Desde que el fútbol para 𝗣𝗮𝗯𝗹𝗼 𝗚𝗮𝘃𝗶 se convirtió en una constelación de posibilidades, su vida se convirtió en un espectáculo cautivador para los insaciables ojos de la prensa; y los amateurs embelesados, con la intención de conocerlo más...
¿Cómo es que terminamos varados siempre? Dicen que todo es como debe ser, que todo cae en su lugar. Pero él y yo no cabíamos juntos en ningún sitio, para explicitar más, ni en la misma frase. Por alguna razón paranoica éramos un caos irresoluble que nos tenía entrelazados.
Cuando abrí los ojos y tiré mis dos brazos abiertos en la cama- completamente caída en desgracia-todos los flashes de la noche anterior golpeaban mi cabeza. Prefería reservarme de cualquier grosería y tratar con tanto fervor no enfadarme, pero acabé formando puños en mis manos, tirándolos con fuerza, pidiéndole encarecidamente a cada destello que se detuviera. Sin embargo, no cesaba porque todo era Pablo Gavi...
Mi cabeza en su hombro, él sujetándome de la cintura, recogiendo mi pelo con una mano y otra dando caricia a mi espalda, su sonrisa mientras yo estaba entre sus piernas...
Mierda. Mierda. Mierda.
Maldecí mentalmente.
Debió suceder en plena siesta cuando me puse de pie y caminé con las mangas del pantalón a rastras y los ojos entrecerrados.
—Miren quién revive —Nina habló de mi con una taza de café en sus manos.
—Buenos días, guapa—saludó Edén a su lado.
Todas estaban sentadas en la mesa, desayunaban y recomponían vivacidad.
—Me siento retadamente ridícula— abracé una almohada del diván hasta apretarla leve contra mi cara.
—¿Pero, por qué?—preguntó Aitana.
—Momento rewind de la noche— anunció la Correntina.
—Pedri y Gavi estuvieron acá— me giré quedando boca abajo en el sofa y las divisé de reojo levantarse y abriendo los ojos como platos.
