CAPITULO IV

33 3 2
                                    

Aparentemente, el Infierno era justo como me lo esperaba: un lugar donde te torturan y te causa desesperación con el simple hecho de estar allí. Dentro de la Cámara de Castigo no había ni una sola pisca de luz, ni siquiera 'podía distinguir el contorno de la puerta por donde entré, como si fuera un cubo sellado y sin salida. De repente, mi vista empezó a aclararse y alcance a ver el borde del suelo que chocaba con la pared. Me arrastre lo suficiente para poner ambas manos sobre ella y poder levantarme. Era color gris, bastante listo y sin herramientas de tortura por ningún lado. Estaba vacío. Mi primera idea era que el holgazán del Sr. Uno me había jugado una broma y ésta sería mi nueva celda o donde sea que pongan a la gente en este sitio... pero mis ideas fueron interrumpidas por un sonido que rodeaba toda la cámara.

-No creas que tienes tanta suerte chico. - escuche una voz proveniente de afuera de la caja gigante, pero no distinguía bien en cuál dirección provenía. No es la voz del Sr. Uno, ésta es más grave y tan autoritaria que me estremezca de sólo escucharla -Apenas la estoy encendiendo, cuando esté lista, empezará la diversión. Para mí, claro.-

Ya había visto ese truco antes en la segunda oficina en la que aparecí, el tipo gordo que me arrojo a esta celda había tocado la pared y se transformó en una puerta. Donde tenía recargada las manos aparecieron grilletes y quede esposado contra la pared. Mis brazos sentían como lo que me aprisionaba se movía a través de la pared, estirándolos hasta que el dolor se hizo presente en mis extremidades. Daba patadas al aire para zafarme pero era inútil, cuando más me esforzaba en salir más sentía como me rompía las muñecas por forzar los grilletes.

-Oh, miren. ¿Con qué eres un chico duro, eh? Todos lo son en su primera vez, pero tranquilo... no seré lindo contigo.- a pesar de su pensado humor, su voz seguía dándome escalofríos al sentirlo en mis tímpanos.

Tan solo al terminar su última oración, del techo aparecieron tubos de metal, unidos y ensamblados para formar lo que parecía un brazo mecánico como los que usan en una línea de ensamblaje de automóviles. Pero en vez de destornilladores, estos tenían navajas, cuchillos de cocina y tijeras rotas que se veían bastante oxidadas.

- ¡Escucha, no tienes por qué hacer esto! ¡Ni siquiera te hecho nada! ¡No sé quién eres! - lo peor que no tener respuesta fue escuchar lo que venía de aquella voz.

-Puedes llamarme Sr. Dos, un gusto conocerte pecador. Nadie es más despiadado que yo con la Cámara de Castigo, espero que no lo disfrutes... - el brazo de metal con la tijera oxidada se vino sobre mi clavando su filosa y fría navaja en mi muslo izquierdo.

Grite con todas las fuerzas al sentir como retorcía las tijeras dentro de mí para desgarrar mis músculos. El dolor quemaba toda mi pierna izquierda haciéndola temblar precipitadamente sin poder moverla a voluntad. Un cuchillo de cocina bastante largo no se hizo de esperar al perforar mi estómago. Se retorcía de la misma manera que el otro brazo y esta vez no era sangre imaginaria lo que sentía derramarse sobre mi ropa. Baje la vista y con la poca visibilidad que tenía me ayudó a ver que había perdido al menos un litro de sangre. Mi conciencia estaba en estado de shock y termine desmayándome.

Desperté acostado en el suelo, junto a la puerta Cámara de Castigo. Lo que me hizo entrar en razón era que algo estaba aplastando mi mano derecha. Por instinto, la aparte y la lleve cerca de mi pecho para que ya no la lastimara quien sea que lo estaba haciendo. Volteo hacia arriba pero sigo viendo tan borroso que veo una mancha oscura... pero mi olfato funciona y asegura quién es la persona que me está arrollando la mano.

