01 domingo

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Tenía los ojos cerrados desde hacía rato, el silencio llevaba tantos minutos presente que ya se escuchaba estruendoso. Recostado sobre la curva interior de la bañera, comencé a deslizarme por la loza hasta cubrirme por completo de agua. El silencio dejó de ser airoso y se volvió sordo, procuré quedarme sumergido hasta que mis reflejos me sacaron del agua como resorte para tomar aire.

— Bert, ¿todo bien? — la voz de Gerard resonó a través de la puerta del baño, a la par en que sus nudillos golpeaban suavemente la madera, en un ademán por educación.

—Todo bien — alcé la voz, con la respiración agitada. Sentí el impulso de agregar que mentía vilmente, pero la rabia me dejaba trabada la mandíbula. Nada estaba bien, llevaba mucho tiempo sin estarlo.

Escuché los pasos de Gerard alejarse de la puerta, después volví a apretar los ojos y me sumergí por completo en la bañera, en otro ensayo para un suicidio imaginario.

— ¿Qué tanto hacías? — me preguntó Gerard, al verme entrar en la habitación, después de mi episodio en la bañera. Lo vi un segundo: estaba pintando.

—Me bañaba — dejé caer al suelo la toalla que tenía alrededor de la cintura y terminé por escabullirme debajo de las mantas de mi lado de la cama.

—Se oía agua tirándose. — No secundé su comentario. Me limité a estirarme para abrir el cajón del buró que había del otro lado de la cama, y saqué un botecito naranja. Leí con atención: MIRTAZAPINA. – ¿Qué estás haciendo?

—Estoy deprimido. —abrí el bote y eché tres pastillas en la palma de mi mano. Gerard dejó a un lado su paleta y su pincel, pero antes de que pudiera siquiera hacer el ademán de acercarse, me metí las pastillas en la boca y las mastiqué para tragarlas todas. El sabor amargo del sedante me inundó toda la boca, sentí un vuelco en el estómago. Gerard me vio con cansancio, suspiró y volvió a tomar la paleta y el pincel.

—No puedes tomarte así mis antidepresivos — se inclinó sobre su caballete, para dar una pincelada en su lienzo. En ese momento sentí más asco de verlo que de tener la boca llena de saliva amarga. —Si se enteran que no me están durando las pastillas me las van a suspender. — Después de varios segundos en silencio, volteó a verme. Yo aún seguía tragando saliva para quitarme lo amargo de la boca, y las ganas de vomitar. La mirada de Gerard cambió, en uno de esos instantes en donde parecía acordarse que aún me tenía cariño. — ¿Por qué no tomas terapia también?, me empiezas a preocupar.

Me levanté de la cama y escupí en el bote de basura que había de mi lado del colchón. Volteé a ver a Gerard, sin decir nada al respecto, durante al menos veinte segundos.

—Bert...

—No voy a tomar terapia — lo interrumpí. Ahí de pie, desnudo como estaba, yo mismo me daba asco, también me repugnaba el hecho de que Gerard me viera. Me había acostumbrado tanto a hablar con su espalda que encontrarme con sus ojos verdes me hacía desear masticar todas las pastillas de su bote de una vez.

—Como quieras — suspiró, volviendo la atención al lienzo. Sentí un escozor urgente en los ojos, mi vista se quedó fija en su espalda, en su cabello negro. Me di la vuelta y caminé al armario para buscar algún pantalón de pijama; de ser por mí me hubiera quedado desnudo el resto del día. Después de ponerme el pantalón volví a la cama, me subí con movimientos de caracol, por debajo de las mantas, hasta volver a quedar hecho un capullo.

Me hubiera aliviado ir a la cocina a buscar algo de beber para quitarme el sabor de las pastillas, pero los domingos Frank visitaba el departamento desde el mediodía, y lo que menos necesitaba era oírlo decir que debían anexarme de nuevo. Ya bastante iba a ser el hecho de oír su voz entre sueños cuando entrara al cuarto, y sabía que iban a pasar la tarde ahí mismo, a los pies de la cama, porque cuando Gerard se ponía a pintar era difícil que se moviera de lugar durante todo el día.

— ¿Hoy tampoco vas a salir?, — su voz volvió a atravesar el silencio de la habitación. Incluso con los ojos cerrados, el ardor seguía palpitando debajo de mis párpados.

—No.

Lo escuché suspirar. Le molestaba el hecho de que me quedara en el departamento, en el dormitorio, específicamente; pero él también podía mover su caballete a la sala, era una solución justa para ambos, pero tampoco sentí su peso abandonar la orilla del colchón.

desidia |gerbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora