Parte 8

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Tras años de explotación laboral y cansancio acumulado, Nanami había dominado el hábito de dormir cada vez que tenía la oportunidad. Ya no importaba qué tan fuerte estuviera la cumbia en el camión de regreso a su casa ni el reventón en la casa de sus vecinos.

Sin embargo aquel ruido con el que era poco familiar, aún mientras dormitaba luchando por ignorarlo, le hacía dibujar una nueva de inconformidad en el rostro. Finalmente abrió los ojos buscando el origen por todos lados; La criatura que había recogido de la calle lloraba enérgicamente en el asiento trasero y Satoru no estaba por ningún lado.

Nanami nunca tuvo hijos ni los planeaba para pronto, con su miseria de salario ¿cómo?, apenas se mantenía a sí mismo, ni siquiera se había dado el lujo de tener alguna mascota.

Con cuidado reclinó el asiento para poder sujetar al bebé, el pequeño le extendió los brazos de una forma casi suplicante. Las palmas de sus pequeñas manos estaban muy frías al tacto, su ojos húmedos se nublaban con una mirada agotada llena de angustia, sus labios, secos, temblaban en medio de un llanto ronco y entrecortado.

La criatura casi podría desvanecerse en el suave abrazo del único adulto que se había preocupado por su bienestar en un largo tiempo.

Mientras lo abrazaba contra su pecho, usando una voz suave intentando calmarlo. "Ya pasó, ya pasó. Ahora estarás bien". Le acariciaba la espalda a la par. Se preguntaba por el tipo de vida que había llevado el infante, no eran un bebé pequeño pero si estaba delgado. Si tuviera que adivinar la edad, diría que seis o tal vez siete meses.

Con el paso de los minutos por más que intentó no pudo calmarlo. Razonó entonces que el bebé tendría hambre.

Casualmente la puerta del conductor se abrió, Nanami dirigió la mirada allí.

Cómo si fuera el momento más oportuno; "Nanami, ¿Quieres cenar?". Satoru volvió, meneando un envase de goma espuma frente a sus ojos.

Y microsegundos después sacó su teléfono tomando muchas fotos de su copiloto. Aturdido Nanami se ocultó del flash con la mano.

"¿Qué crees que estás haciendo?"

"Es solo un recuerdito de hoy, prometo que no lo compartiré con nadie. Mamamin"

El rubio frunció el ceño. "Borra eso ya".

Satoru pretendió hacerlo. Recuperará las fotos fácilmente en la papelera más tarde. Así que entra en el auto aún insistiendo en ofrecerle algo qué comer.

"Esto es de un local que me gusta mucho, está cerca de mi casa así que voy siempre".

"¿Qué? ¿Cerca de tu casa? ¿Por qué no me llevaste a la mía?"

Satoru se encogió de hombros en su asiento.

"Estabas dormido y no quería despertarte. Además creo que escuché balazos. No voy a regresar ahí, no me pidas que te lleve de regreso ahí, por fi..."

Nanami suspiró. Solo esperaba qué no le volaran un cristal de nuevo porque el cabrón del casero se lo iba a querer cobrar.

"Bien...¿Qué trajiste ahí? Necesito darle algo de comer a este niño."

Satoru abrió aquél en envase que traía en las servilletas el estampado de algún local, eran un par de tamales.

"Compré suficientes. Así que dale uno al morrillo para que chupe o algo".

"¿Cómo se te ocurre?"

"No, no." Satoru intervino con un ademán de manos, negando. "Claro que puede comérselo, es vegetariano. Está hecho de masa libre de gluten y levaduras, tiene relleno de elote sin grasas trans ni lactosa."

Nanami arrugó el rostro sorprendido ante tal crimen de odio a los tamales, miraba con gran extrañes el producto.

"¿por qué comprarías esto?", se cuestionó seriamente.

"Es que estoy a dieta". Respondió Satoru, con un tono ridículo mientras presionaba sus mejillas rellenas con los puños.

Le daba igual. También tenía hambre. Pero ese color pálido, el tamaño sin chiste, no le daba confianza. Tras una probada, descubrió que tampoco tenía sabor. No sabía si le impactaba más probar un tamal tan sonso o el hecho de que Satoru fuera capaz de comer esa porquería como si nada.

Pensó que darle algo tan malo a la criatura ya contaba como otro tipo de maltrato. Iba a devolverle el tamal y aunque sonara como un méndigo, le pediría otra cosa que ya le pegaría de regreso cuando le cayera la quincena. Sin embargo, un pequeño tirón lo detuvo.

El tamal que quedó suspendido en el aire mientras contemplaba su terrible sabor, ya estaba en la boca de la criatura. Usaba ambas manos para sujetarlo mientras succionaba el borde con las ansias de un barado sediento en el desierto. Nanami bajó la guardia dejándolo ser porque parecía que podía comerlo, ya qué, de alguna forma, se aferró fuertemente a la comida.

Satoru apreciaba que a alguien más le gustaran sus chingaderas de comida orgánica, la última moda. Por lo que lo sentó en su regazo y continuó alimentando al pequeño muerto de hambre hasta que acabó con unos cuatro tamales seguidos. Le había dado uno tras otro hasta que el pequeño humano ya estaba más que lleno, avisando con un gimoteo quejoso seguido de pequeños sollozos.

Satoru no tenía experiencia, real, cuidando niños. Su compadre nunca le habría dejado a sus hijas para algo más que un momento de juego supervisado, por esta razón su especialidad eran las payasadas. Se decidió a recuperar el buen humor del bebé, haciendo caras tontas y agitándolo al ritmo de una canción de cepillín; "En el bosque de la china". El bebé rió y disfrutó del entretenimiento durante un rato iluminando el alma incomprendida de un adulto que sólo hallaba entendimiento con un pequeño humano de igual edad mental.

Se divertía sin duda, con su pequeña audiencia que le aplaudía. Sin embargo, Satoru se emocionó demasiado. Agitó al bebé con más fuerza de la necesaria mientras cantaba más alto. Finalmente, el bebé, mareado y revuelto, vomitó sobre salpicando tanto a él como al interior del automóvil. Satoru se quedó atónito, con los brazos extendidos y la boca abierta, cubierto de nuevo de masa de tamal y vómito de bebé. El bebé, con algo que al afectado ya le pareció una burla, se volvió a reír. Estaba contento después de vaciar su estómago.

Nanami se llevó las manos a la boca, conteniendo la risa. Con eso, a Satoru le había parecido suficiente, arrugó la cara lleno de desagrado, asco, y aventó a la criatura molesto de regreso a los brazos del rubio.

"Esa fue una audiencia difícil", bromeó, sin inmutarse en disimular la carcajada.

Las mejillas de Satoru se tiñeron de un profundo rojo, así como se encogía de hombros, empapado, frustrado y avergonzado.

"Esto no tiene nada de gracioso, es obvio que fue a propósito"; chistó, disimulando una pequeña mirada de desprecio al infante que como si nada, alegremente estaba en los brazos de Nanami mientras este le limpiaba la boca con los paños húmedos de la guantera. Con un gesto tosco, solo extendió la mano pidiendo algunos pañuelos también.

"Si lo fue", argumentó Nanami. "Es un pequeño comediante, ¿Cómo piensas que deberíamos llamarlo?"

Satoru se limpió la cara, intentando no pensar tanto en el asunto.

"No le vayas a poner ningún nombre", dijo en un tono de advertencia. "Es como los animalitos, cuando les pones nombre te empiezas a encariñar. Después no vas a querer dejarlo ir". 

¡Papá Por Dos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora