CAPITULO VII

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Me sorprende mi capacidad para quedar en ridículo.

Ya sea con un pecado capital o con 100 pecadores que claman un discurso que me haga quedar bien con ellos después de emocionarlos con un recuerdo de 5 segundos que no valía la pena. Me paré frente a la barra, visualicé la primera botella de licor a la mano y la levanté por encima de mi cabeza. La multitud enloquece y nuevamente revivo una imagen del momento en que tenía 7 años, mientras jugaba futbol con un niño poco más alto que yo... se sentía la euforia y la ansiedad de impresionar a quién tenía frente a mí. No esperaba un agradecimiento al premio de actuación o de caridad, pero la mejor y/o peor idea que se me ocurrió fue la que dije:

—¡Púdranse en el Infierno!— grite con una sonrisa nerviosa en la cara, queriendo tomar a chiste la maldición que acababa de invocar.

Mi plan parecía un retundo fracaso, pues no lo tomaron a broma la mayoría de los sujetos frente a mí. La mayoría se veía al par de Lucius, pero sin un gramo de carisma en sus rostros. Me pareció escuchar algunos murmullos e insultos que me parecieron familiares y luego explotaron en un grito en común.

—Ehhhhhhhh... ¡PUTO! — fue como sentirse en casa de nuevo, pues todos volvieron a su afán de empujones y tragos que dejarían a uno en la inconciencia.

En seguida, lleve la botella a mis labios y, en efecto, me supo a ron. Supuse que, entre todas las botellas, no escogería la de mi bebida favorita... aunque no estoy seguro de como recordaba eso. Pero en seguida me separe del vidrio frio y embriagante, porque recordé que si llego a quedar dormido antes que todos aquí, podrían jugarme alguna broma como rallarme la cara o hacer que moje mis pantalones. No estoy seguro si la violación estaba entre la lista de crímenes que hizo alguno de ellos mientras vivía, así que procuré no emocionarme mucho por el alcohol y empecé a deambular entre mis compañeros.

Mientras unos se volvían a golpes, otros se abrasaban y cantaban alguna canción en un idioma extranjero que desconocía. Al parecer lograr hacer amistades a base de los recuerdos que obtienen de las torturas, otra forma de soportar el sufrimiento eterno es tener un amigo o al menos alguien a quien darle una paliza. Y pensando en ellos, recorro el bar en encuentro de Lucius pero sin mucho éxito y me acerque a un grupo de tres sujetos que parecían estar apartados de la fiesta que se vivía. Levante la botella que tenía en mi mano, ofreciendo un trago para no parecer descortés al interrumpir su conversación. Pero no parecían tener sed en lo absoluto, dos de ellos estaban de pie y dirigieron sus miradas hacía mí.

—Así que, novato, ¿te dio risa el que estemos en el Infierno por toda la eternidad? ¿O es que quisiste lucirte porque no enloqueciste con la terapia del Sr. Dos? Ah, espera... te desmayaste. — dijo uno de los pecadores que se reía mientras rascaba una barba bastante mal cuidada y una cabeza calva. —Reverendo marica, no aguantas ni una sesión en las Cámaras. Acabaras suplicando y llorando por tu mami...—

—No seas tan malo con el chico, si le hubiera tocado el Sr. Cuatro se hubiera podido salvar...— dijo defendiéndome, otro tipo de piel tostada y risos oscuros, antes de ser interrumpido por el tercero.

