Triple dosis

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Una semana atrás a los estudiantes de 14 a 18 años se les había mandado un carnet para que sea firmada por los padres para que, con su permiso, les colocaran la vacuna contra la hepatitis. Estas serían colocadas en los hospitales públicos donde los encargados de llevar a cabo la vacunación son algunos practicantes y ciertos médicos con gran prestigio que se sumaban a la causa de poder dar estas inyecciones de manera gratuita, entre ellos, el cardiólogo Pablo César Aimar que se ubicaba en la sala especial coronaria número 10 del hospital S.A.M. Co, Pujato, Santa Fe. 

Definitivamente los padres Scaloni firmaron en aceptación, además de que la vacuna en los centros médicos privados era demasiado costosa aunque más elegida porque te la daban de inmediato, también era porque la hepatitis estaba atacando sobre todo a los adolescentes por los piercings y tatuajes en lugares no preparados para realizarlos y que no cumplen las normas de bioseguridad, por lo tanto, la vacuna ayudaría a prevenir si es que aún no tenías la enfermedad.

Una enfermera estaba llamando por abecedario lo que hacía que su tortura se estire por mil, había llegado temprano como siempre, no obstante, en los hospitales públicos los horarios se extendían por la alta demanda de pacientes de todo tipo y porque lógicamente los de urgencias estaban primero.

—Lionel Sebastián Scaloni, sala 10 —llamó una voz cantarina desde adentro de la enfermería.

Lionel recorrió el frío pasillo hasta llegar al lugar con una puerta pintada de un blanco brillante con un cartel negro que indicaba la esperada "Sala 10", ingresó sin ánimos definitivamente prefería agotar su tarde jugando al fútbol que inyectándose.

—Hola, Lionel ¿cómo estás? —dijo el que recordaba que era Pablo, ahora que Lionel lo veía de cerca y no en fotos era un poco más bajo que él y tenía orbes color avellana muy hipnóticos, revisó el resto de su cuerpo y le parecía muy atractivo, todo un Dilf.

—Bien —fue lo único que contestó el azabache debido a que estaba pensando como encararlo, su mal humor se había disipado en sus ojos.

— ¿Seguro? — Volvió a insistir. Scaloni se dio cuenta de que el doctor esperaba que él este nervioso por la vacuna y le dio la idea perfecta, decidió sacar provecho de ello.

— Sentáte en esa camilla para que estés a mi altura y pueda inyectarte más fácil, también deja al descubierto el brazo con el que no escribís.

Lionel obedeció, comenzó a remangar su camiseta del brazo izquierdo. Pablo sintió acalorarse al ver los bíceps marcados del menor, su brazo se marcaba en tres partes al hacer fuerza para arremangarse.

El menor vio como Pablo estaba sacando una jeringa nueva de un empaque plástico que demostraba su esterilización y lo inyectaba a una botellita del cual estaba succionando el líquido medio amarillo casi ámbar.

— Pablo ¿Cómo te llamas? —dijo Lionel medio entrecortado quería que el otro lo notara aturdido.

El cardiólogo rió.

— Si te referís a mi nombre completo es Pablo César Aimar— le dio una sonrisa con arrugas a los lados de sus ojos acercándose a él con los guantes quirúrgicos y la inyección la cual puso en la mesa.

— Lindo nombre —

—Gracias, el tuyo también, Lionel —dijo con la misma sonrisa encantadora mientras tomaba la bolsa de algodón y una botella con alcohol puro. Que el de rulos diga su nombre le movía varios jugadores en su cabeza.

— Esto lo vas a sentir un poco frío, no te asustes —le advirtió con calma, su voz era muy meliflua y endulzaban sus oídos.

Lionel asintió viendo como humedecía el algodón en el alcohol acercándolo a su brazo pero antes de tocarlo el pelinegro volvió a hablar.

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