Vertí con cierta impaciencia el contenido del botecito naranja sobre la palma de mi mano, pero sólo una solitaria pastilla salió del bote. Sentí una repentina frustración. Tiré el botecito vacío al bote de basura y eché la pastilla en mi boca; la tragué con un chorro de agua del lavabo. Después me eché agua en la cara y me vi en el espejo del baño. Me veía muy cansado. Me pregunté si Jepharee lo habría notado... Volví a abrir el gabinete del baño, como esperando que apareciera otro botecito, pero sólo me encontré con una caja de aspirinas. En ese momento, Gerard entró en el baño, se acercó y volteó a ver el bote de basura.
— ¿Te las tomaste todas?— Cerré el gabinete y lo vi devolverme la mirada a través del espejo.
—Me tomé una —las palabras me salieron atropelladas. Gerard traía puesta sólo una toalla en la cintura.
—Son mías, — me vio molesto— yo las necesito. — Me dio la impresión de que me hablaba muy grosero. — Te las acabaste, otra vez. — Su tono de voz se volvió aún más hostil. —Y ahora, ¿qué le voy a decir a mi terapeuta?
—Frank...
— ¿Frank qué? — Me interrumpió, abruptamente.
—Estuvo... ayer. — Bajé la mirada. Mis oraciones sólo podían salir fragmentadas, en un intento por volver a situarme en el mundo real. Después de llegar del parque, lo único que había hecho era pensar entre nubes: encerrado en mi última vivencia, me la había pasado repitiendo en mi cabeza la pequeña plática que había tenido con Jepharee, en la extraña forma que tenía para hablar.
El ruido de la regadera encendida me sacó de mi ensimismamiento. Me vi a través del espejo y noté que Gerard había desaparecido, así que volteé en dirección a la ducha y distinguí su silueta del otro lado del cristal. Recordé el helado de fresa que Jepha me había comprado. Giré el cuerpo y abrí la puerta del baño.
— ¿A dónde vas?— La voz de Gerard me causó un sobresalto. Él nunca me preguntaba a dónde iba.
—No sé. — Me quedé viendo la perilla de la puerta, mientras prestaba atención al sonido del agua corriendo, dentro de la regadera. Hubo un silencio que me pareció muy prolongado.
—Espérame. —Su voz flotó junto con el vapor que comenzaba a llenar el baño.
—Sí. —Sentí una especie de nudo en la garganta.
Salí para sentarme en la sala y esperarlo hasta que acabara. Desde mi encuentro del viernes que había llegado al departamento para consumir de a varias pastillas juntas y sin espacio para el sentimiento de sobriedad. El fin era no generar importancia ante la imagen de Frank y Gerard acostados en nuestra cama, que parecía quedarse estática, como una proyección, en el fondo de mi mente. Sin embargo, con una pastilla encima nada más, imaginar mi plática con Jepha por encima de aquella nefasta imagen parecía imposible. Sentía mucha saliva en la boca, pero no tenía nauseas.
—Vámonos. —Alcé la vista. Me sentía disperso, con muchas ganas de romperme a llorar. Gerard estaba de pie, vestía una camiseta negra, de David Bowie, y un pantalón ajustado. Frank era muy afortunado.
Salimos del departamento, en dirección al parque. Sería medio día, tal vez. Como yo veía hacia abajo mientras caminábamos, me di cuenta de que mis pasos lidereaban la dirección de nuestro camino. Gerard volvió a tomar mi mano como aquella vez del café, y seguimos andando en silencio. A diferencia de ese día, mi cabeza estaba llena de pensamientos lúcidos, por lo que sólo podía sentir ganas de alejar el agarre.
— ¿Quieres un helado?— Preguntó Gerard.
—No.
— ¿No? — Sacudí la cabeza:
—Sí. — Alcé la vista del asfalto para disculparme con la mirada, pero antes de poder enfocarlo, logré distinguir la figura borrosa de Jepharee, que se acercaba por la acera, junto a una mujer que traía lentes oscuros.
—Hola. — Dijo Jepha, y alzó una mano, dándome a entender que se iría de largo.
—Hola. — Contesté. Al pasar junto a nosotros, noté que la mujer era mayor, y que no se tomaban de las manos. La señora le preguntó algo que no alcancé a escuchar.
—Un amigo, — respondió Jepha, y terminaron de alejarse.
—¿Y ese? — La voz de Gerard volvió a desviarme la atención. Seguíamos tomados de las manos. Volteé a verlo con gesto distraído, mientras me preguntaba dónde se habría quedado Ziggy.
—Tiene un perro rayado. — Gerard frunció las cejas, sin dejar de verme fijamente. Se veía enfurruñado y siempre me hacía sentir ansioso cuando se le ocurría verme de ese modo.
•
Vi salir a Gerard del edificio en donde tomaba terapia. Ya había anochecido. Lo observé caminar hacia el auto, traía las manos metidas en los bolsillos de su sudadera, y en contraste con toda su vestimenta negra, se veía pálido. Me gustaba mucho. Gerard abrió la puerta de copiloto y se sentó antes de tenderme un frasco naranja. Lo abrí enseguida, pues ya sentía cortado el cuerpo, pero al ver que el bote estaba medio vacío volteé a ver a Gerard nuevamente.
— ¿Por qué te dio tan pocas?
—Tómate de a dos — contestó él, mientras sacaba la cajetilla de cigarros de la guantera. Gerard sólo fumaba si estaba muy ansioso.
— ¿Qué pasó? —me atreví a preguntar. El frasco parecía arder en mis manos. Gerard no me contestó hasta que hubo terminado de encender su cigarrillo.
—Le dije a mi terapeuta que tú te acabaste las pastillas — vio por la ventana del auto. Tuve la impresión de que quería que me fuera. —Y me dio más para que no te den síntomas de abstinencia, pero con la condición de que entres a sesión conmigo el martes.
—Oh. —Murmuré, y mi respuesta no debió gustarle, porque volteó a verme con mucho odio.