Fue en el momento en que crucé del cuarto a la puerta de la entrada cuando Gerard se levantó para alcanzarme. Frank lo siguió recelosamente con la mirada, desde su lugar en el sofá. Gerard me tomó el atebrazo y me jaló fuera del departamento, hacia el pasillo del edificio.
— ¿A dónde vas? — Su agarre se mantuvo firme en mi muñeca. Pensé un momento: No había salido en los dos últimos días, a pesar de que le había dicho a Jepha que iba a hacerlo, ¿por qué estaba preguntándome a dónde iba? Chasqueé la lengua. Tal vez podía volver al cuarto y pasar ahí un día más... No. Ya no debía.
—Al parque.
—¿A qué?, ¿se te acabaron las pastillas?— Sabía que Frank estaba escuchando atentamente. Yo nunca cuestionaba a Gerard.
—A ver al perro rayado. —Respondí. —Su dueño y yo nos llevamos bien.— Confesé. Por un momento maldije mi sinceridad. Era muy difícil pensar en mentiras cuando mi cerebro estaba acostumbrado a no pensar. Gerard me vio con mucha molestia, y yo pensé entonces de nuevo en Frank, y en lo cerca que estaría de la puerta para poder escuchar.
—Dijiste que nunca le habías hablado.— Me sentí incómodo, pensé en lo mala persona que me convertía el hecho de mentirle a mi pareja. A mí me dolía que Gerard mintiera para irse con Frank.
—Somos amigos — respondí. Dos pastillas me daban lo suficiente para no sentirme enfermo, pero no servían para inhibir mis emociones. Me comenzó a entrar un nerviosismo profundo.
— Tú no tienes amigos, no me mientas. — Comencé a arrepentirme de haber escuchado a Jeph, luego me arrepentí de no mentirle a Gerard. Me arrepentí de ambas cosas, y luego de ninguna.
Me zafé con brusquedad de su agarre y volví a adentrarme en el departamento. Aunque no volteé a verlo, distinguí la silueta de Frank a un lado de la entrada, la pasé de largo hasta el cuarto de baño.
— ¿Por qué no respondes? ¿Qué te traes con ese tipo? — Escuché la voz de Gerard adentrarse también en el departamento. No contesté, abrí el gabinete y vertí dos pastillas en la palma de mi mano, pero antes de tomarlas me recordé que Jeph parecía preocuparse por mí, así que regresé las dos pastillas lo más rápido que pude y luego guardé el bote. Volví mis pasos, y casi tropiezo con Gerard a mitad de camino a la sala. — ¿A qué vas? — me reclamó. Yo solté un jadeo, sin poder evitarlo.
—Jepha y yo no nos traemos nada — mascullé, con el rostro colorado. —Es mi amigo. ¡Es estúpido que sintiéndome como me siento se me ocurriera hacerte lo mismo que tú me haces a mí! — El tono de mi voz se subió solo. Tal vez debía quedarme y tomar las dos pastillas que faltaban.
Gerard cambió su expresión en ese momento. Fue entonces que recordé que hacía mucho que no le gritaba, y muchísimo más desde que no me sinceraba. Imaginé a Frank, parado a un lado de la entrada. Gerard me veía con extrañeza. Tuve que bajar rápidamente la mirada al piso.
—Voy y vuelvo, me está ayudando a leer Los Dublinenses —respondí, en forma de justificación. Hubo un momento de silencio.
—No vuelvas tarde. — Fue lo único que contestó. Asentí con la cabeza sin dudarlo. Luego me abrí camino a la entrada del departamento, y Gerard se hizo a un lado para dejarme pasar.
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—Ya estaba pensando en volver a buscarte a tu casa — fue lo primero que me dijo Jepha, cuando me aparecí frente a su puerta. Caminé dentro con pasos torpes e inseguros.
Jepharee cerró la puerta detrás de mí. Ziggy se acercó con un ladrido y moviendo la cola. Me dejé caer de rodillas para poder acariciarlo. Jepha caminó de largo hasta su sofá y se sentó. Enfrente de él, sobre la mesita de centro, tenía varias hojas de sketch regadas.