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Bambam caminaba decaído por los pasillos de su universidad. Apenas y podía concentrarse en los últimos días. Había hecho desproporcionadas siete de las prendas que presentaría como evaluación y ahora tenía menos de una semana para corregirlas o de lo contrario corría el riesgo de desaprobar la materia. Mentía cuando le decía a Jinyoung o a Wonpil que todo estaba perfecto, nada lo estaba desde hace un par de meses. Se sentía solo y frustrado, parecía que sus amigos estaban avanzando en la vida mientras él seguía atascado. Sabía con exactitud que si se atreviera a expresar sus pensamientos en voz alta probablemente le dirían que no se preocupara, que era demasiado joven aún, pero a sus 21 años no había logrado nada. Ni siquiera se acercaba un poco a ser el mejor de la clase. A veces sentía que se había convencido de que ser diseñador era la vocación a la que estaba destinado sólo porque había fallado en conseguir sus verdaderos sueños.

Si lo pensaba, había fallado en cada una de las cosas que se había propuesto. Quiso ayudar a su madre convirtiéndose en idol, pero en su lugar había quedado atrapado en un país desconocido sin tener lugar a dónde ir. Si Jinyoung y él no se hubieran encontrado aquella noche quizá los dos estarían muertos. Aunque el recuerdo lo hacía reír, no era una risa de alegría, sino de pura amargura hacía la vida. En un mundo ideal ni siquiera tendrían que haber pasado por eso. Había sido tan ingenuo al dejarse llevar por un tonto anuncio en la calle. Él y su madre. Debió de darse cuenta el día de la audición que era demasiado bueno para ser real, por qué alguien en su sano juicio creería que él tenía talento.

El último abrazo que su madre le dio en el aeropuerto era apenas un recuerdo borroso al que nunca lograba darle nitidez. Cada noche antes de dormir veía su fotografía, pero añoraba escuchar su voz diciéndole que estaba orgullosa a pesar de todo, sentir una vez más ese toque amoroso sobre sus cabellos cada vez que fingía estar arrepentido luego de hacer una travesura. Ya no era ese niño inocente que dejó Tailandia con 13 años para buscar un mejor futuro, ahora era un adulto maduro. Un adulto bueno para nada. Suspiró y se dirigió a su dormitorio. Necesitaba una larga siesta para dejar de pensar.

Para Bambam era uno de esos días en los que aprovechaba para practicar su baile después de la escuela. Había terminado rápidamente su tarea en contra de sus propios deseos. En ocasiones sentía que la escuela no era más que una pérdida de tiempo, un obstáculo entre él y su objetivo de convertirse en artista. Si los maestros no fueran tan malos como para dejar tarea después de tantas horas de clase, él podría haber mejorado desde hace mucho. Sólo cumplía con esas obligaciones porque no quería ver a su mamá entristecida cuando le mostrara sus notas. Lo único que no soportaba era verla llorar.

Los últimos años después de la muerte de su padre habían sido difíciles. Siempre parecían estar en una situación complicada. Su madre hacía lo mejor que podía para cubrir todos los gastos de la casa, pero el sueldo de sus dos trabajos no era lo suficiente. Bambam había sido testigo de la forma en la que poco a poco perdía su vitalidad, la veía llegar cada día más agotada, más delgada y débil, ya ni siquiera era capaz de cargarlo a su cama por las noches como antes lo hacía. En un principio quiso engañarse diciendo que probablemente sólo estaba cansada, pero eso no era cierto, las presiones y el hambre la estaban consumiendo. Por más que le mintiera a Bambam, a veces pasaba días sin comer. Sacrificaba las pequeñas raciones para que sus hermanos y él no se fueran a dormir con el estómago vacío.

Bambam se daba cuenta, pero no decía nada, sabía que su madre odiaba las mentiras y probablemente si la confrontaba se sentiría extremadamente avergonzada después de que ella les repetía una y otra vez que la honestidad era una de las mejores virtudes. No le quedaba más que sentarse y observar. Pronto su hermano mayor tendría edad suficiente para trabajar y ayudarla. Se sentía impotente y frustrado de que él no pudiera hacer lo mismo. Por ello había dedicado su tiempo libre a ver y estudiar los viejos discos de Rain que a su madre tanto le encantaban antes. Pasaba horas tratando de imitar sus movimientos y su baile. Algún día el también sería una gran estrella y su familia nunca más tendría que preocuparse por dinero.

Ámame de nuevo | JJPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora