11 viernes

48 7 5
                                    

Me despertó el sudor. Quise incorporarme, pero la cabeza me dio vueltas y los escalofríos jalaron de mis tendones dolorosamente, hecho que me hizo volver a recostarme en el sofá. Una luz azulada se filtraba por los ventanales de la sala, serían las cinco o seis de la mañana. Cerré los ojos un momento y luego volví a incorporarme. De nuevo sentí los músculos retraerse y el dolor de cabeza, pero de igual modo seguí moviéndome. Me levanté, a la par en que sentía que la boca se me llenaba de saliva.

Caminé directamente al baño. Los muros se movían. Al prender la luz me sentí atolondrado un momento, pero de todas formas me esforcé por llegar al gabinete. Cuando abrí la puertecilla, los escalofríos se esfumaron como por arte de magia. Tomé uno de los frasquitos naranjas y vertí dos pastillas en mi mano. Las tragué con el agua del lavabo. Luego me enjuagué la cara. Tenía la leve impresión de que había visto a Mikey, el hermano de Gerard, antes en el día, pero también podía haberlo soñado. 

Después de secarme el rostro caminé hacia el cuarto. Si Gerard estaba acostado de lado, de frente a la pared, podía recostarme junto y pegarme a su espalda para sentir su calor; sin embargo, al entrar en la habitación, vi mi lugar de la cama ocupado. Gerard sí estaba durmiendo de lado, de frente a la pared, pero detrás de él no había espacio para que yo pudiera dormir junto, pues Frank tenía su brazo recargado en la cintura de Gerard, y los dos parecían demasiado dormidos como para hacerme un lugar. Me acerqué un poco, no porque quisiera, sino porque la luz de esa hora no me permitía definir bien sus cuerpos entre las sábanas. Ya cerca, me quedé viendo el brazo tatuado de Frank, luego observé el hombro desnudo de Gerard, y no pude evitar pensar en si ambos estarían usando ropa interior o no. En ese momento, Gerard se removió para acomodarse la sábana, por lo que volví a alejarme hasta la puerta. Muchas veces había imaginado el día en que ellos me descubrirían descubriéndolos, pero siempre que se me presentaba la oportunidad, yo hacía lo posible para que no notaran mi presencia. Sabía cómo me hacían sentir, pero no sabía cómo ponerlo en palabras.

Salí de la habitación con más nauseas que con las que había entrado. Caminé a la cocina porque era el único lugar en donde teníamos un reloj analógico. Eran pasadas las seis. Pronto Gerard y Frank tendrían que levantarse para ir al colegio, así que me quedaban unos veinte minutos de desasosiego. Volví al baño y tomé dos pastillas más, para que cuando ellos despertaran me vieran dormido. 

▪︎

Cuando comencé a sentir pesado el estómago, me maldije por no haber tomado una o dos pastillas de Alprazolam antes de salir del departamento. Por otro lado, no me podía culpar; había salido de ahí apenas si desperté de mi sueño tóxico. No quería toparme a Frank ya más, y tampoco sentía ánimos de ver a Gerard. Lo único nítido de toda mi confusión era la imagen de ambos acostados, dormidos, acurrucados en nuestra cama. Me sentía dolido. Tenía ganas de echarme a llorar en televisión nacional. Desperté solo en el departamento y salí a esconderme en una banca del parque para no toparme a Gerard (o Frank) cuando volviera de la universidad. Además, era viernes. 

Por el color del cielo, deduje que serían pasadas las cinco cuando vi a Jepharee acercarse por el sendero del parque, paseando a Ziggy. Como empezaba a sentir escalofríos, pensé en sólo saludarlo con un gesto de mano cuando pasara frente a mí, pero, tomando en cuenta en que las ganas de vomitar mi tristeza estaban ahogándome, junté las manos sobre mi regazo y me dispuse a hablarle:

—Jeph. — Su nombre salió de mi boca como una especie de graznido. Tenía tantas emociones encima que sólo podía sentir las manos sudorosas y la espalda fría. Sentía nauseas. 

desidia |gerbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora