Capitulo 13: Vamos a Casarlos

61 10 7
                                    

Simon y Mar se dieron la mano. Esto es como en los cuentos, pensó Mar, viene un hada y hace que los sueños se hagan realidad. Y se imaginó vestida de novia, de la mano de Simón, mientras todos la aplaudían.

En realidad, los que aplaudían eran Valeria y Thiago divertidísimos con la idea de casarlos, mientras buscaban en el sótano trapos viejos para disfrazar a los novios.

Luna había quedado asomada al teatro de títeres como un muñeco abandonado. Todavía tenía la carta rota apretada en la mano. No entendía por qué hoy todo le salía mal. En vez de lograr que Mar pasara un papelón, había hecho que se metiera con Simón. ¡Bah! ¿A ella qué le importaba? Simon era un tarado. Flacucho y con anteojos. Nunca le había gustado, ni siquiera para molestarse.
Si hubiera sido Thiago, era otra historia.

¡Ya está! Si podía amigarse con Thiago en el sótano, quizás, a lo mejor, después le daba bolilla.

Se acercó adonde estaba Thiago y le dijo:

—¿Querés que te ayude?

—No, salí.

No iba a ser fácil.

—Thi… –insistió Luna– lo estuve pensando y no voy a contar nada.

—Gracias, che –le dijo Thiago– vos sí que sos copada. ¡Más bien que no vas a contar nada, porque si contás, te revientan a vos también!

—No voy a contar nada porque no quiero perjudicarlos– le dijo Luna.

—¿Y qué me vas a pedir a cambio?– preguntó Thiago sin dejar de buscar.

—Ser del grupo de ustedes– dijo Luna.

—Eso ni lo sueñes, nena.

Luna le dio una patada al cajón que revolvía Thiago y se alejó. ¡Idiota! ¿Quién se creía que era ese tarado? Ella había ido a hacer las paces, pero si querían guerra, iban a tener guerra.
Luna veía cómo los chicos corrían de un lado a otro, revolviéndolo todo para buscar ropa o algo que se le pareciera. El juego del casamiento le parecía una estupidez, cosa de nenes de primero. ¿Para eso habían venido al sótano? ¿Para hacer una pavada que podían haber hecho en cualquier lado?

Lo que Luna no sabía era que eso de casarse en el sótano ni era una pavada ni podía ser hecha en cualquier lado.
Solo ahí, fuera del mapa de Tina, Mar se había animado a escribir esa carta. Solo ahí, donde nadie pudiera encontrarla, donde nadie pudiera retarla, donde los ojos de su mamá y de su papá no llegaban.
Y solo ahí, lejos de las miradas burlonas, de las cargadas, amparado por su amigo, Simón se había atrevido a ver a Mar y a darle un beso. Ahí en el sótano, Mar no era una “tontita” y Simón no era un “aparato”: ahí en el sótano Mar y Simón eran MAR Y SIMÓN con mayúscula y adentro de un corazón de tiza.

Valeria, que si de ropa y disfraces se trataba siempre tenía buen ojo, ya había encontrado el traje de novia.
Le puso a Mar una alfombra horriblemente sucia y apolillada alrededor de la cintura y se la ató con una soga: ya tenía vestido largo. Una sábana vieja, con manchas de pintura celeste y gris que seguramente había cubierto algún escritorio cuando pintaron la escuela, le sirvió de tul para la cabeza, también atado con una soga en la frente.
Mar parecía un árabe después de atravesar el desierto en medio de una tormenta de arena. Cuando caminaba despedía una nube de polvo sucio. En la mano llevaba un bollo de papel crepé desteñido, tan gris como el resto de su vestuario.
Con el mismo papel, Valeria se había armado unos collares, y tenía la escarapela que antes había encontrado Luna, puesta de sombrero.

El pobre novio tuvo menos suerte. No había nada que pudiera parecerse a un traje. Tuvo que conformarse con una corbata de papel que se enganchó a la remera (y que se le caía todo el tiempo) y un gorrito de granadero que encontró tirado y abollado, pero que, al menos, estaba sano.

Ángeles Caidos Del MapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora