Antes de que Luna pudiera oponerse, el juicio ya estaba organizado.
Simón iba a ser el juez, los otros, testigos, y Luna, por supuesto, la acusada.
Cada uno presentó un cargo contra ella: Mar de “busca roña”, Simon de “buchona”, Valeria de “trenzuda metida”. Faltaba Thiago.—De “IBM” –dijo de pronto… y nadie entendió nada–. In- mensa… Bolsa… de Mocos… –aclaró, con lo que todos largaron una carcajada.
Luna intentó protestar contra el insulto, pero no la dejaron. Si quería jugar iba a tener que aceptar las reglas que los chicos impusieran; eran mayoría.
Pero ella sabía bien cómo defenderse y no iba a perder ese juicio.Decidieron el castigo: si Luna era declarada culpable por ese tribunal, que era al mismo tiempo testigo, fiscal y jurado, se tenía que ir del sótano. Estuvieron todos de acuerdo, menos Luna, claro, pero nadie la escuchó. El juicio comenzó.
—Dale, Payasita, empezá –ordenó Simón, que se había echado una sábana en los hombros a falta de toga negra.
—¿Empiezo a qué? –preguntó Mar.
—Presentá pruebas –le dijo Simón.
—No tengo el libro para jurar –le contestó Mar. En realidad, el libro importaba poco. Mar estaba haciendo tiempo.
¿Por qué tenía que hablar primero ella? Se moría de ganas de decirle a Luna todo lo que pensaba, pero también le tenía un poco de miedo. No era fácil tenerla de enemiga. ¿Y si Luna se la agarraba con ella?Le trajeron un libro viejo. —Señorita Marianella Tallarico Rinaldi –empezó el juez–, ¿jura decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?
—Sí, juro.
—Dale, empezá –insistió Simón.
Mar no arrancaba. Eso, así, era un aburrimiento.
Luna empezó a burlarse, Valeria y Thiago se peleaban por ser los primeros y Mar no quería hablar, pero tampoco quería perder su lugar.
Finalmente, el juez pudo poner orden.—Bueno… –se largó Mar– yo digo que vos… ¡Sos una buscarroña porque siempre te metés en todo y después le echás la culpa a los demás! –dijo rapidito.
—Eso es mentira –contestó Luna.
Mar miró a sus compañeros. Había estado bien. Valeria y Thiago le hacían señas para que siguiera adelante.
—¿Me vas a decir que es mentira que empujás a todos en la fila? –le dijo.
Eso era absolutamente cierto. Hasta Luna lo sabía.
—Eso es porque me empujan los de atrás –se defendió como pudo.
—¿Sí?... Y cuando me escribis porquerías en el banco y le mamarracheás las hojas a Jazmin… ¿también te empujan los de atrás? –siguió Mar entusiasmada.
Luna no esperaba este ataque de Mar. ¿Iba a tener que contestar a todo lo que se les ocurriera? Ella tenía sus razones, claro que las tenía.
—Bueno… –empezó– yo empiezo con eso, pero porque ustedes empiezan con cargarme. ¿A vos te gustaría que te digan idiota… metida… trenzuda...? ¿Te gustaría?
A Luna se le llenaron los ojos de lágrimas.
Los chicos se quedaron callados.
Mar los miró. Era cierto: Luna era el centro de todas las cargadas, de todas las bromas, de todos los insultos. Y si le molestaban, mejor.
Era una forma de vengarse por todo lo que ella les hacía. Pero nunca la habían visto llorar por eso.—Con su permiso, Señor Juez –dijo Thiago–, eso de metida no es una cargada, es la pura verdad.
—¡Idiota! –le gritó Luna entre las risas de los otros.
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Ángeles Caidos Del Mapa
FanfictionCuatro adolescentes compañeros de séptimo grado. Un día, aburridos en la clase de Geografía, deciden escaparse y esconderse en el sótano de la escuela, donde transitarán distintas aventuras, momentos de romanticismo, diversión y peleas