- ¿Te desmayaste? ¿De verdad te desmayaste? No me lo creo... eres peor cada vez que te veo. - el Sr. Uno y su silla de ruedas son los culpables de mi adolorida mano.

-Eso... no es mi culpa. El Sr. Dos fue demasiado...- fui interrumpido por una mirada de sorpresa y gritos bastante irritantes.

- ¿¡DOS!? ¿Te toco ser torturado por ese lunático desquiciado en tu primer día? Ahora sí que conociste el infierno, Joan. - él me ofrece la mano, increíble que hiciera algo que involucrara ejercer algo de esfuerzo. Acepto la invitación y, tomando su sudad mano, me levanto solo para retorcerme de dolor en el estómago. Sin sangre, ni cicatriz o puntadas. Ninguna evidencia física que pruebe que haya sido apuñalado, pero el dolor seguía allí.

-Debo acostumbrarme a esto... - dije asqueado con la imagen de mis tripas apunto de redecorar la Cámara de Castigo. - ¿Y tengo que volver allí? ¿Tan importante es para ustedes que consiga mis recuerdos? ¿Qué sacan de todo esto? - Ya me habían disparado, apuñalado y hecho perder la conciencia, si me iban a volver a torturar para conseguir las respuestas, estaba dispuesto a recibirla.

-Eres muy molesto chico, el tour todavía no termina y seguiré respondiendo algunas de las preguntas que tengas. Es tu primer día y solo estoy obligado a darte las bases, después te valdrás por tu propia cuenta. - dijo antes de jalarme de regreso a empujar de su silla de ruedas.

-Tomaré eso en cuenta... ahora, ¿a dónde vamos? - aguante las ganas de tirarme al piso y llorar de la agonía que tenía en medio de mi cuerpo, respiré profundamente y tiré de la silla.

-A nosotros no nos interesa que puedan recordar, sino es una recompensa por su arduo trabajo al resistir nuestras torturas. Les damos el bar, los sillones y tanto lujo para que estén conformes mientras esperan su turno en las Cámaras una vez a la semana. Y si te preguntas por qué les devolvemos sus recuerdos de cuando estaban vivos, las respuesta es muy clara aun para un cabeza hueca como tú...- hace una pausa esperando que le respondiera pero me quedé callado temiendo estar mal. -De veras que eres idiota, ¡piensa niño! ¿Por qué un enfermo tiene fotos de su familia cuando está a punto de morir? ¿Por qué los soldados llevaban a la guerra un poema que les escribió su novia? ¡No te quedes callado, ni yo soy tan perezoso! - gritó impaciente.

-Les da esperanzas... los conforta pensar que tienen a sus seres queridos cerca de ellos. - dije dando con la respuesta que tan imploraba y resulta que era tan sencilla que me regañe por pasar por tanto sufrimiento para averiguarlo. -Claro, aunque toda tu familia estuviera aquí... no podría recordarlos y te sentirías solo y sería... -

-La más grande de las torturas, ¿no es así? - dijo un tanto reflexivo el hombre, que miraba al frente sin mover un dedo. -Nuestro jefe puso esas reglas, no para ayudarles... es en realidad una tortura que está fuera de nuestra labor. Se castigan ustedes mismos buscando una luz dentro de una fosa llena de amargura. - me detuve de empujar la silla sintiéndome realmente abandonado y deprimido. Ya no tenía la vida que solía tener, ahora era un pecador más que no iba a lograr nada estando atrapado en el Infierno.

-Eres... un maldito demonio...- dije casi sin fuerzas y pensé que iba a desmayarme para nunca despertar.

-Chico... te tardaste en darte cuenta que no soy humano, pero no me compares con leyendas tan absurdas como esas que no me llegan a mis sudorosos tobillos. Soy más que un demonio, estoy por arriba de muchos de los males que atormentan al mundo de los vivos... - Dijo dirigiéndome una fría y amenazante mirada directamente a los ojos -Soy un pecado capital: soy la Pereza.

El MerecedorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora