La casa de Gojo era una mentada de madre a la clase trabajadora ¿Cómo era posible? Este hombre que siquiera trabajaría unas cuatro horas al día, unos tres días a la semana, vivía en un residencial de lujo, tenía una cochera para seis carros y Gojo humildemente comentó que le sobraba espacio para otros dos más.
La casa tenía su antigüedad, había pasado por remodelaciones según las necesidades de las nuevas generaciones pero al fin y al cabo, estaba finamente construida con amplios ventanales, un enorme y precioso jardín que parecía set novela de Televisa. A Nanami le daban escalofríos tal perfección fantasiosa. Sin embargo estaba ahí, con su castroso compañero que se regodeaba en mostrarse como un partidazo mientras olía a vómito de bebé y colonia cara.
Eso no le impedía seguir lanzando su mala labia: "Nanami, sí aceptaras a este humilde servidor, sin ningún problema, te pongo esta propiedad a tu nombre".
Antes de que siquiera frunciera el ceño, recibió un codazo juguetón en la costilla. Muestra una sonrisa amplia, cálida y amigable.
"Es una broma, yo sé que tu no venderías algo tan precioso como tu amor por algo tan mundano como una propiedad de 1600m2".
Al abrir la puerta de la casona, se hizo a un lado para que entraran Nanami y el chiquillo, que ya tenía en la mira como algo sucio y corriente. Desde una cama para perros que parecía una pequeña tienda de campaña posada en una esquina de la amplia sala, una pomerania dorada emergió, casi del mismo color que el cabello de Nanami. Usaba un vestido azul de tul junto a un brillante collar portador de un nombre tan pretencioso como ese lugar. 'Elizabeth II'. Corrió a la entrada saltando a los brazos de su dueño, dejando lengüetazos cariñosos por el rostro de este.
Parecían un comercial de Dog chow de tan enfermamente perfectos que parecían, o hasta sitcom de Disney channel. Aquel lugar no parecía el sitio para un hombre de clase trabajadora y un bebé abandonado en las calles.
"Mira, Nanami. Aquí está mi princesita" presentó a su fina perrita, más planeada y vacunada que muchos niños de clase media. Esta parecía ver no solo a Yuji con un extraño odio, sino a ambos invitados en general mientras empezaba a mostrar pequeños colmillos perlados. Sería una cosa de los perros territoriales.
"Mejor mantén a esa cosa alejada de nosotros" , respondió Nanami, cubriendo al niño con los brazos y retrocediendo un par de pasos por precaución
Satoru dio una respuesta vacilante mientras simplemente aventaba al perro de regreso al piso. Como quién deja un juguete que ya no es ni interesante ni novedoso, ordenándole que se subiera a su habitación con alguna palabra clave. "¿Ahora que sigue Mamamin?", regresó su atención al rubio.
"Deja de llamarme así, por favor".
Nanami inclinó la cara hacia abajo viendo al bebito hecho un desastre, mugroso y apestoso.
"¿Puedes prestarme una tina o algo dónde pueda bañarlo?"
Satoru se llevó la mano al mentón intentando recordar. Nunca tuvo hijos, ni hermanos que los tengan. Solo un amigo que bañaba a sus hijas en el lavadero. "¿La tina de hidromasaje de Elizabeth?", se preguntó a sí mismo. "Aunque no estoy muy seguro de cómo se usa, solamente su estilista, que viene los jueves, sabe".
Igualmente hizo un ademán con la cabeza indicando a Nanami que lo siguiera al segundo piso de la casa. Nanami ya ni se molestó en preguntar por qué aquel animal tenía tales lujos, la conclusión más lógica sobre tal tema es que dada la personalidad de Satoru, la cual no había cambiado ni un poco por los años, probablemente andaba llenando vacíos, convirtiendo a aquel animal en un ser igual de mimado y privilegiado.
Llegaron a un cuarto que no tenía nada de pequeño, mucho más grande que su propio departamento. Aparentemente alguna vez fue un estudio el cual estaba acondicionado para la perrita que inmediatamente empezó a ladrar como un ser endemoniado en cuanto los vió entrar a su zona. Tenía un dispensador de agua con hielos, armario, premios, aire acondicionado y la dichosa tina que parecía más un mini jacuzzi. Satoru ya ni se inmutó en regañar al perro, lo cargó en brazos y como la tina era demasiado grande para estarla moviendo, aventó al animal fuera, cerrándole la puerta.
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¡Papá Por Dos!
HumorNanami está a punto de descubrir los límites de su paciencia, el precio de la leche nido y cuán poco es su amor al prójimo.