—Pero llegó sin recuerdos, no podía sobornarlo si no tiene nada de valor que darle a cambio de una patada en los huevos. —dijo el último que, a excepción de sus amigos, estaba sentado contra la pared de la habitación con la cabellera pelirroja hasta los oídos, su piel pálida le daba un aire inocente pero su voz... era bastante dura y algo sombría, como si estuviera cansado o molesto. Esta vez, movió su mirada hacia mi cara, sudada y temblorosa de los nervios —Cuatro exige un pago que nos pese dejar ir, como un lindo recuerdo en el parque, para que su turno en la Cámara de Castigo no te lesione de gravedad. Aunque las heridas desparecen el dolor se hace presente y preferimos evitar esa parte... pero creo que ya lo descubriste.—

Trago la saliva que tenía retenida en mi boca, de verdad me pone los pelos de punta los conocimientos que este tipo tiene de cómo funcionan las cosas. Como si hubiese estado aquí desde hace siglos, y no descarto esa opción. Hablaba igual que un veterano de guerra pero lucia tan joven como yo, su carácter lo tomé demasiado maduro para alguien que tuviera mi misma edad, lo cual me daba escalofríos.

—Yo... ya pasé por eso.— dije poniendo mi mano libre sobre mi muslo y bajando ligeramente la mirada —No sabía que podías sobornar a un pecado, tomaré eso en cuenta la próxima.—

El chico pelirrojo se levanta apoyándose sobre la pared, da un paso al frente mientras que sus acompañantes le siguen por detrás. Al igual que una escena de una gánster con sus guardaespaldas, se acercaron todos al mismo tiempo y se detuvieron a menos de un metro. El jefe ofrece su mano y la aprieto temblorosamente.

—O'Reilly, Josh O'Reilly. — Dijo con su típico tono autoritario, me recordó bastante a la voz del Sr. Dos, ambos sabían cómo hacerme temblar las rodillas.

—Joan... sin apellido. — me esforcé en no tartamudear, solté su mano y observé al resto del grupo.

—Jack.— dijo el barbudo.

—Ronaldo. — siguió el chico de risos.

Hubo un minuto de incomodo silencio entre los cuatro, hasta que Josh termino por romperlo.

—Bien... espero que te cuides, Joan. Porque estarás encerrado aquí por un largo rato. — acto seguido, dio un chasquido de dedos y sus guardaespaldas se movieron hacia la barra, pero él seguía de pie frente a mí —Nos veremos pronto, te lo aseguro.

No sé si tomarlo como despedida... o como amenaza. Retrocedí la escena de toda la conversación para averiguar si lo había ofendido de algún modo, tal vez no les gusta el ron que les ofrecí. Sin encontrar respuesta alguna, voltee a ver al misterioso trio en la barra, apartando a todos los pecadores de allí sin siquiera tocarlos. Se notaba que les tenían bastante respeto... o miedo.

—¿Qué te pareció O'Reilly? — dijo por atrás de mi un acento que empezaba a reconocer entre el ruido de la multitud.

—Parece algo... aterrador.— le contesté a Lucius, que venía con una botella proporcionada a su tamaño.

—Es un buen tipo, pero por algo le tenemos respeto. ¿Puedes decirme por qué?— preguntó pero con la mirada desviada hacía la barra.

Me hubiera gustado tener una pista acerca del misterioso pelirrojo, pero la primera respuesta suele ser la correcta esta vez.

—Es el único que recuerda su apellido, ¿no es así? Ni siquiera tú me has dicho el resto de tu nombre, es porque...— y vuelvo a ser interrumpido por él.

—Es porque Josh O'Reilly ha estado en las Cámaras de Castigo más veces que nadie en la Caja, incluso más veces que los que llevan siglos en el Infierno. Se dice que ha soportado los peores castigos que pueden imaginarse los 7 pecados capitales y que puede recordar casi toda su vida en la Tierra. Por lo tanto, es alguien muy influyente en el Infierno... lo peor es que es tan engreído, que luce su cabello anaranjado como si fuera una corona de fuego. Ya sabes, por las historias esas de la caverna en llamas. ¿A quién se le habrá ocurrido eso?—

Me quedé sin palabras, tuve el honor de casi ser asesinado por la Pereza, ser torturado por la Vanidad, ser humillado por un público lleno de pecadores y conocer a Al Capone del Infierno... un primer día muy interesante para el resto de mi muerte.

El MerecedorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora