El ocaso pintaba el cielo y mar de color ámbar mientras el sol comenzaba a extinguirse a la distancia, todos habían regresado al barco excepto el cocinero; el primero en notarlo fue el de cabello verde, pero no dijo nada hasta que su capitán lo hizo evidente.
— ¿Dónde está Sanji? – Preguntó al aire notando como todos negaban haberlo visto por el pueblo.
— Quizás se entretuvo con alguna mujer. – Habló el reno tragando saliva al ver la expresión molesta del espadachín.
— Deberíamos ir a buscarlo. – Tenía miedo de andar por aquel pueblo desconocido en la noche, pero sería valiente para buscar a Sanji. — El gran capitán Usopp lo traerá de vuelta.
— Creo que deberíamos esperar un poco más antes de ir a buscarlo, seguro que está reuniendo las provisiones para el viaje. – Aunque estaba algo preocupada debía mantenerse con la cabeza fría, no eran niños y no era la primera vez que el cocinero llegara un poco tarde.
Algunas voces llegaban distorsionadas a sus oídos, no terminaba de entender las frases que se lanzaban al aire y poco le importaba, su cuerpo pesaba como si fuera un yunque hundiéndose lentamente bajo el océano, sentía que perdería el conocimiento de nuevo, pero un golpe de agua fría contra su rostro hizo que sus músculos se contrajeran con fuerza ocasionándole dolor despertándolo por completo. Abrió uno de sus ojos notando unas botas sucias, por un momento pensó en el espadachín que parecía ser su calzado favorito. Se quejó cuando su cabello fue sujetado y tirado con fuerza obligándole a alzar el rostro encontrándose con un marino; fue en ese momento que recordó como es que había sido engañado por aquella dama, frunció el ceño e intentó defenderse, pero descubrió que se encontraba arrodillado atado con sus manos tras su espalda.
— No me toques, maldito. – Dijo molesto y no pudo hacer más que cerrar los ojos y apretar la mandíbula cuando un puñetazo llegó a su rostro. La acción se repitió un par de veces hasta que su cabello fue liberado y terminó de caer al suelo de lado. Escupió la sangre que se había acumulado dentro de su boca y sonrió dejando que el marino notara como aquel liquido rojo manchaba sus dientes. — ¿Eso es todo lo que tienes, bastardo?
No estaba seguro de cuantas veces había sido pateado en el suelo antes de perder el conocimiento, para cuando estuvo consiente de nuevo notó que ya no estaba en el suelo. Sus pies descalzos estaban apoyados sobre el frio y húmedo suelo mientras sus brazos se encontraban estirados hacía arriba. Alzó la mirada notando como sus muñecas estaban juntas fuertemente atadas por unas cuerdas y sostenidas por un gancho para evitar que bajara los brazos o cayera al suelo. Miró alrededor tanto como le permitía su campo de visión; parecía ser un simple calabozo, como era de roca y no de madera se sintió un tanto aliviado, ya que no se encontraba en un barco, así que podría buscar la manera de escapar. La pesada puerta de madera que se encontraba a dos metros de él se abrió dejando ver al mismo bastardo que le había golpeado.
— ¿Qué pasa? ¿No tienes nada que decir? – Se burló mientras ajustaba un par de guantes con malla metálica en sus manos. — No te preocupes, no te mataremos, pero tenemos que divertirnos un poco, ¿No crees?
Sanji no dijo nada mientras el otro se acercaba sonriendo con burla, casi sentía lastima por ese maldito idiota, seguro era un novato que no tenía idea de su estilo de pelea, que le atara las manos y dejara libres sus piernas era un error que nunca olvidaría. Bajó la mirada por un momento a los pies del marino para contar sus pasos, solo tendría una oportunidad para atinarle un buen golpe, su vista subió de nuevo al rostro del marino y no pudo evitar sonreír cuando se encontró a una buena distancia. Entrelazó sus dedos y colgó su peso sobre el gancho que evitaba su caída, de un rápido movimiento giró un poco su cadera para dar una patada en la mandíbula de un sorprendido marino. Disfrutó de como el hueso cedía y su rostro se giraba hacía un lado antes de caer inconsciente al suelo.
— A ver como hablas ahora maldito. – Se burló antes de escuchar pasos, tenía que ser rápido, quizás saltar para hacer que la cuerda que mantenía sus muñecas juntas pasara por encima del gancho, pero no pudo llevar su plan a cabo al sentir su muslo arder tras la ruidosa detonación que le hizo dar un respingo.
— Espero que me dejes unirme a la diversión. – La mujer que le había engañado se acercó con un arma en mano mientras miraba al marino que yacía en el suelo. — Debes portarte bien, a ninguna mujer le gustan los hombres desobedientes. – Pegó el cañón del arma a la barbilla del rubio quien solamente tragó saliva.
— Lo siento mi hermosa dama, pero ese animal parecía querer morder y tuve que defenderme. – La risa de aquella mujer le dio escalofríos, se tensó al sentir como la mano de ella se deslizaba por su pierna hasta detenerse en la herida de bala que había atravesado su muslo.
— No lo diré dos veces. – Hundió parte de su uña en el agujero que había dejado la bala al entrar y sonrió satisfecha al ver la expresión de dolor en el cocinero que mordía sus labios para no gritar. Retrocedió lo suficiente mientras otro marino se acercaba, pudo ver las claras intensiones del rubio por patear de nuevo y creyó que tendría que darle otro tiro, pero al atravesarse entre el marino y el rubio notó como desistió de atacar. — ¿Por qué te detienes? – Preguntó mientras Sanji bajaba su pierna. — No me digas que eres un caballero. – Río de nuevo ante lo fácil que sería entonces someter a aquel sucio pirata.
Sanji a penas y podía mantener los ojos abiertos, el dolor y ardor sobre su espalda comenzaban a disminuir al tiempo que comenzaba a quedar inconsciente, sin embargo otro latigazo se estrelló contra su ya magullada espalda, no pudo aguantar y terminó por soltar un grito de dolor. Las marcas hinchadas en su espalda desnuda ardían cuando su propio sudor tocaba sus heridas abiertas, quería matar a todos los presentes, pero había mujeres entre quienes le torturaban. Tembló levemente al escuchar como se movía el látigo que desde hace minutos se estampaba contra su piel desnuda ya que los marinos solo le habían dejado con sus pantalones puestos.
— No tienes permitido dormir. Aún tenemos mucho tiempo para divertirnos.
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Muchas gracias por leer~
Lamento la demora, intentaré terminar el capítulo que sigue.
Nos leemos~
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Skande.
FanficQuizá no todos los alfas eran malvados, quizá no todos los omega eran débiles. Todos los personajes pertenecen a Eiichiro Oda