08 domingo

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Seguí a la mosca con detenimiento. La vi volar un momento y volver a posarse sobre la mesa, después caminó un tramo y se detuvo para frotar sus patitas, antes de repetir la secuencia de nuevo: volar un instante, posarse sobre la mesa, caminar, frotar las patitas y volver a volar.

—Voy a cambiar de posición. 

—Dame diez segundos.

Escuché las voces de Frank y Gerard a medias, era mejor ver a la mosca. Solté un pequeño suspiro, recargando los codos en la mesa. La mosca salió volando, la perdí rapidamente de vista. Oculté el rostro entre mis brazos, con la cara de frente a la madera de la mesa. Escuché el carbón trazando sobre el papel, mientras Gerard esbozaba el cuerpo de Frank. Se suponía que ellos estaban en la sala, pero la mesa del comedor estaba justo a un par de metros, por lo que asumir la división de espacios era patético. La realidad era que estábamos los tres en un mismo lugar: Frank desnudo en la sala, posando para Gerard, y yo sentado en el comedor, con mi ropa interior y la playera de Gerard puesta. Siendo que ya eran casi las tres de la tarde, me pregunté si la vinatería estaría abierta. Comenzaba a sentir dolor de cabeza. 

—Alza un poco más tu brazo derecho.

— ¿Así?, ¿o así? 

No supe por qué, pero ambos soltaron una risita. Ya no estaban enojados. No sabía ni cómo, pero ahí estaban, como si nada hubiera pasado. Me levanté de la mesa y caminé hacia donde estaban ellos. Al verme dejaron de comunicarse sin hablar, y el ambiente se tensó como quien estira una liga de hule.

— ¿Qué pasó? —preguntó Gerard, con un tono como de urgencia. Miré a Frank, no pude evitarlo: se había sentado sobre una silla, no parecía tener la intención de cubrirse, porque tenía las piernas estiradas, y colocaba un cigarrillo en sus labios con mucha naturalidad. Volví a ver a Gerard, me veía medio ansioso porque me apurara a hablar.

— ¿Y tus pastillas?, — mi pregunta pareció incomodarlo un montón. Sentí la mirada de Frank encima. Esperé un par de segundos la respuesta, pero no iba a decirme. Pensé en que entonces podíamos sacar a Frank del departamento, era lo justo. — ¿En serio no me vas a decir? —Insistí. Tenía ganas de vomitar.

—Oye, Bert —Frank me llamó con voz firme. Volteé a verlo: seguía sentado con las piernas estiradas, esta vez sosteniendo un cigarrillo encendido. —Tengo una botella de bourbon en la cajuela de mi coche, las llaves están en mi chamarra.— Señaló hacia un sillón de la sala con la mano que sostenía el cigarro. Quise declinar su invitación, no quería dejarlos solos, pero tenía muy seca la garganta.

Gerard tampoco agregó nada, se limitó a vernos a Frank y a mí por intervalos. Sentí muchas ganas de pegarle, o de torcerle la mano con la que sostenía el carboncillo. Esta vez fui yo quien los vio por intervalos: Gerard estaba mudo, Frank sólo molesto. Tuve la impresión de que me querían fuera del apartamento cuanto antes. Sin decir nada, caminé hacia nuestra recámara. Mientras cerraba la puerta los escuché retomar la conversación, aunque ahora parecían hablar de otra cosa. Sentí que el pecho se me acalambraba. Luego me puse un pants que estaba tirado en el suelo, y un par de tenis sucios. Me dolía mucho la cabeza.

Volví con ellos arrastrando los pies. Mientras me acercaba, escuché mi nombre una o dos veces, pero no alcancé a entender lo demás. Al llegar a la sala, Frank seguía fumando en la silla, en tanto que Gerard acomodaba sus carboncillos. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que Gerard me había dibujado. Volvieron a guardar silencio en cuanto me vieron. Metí la mano en la chamarra de Frank y extraje sus llaves.

—Cierras bien las puertas — comentó Frank. Gerard dejó de acomodar los carboncillos y me vio. Sentí que los ojos comenzaban a arderme. De repente, el dolor del pecho sobrepasó el dolor de cabeza, Gerard lo notó, estaba casi seguro de ello, pero en vez de comentar algo, simplemente volvió la vista a los carboncillos. Las lágrimas se me acumularon tan rápido que me vi obligado a no parpadear para que no se derramaran.

— ¿Me dices la hora? —cuando pregunté, sentí mucha vergüenza de que la voz me saliera temblando. Sin verme, Gerard tomó su celular de la mesita de centro y prendió la pantalla.

—Las tres y veinte —volvió a bloquear el celular y siguió sin verme. Tuve que parpadear, haciendo que un par de lágrimas botaran en el acto. Tenía muchas ganas de gritar. Como sabía que hablar ya no iba a salirme bien, simplemente caminé fuera del departamento. Para cuando llegué al elevador, las lágrimas resbalaban por mis mejillas como dos riachuelos diminutos. Por un momento incluso consideré en aprovechar la ocasión para conducir el auto de Frank y chocarlo, pero eso no iba a cambiar nada.

Terminé abriendo el coche sólo para sacar la botella de whiskey. No quería subir de vuelta al departamento, por lo que me limité a caminar al lobby y dejarle encargadas las llaves al portero, para que se las diera a Frank cuando saliera. Después ya no supe qué más hacer. Salí del edificio y caminé en dirección al parque. Cuando encontré un buen lugar abrí la botella, pero, antes de poder beber de ella, pensé en que Gerard y Frank iban a quedarse todo el resto del día solos, y no se me ocurrió nada mejor que ponerme a llorar.

desidia |gerbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora