Consuelo

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Aun abrazaba a Sebastián, no me quería apartar de él. Sus lágrimas pararon, pero aun así este me abrazaba fuerte. No sabía cuánto tiempo había transcurrido, pero eso no me importaba, quería seguir así. Mis pensamientos fueron cortados cuando escuche que alguien había entrado a la casa, al igual que yo Sebastián lo había escuchado y se apartó de mi rápidamente. Se escuchaban los pasas más cerca, tenía miedo de que fuese mamá ¿Qué diría de Sebastián?

-Escóndete en mi armario Sebastián, apúrate.

-De acuerdo.

Justo cuando abrieron la puerta de mi habitación Sebastián ya estaba escondido. Cuando vi de quien se trataba dibuje una pequeña sonrisa en mi rostro, era mamá. Camine hacia donde estaba ella y cuando nos quedamos a unos pocos metros de distancia no pude aguantar más y la abrase con todas mis fuerzas, de verdad la había extrañado. No me quería apartar de ella, su calor, su olor a perfume, todo de ella me daba tranquilidad. No sabía que decirle, ahora que lo analizaba si me arrepentía por lo que le había dicho aquella tarde que me entere sobre el accidente de papá.

-Perdóname mamá, perdóname por todo. Por ser mala hija, por tratarte tan mal y no ser el orgullo que siempre quisiste de mí. Perdón por lo que te he dicho y por cómo te echo sentir, nunca me puse en tu lugar y te pudo disculpas por todo ello, no fue tu culpa que papá falleciera y disculpa por haberte dicho que lo era. Te quiero mamá.

Cuando levante mi rostro mi madre ya me observaba con sus ojos de cristal, una de sus manos me acariciaba el pelo con mucho cuidado.

-Está bien Adara, yo te quiero y te querré siempre, aunque pelemos. Tenemos que estar unidas y no alejarnos nunca, como tu padre quería. Tu siempre serás mi mayor orgullo, aunque no lo creas. Sus palabras eran tan calidad, no me quería alejar nunca más de ella, nunca más.

Mi madre era mi consuelo, ella siempre estuvo ahí para mí, aunque nunca lo vi. Era tan ciega en esos momentos que nunca vi su ayuda, su cariño, su comprensión y mucho menos su amor. Me sentía tan mal por ello, me sentía miserable. Siempre creía que en el mundo nadie me amaba o me apreciaba, jamás pensé en mamá o en papá. Ahora ya era demasiado tarde para disculparme con papá, pero no con mamá, aun había tiempo, pero estaba contando. El tiempo no esperaba a nadie, nosotros éramos si decidíamos avanzar o no, es como un reloj de arena. Seguía abrazando a mamá, pero una duda invadió mi mente en seguida ¿De quién era yo el consuelo?    

El fantasma que me amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora