Capitulo 6: El Sotano

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La luz terminó con la pelea.

—¡Fah! ¡Esto está lleno de cosas! –dijo Thiago, y se abalanzó sobre unas cajas, un poco para ver qué tenían adentro y otro poco para que las chicas no le siguieran pegando.

Simon había quedado del otro lado de una montaña de cachivaches apilados. Más allá, donde no daba la luz, el sótano seguía y podían ver sombras de objetos. Pero ninguno se animó a ir.
Con lo que tenían adelante podían entretenerse una semana. Cajas y cajones con carpetas amarillas cubiertas de tierra y telas de araña. Las de abajo, bien apiladitas, las de arriba, tiradas así nomás y bastante revueltas. Restos de cartulinas sin color que en algún momento otros chicos como ellos habían dibujado: aparatos digestivos, germinaciones, llanuras pampeanas y gallinas con pollitos. Mapas gastados y ajados donde el mar y la tierra se confundían en un gris sin relieves. Escarapelas blancas, que alguna vez habían acompañado un 25 de Mayo. Bancos con otras historias, ya sin patas o sin tablas. Sillas de alguna Dirección anterior. Un tocadiscos al que todavía se le escapaban las estrofas de Aurora. Una pila de discos de pasta. Más cajas. Más papeles con historias atadas con piolín. Un inodoro roto. Guirnaldas sin brillo de viejas fiestas. Los restos de un micrófono.

Los chicos iban de una cosa a la otra, más mirando que tocando, porque no era cuestión de entrar en confianza con las telas de araña así porque sí. De pronto una lechuza apareció gritando por la ventana chueca de un teatro de títeres destartalado. Las chicas también gritaron y cayeron sobre una pila de carpetas. Y Thiago se volvió a reír. Había encontrado a la pobre lechuza embalsamada y sin patas en una caja.

—No se asusten, amiguitos –dijo Thiago con voz ronca de lechuza–, soy el espíritu del sótano.

—¡Sos un tarado! –le gritó Vale sacudiéndose la tierra del delantal.

—Serás castigada por el espíritu del sótano… ¡UAHHH! –amenazó Thiago con voz de terror, saliendo de atrás del teatrito, lechuza en mano, para abalanzarse sobre Valeria.

—¡Sacá ese bicho inmundo! –gritaba Vale mientras corría perseguida por Thiago y la lechuza–. ¡Salí! ¡Qué asco!

—Busquemos a ver si hay más –propuso Simon que no quería quedarse afuera del juego.

—¿Para qué usarían este lugar? –preguntó Mar.

La pregunta les quitó el buen humor.

—Acá encerraban a los presos y dejaban que se los comieran las ratas –le contestó Simon guiñándole un ojo a Thiago.

—¡Uy! ¡No empiecen otra vez con eso! –les pidió Valeria.

—En serio –dijo Simon muy serio–. Yo lo escuché a Jasper decir que la escuela estaba llena de túneles y de sótanos que usaban para esconderse.

—¿Quiénes? –preguntó Mar.

—Qué sé yo quiénes –se rió Simon–. Hace como cien años.

—¿Y todavía puede quedar algún esqueleto? –insistió Mar.

—Nena, ¿te parece que en cien años no barrieron nunca? –le dijo Thiago mientas acariciaba su lechuza.

A Mar no le pareció gracioso. Historias de aparecidos y desaparecidos se le mezclaban en la cabeza. Cuentos de espíritus que venían a vengarse de los vivos.         Historias que había escuchado de gente a la que la venían a buscar a su casa y se la llevaban no se sabía adónde, ni quiénes, pero que no volvían nunca más.

—A lo mejor este lugar lo usaban para esconder a los desaparecidos –sugirió con la voz temblando.

—¡Ay, nena! No digas pavadas –le contestó Thiago. Mar era un genio para arruinarlo todo.

Ángeles Caidos Del MapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora