VIII: Un monstruo invisible

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—Daniel Mitchell... —repetía Jason, tratando de imitar la entonación de su nuevo amigo.

—Así es —respondió el chico rubio que caminaba delante de ellos con un brillo intrigante en sus ojos—. Y estoy recopilando los mayores misterios de este pequeño pueblo. Ya he investigado algunos, y sé que aquí hay algo más... algo grande.

«Habla mucho», pensó Samantha, mientras observaba a Daniel con escepticismo. —Dijiste que nos ayudarías —intervino con su habitual tono gruñón.

—Oh, lo haré —dijo Daniel, volteando a verlos con una sonrisa misteriosa—. Pero, por supuesto, ustedes también me ayudarán a mí. Después de todo, tres cabezas piensan mejor que una.

Jason y Samantha se miraron el uno al otro y se encogieron de hombros, resignados ante la peculiaridad de su nuevo compañero.

—Ahora mismo los estoy llevando a la morada de ese anciano.

—¿Por eso estamos cerca al puerto? —preguntó Jason, observando las casas poco coloridas y las estrechas calles adoquinadas a su alrededor.

—Exactamente —respondió Daniel, con un destello de emoción en sus ojos azules—. Y aquí entran ustedes...

Samantha, impaciente, lo interrumpió antes de que pudiera terminar. —Y aquí viene el truco, ¿verdad?

Daniel rió ligeramente, como si estuviera encantado por la astucia de Samantha. —No me atrevo a tocar esa puerta y pedirle una "entrevista", pero tal vez, ustedes sí. Parecen amigables —añadió, mirando primero a Jason y luego a Samantha—, al menos la mayoría de ustedes.

—Somos solo dos personas... —murmuró Samantha con sarcasmo, cruzándose de brazos.

—Hemos llegado. —Daniel se detuvo abruptamente, provocando que Jason y Samantha casi tropiecen con él—. ¿Quién será el valiente que tocará esa puerta? —preguntó, con una chispa de emoción.

Samantha, impaciente como siempre, no esperó más y atravesó el marchito jardín para tocar la dichosa puerta. Sus nudillos golpearon la madera en un ritmo constante.

Nada.

Tocó nuevamente.

Y así continuó, golpeando la puerta una y otra vez, hasta que finalmente lograron escuchar a alguien tras la puerta.

Un anciano, con el rostro surcado por las arrugas, abrió ligeramente la puerta para poder ver al insistente que molestaba su tranquilidad. A través de la pequeña brecha, pudo observar a los chicos con curiosidad. —¿Qué quieren? —preguntó con voz ronca y desconfiada.

—Buenas tardes, Sr. John Williams, ¿podemos... hablar con usted? Esto es importante —respondió Samantha, sin fingir amabilidad y mirándolo directamente a los ojos.

Aunque el anciano tardó en contestar, finalmente dijo—: ¿Y de qué quieren hablar?

—Del puente —dijo Samantha, sosteniendo la mirada del anciano.

—No tengo tiempo para esto. —El anciano se dispuso a cerrar la puerta en sus caras.

—Realmente necesitamos hablar con usted —insistió Samantha, empujando la puerta desde afuera para evitar que la cerrara.

Jason y Daniel se quedaron sin saber cómo intervenir, observando la tensión que crecía frente a ellos.

Detrás del anciano, las luces parpadearon, llamando su atención. Él devolvió la mirada hacia el pasillo, momentáneamente distraído.

El forcejeo se detuvo, y la puerta quedó entreabierta mientras él se quedaba mirando las luces parpadeantes con una expresión de reconocimiento en su rostro.

El puente de Hidden BayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora