombre bastante obeso de poco parecido. Se rascaba la barriga que sobresalía de su camiseta gris con cuello de un tono más oscuro, sudado y mal oliente. Su rostro, al contrario de la secretaría, era simplemente feo con esas verrugas en la frente, nariz ancha y grasienta y su escaso cabello oscuro. El hedor del sujeto cubría toda la habitación y me aprieto la nariz para evitar seguir respirando aquel putrefacto aroma.

—Veamos... veamos... ¿quién tenemos aquí ahora?— dijo el hombre con una voz grave que reflejaba sus pocos ánimos de estar detrás de un escritorio. Abre un cajón de su escritorio y saca un formulario en blanco y una pluma de tinta negra.

——Oiga... ¿¡Qué acaba de pasar!?—— dije alarmado por el cambio tan repentino y con una lista nueva de preguntas que atormentaban mi cabeza: ¿cómo fue que me movieron de otra habitación a ésta? ¿Por qué estaban jugando a que era un cliente en una oficina si realmente era un secuestro?

Aquel hombre seguí viendo el formulario sin dirigirme la mirada mientras escribía garabatos sobre el papel.

 –Seguro eres otro imbécil que se cayó por error y estarás preguntando qué haces aquí, quién carajos soy yo,  por qué un hombre horrendo como tú tiene esa cara de idiota...— la lista de preguntas e insultos seguía hasta que decidí poner un alto al discurso del quién creía podría ser el Sr. Uno y solté un manotazo a la silla mientras alzaba la voz.

—¡Cállese usted, mendigo marrano! No sé quién mierda es usted, ni cómo la vieja estúpida me metió en este lugar... ¡pero estoy dispuesto a llamar a la policía para que se encarguen de ti y de la pendeja esa por secuestrarme!— grite en medio de mi desesperación intentando llamar la atención del Sr. Uno.

Durante un silencio incómodo y prolongado, ambos nos quedamos callados y soltar ningún sonido además de mi respiración acelerada por el arrebato de hace un minuto. El Sr. Uno fue el primero en romper el silencio con una carcajada desagradable y ruidosa, estrellaba su mano izquierda contra el escritorio una y otra vez mientras que se retorcía de júbilo frente a mi advertencia.

—No puedo creerlo. ¡Estás más pendejo de lo que creí!— y siguió con su risa, que cada vez se volvía más insoportable.

Apreté mi mandíbula, conteniendo mis ganas de soltar un puñetazo en su cara. Si estos sujetos me habían secuestrado, podría haber matones con ellos y si le hería me iría peor. No tenía respuesta de ninguna de mis preguntas y empecé a pensar que todo era solo una pesadilla de mal gusto. Sostuve mi cabeza con ambas manos, intentando razonar y recuperar la calma dentro de mí. Al perecer el Sr. Uno estaba terminando su nada disimulada burla y respiro profundamente para abrir un cajón de su escritorio para buscar algo dentro de él.

—Bueno... bueno... Si tanto quieres las respuestas, te las daré.— saca del cajón una pequeña revolver plateada y apunta directamente a mi cabeza.

El pánico volvió a ganar terreno dentro de mí sin poder mover un musculo frente al arma. Las piernas me pesaban, mis brazos estaban petrificados y mis ojos fijos en el agujero de la pistola. Mi corazón golpeaba mi pecho tan rápido que creía que se me iba a salir. Lo último que escuche fue el eco del estallido del revólver.

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