09 lunes

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Recordaba haber vagado por las calles en alguna hora de la noche, sin embargo, había despertado nuevamente en el parque. Aunque la cabeza me pulsaba, me levanté del suelo y fui a sentarme en una banca, a un lado del sendero de transeúntes. Recargué mis codos en mis rodillas, y mi frente en mis manos, tratando de apretar el agarre para aminorar el dolor de cabeza. Tenía muchas nauseas, me dolía el cuerpo y me lastimaban los sentimientos. No quería volver al departamento porque sabía que Gerard no iba a estar ahí; era el equivalente a volver a una realidad que poco a poco iba asfixiándome hasta morir.

—Hola. 

Levanté la mirada con desconcierto, mi vista difusa se posó sobre el que enseguida reconocí como el dueño del perro rayado: tenía puesto un beanie azul marino, y los piercings de sus labios resaltaban mucho con la luz de la mañana.

—Es que te vi pasándola pesado y, pues, te traje un café. 

Me tendió un vaso de cartón blanco con marrón, tenía escrita la palabra "Americano" en el cartón marrón, con plumón rosa. El dueño del perro me veía con una sonrisa casi imperceptible. Parecía un hombre feliz. Sin entender aún porqué, me enderecé en mi lugar para tomar el vaso.

—Gracias —, medio murmuré. Detrás del dueño estaba el perro rayado, frotándose contra un puñado de flores que crecían en el césped.

—También traje azúcar, digo, yo no sé —medio soltó una risita, extrayendo varios sobres de azúcar de sus bolsillos.

—Gracias — esta vez sonreí, repentinamente divertido. Un extraño me estaba regalando un café. Dejé el vaso a un lado mío para tomar y abrir tres sobres de azúcar de los varios que me había dado. Le vi las manos, tenía tatuados hasta los dedos. Desvíe la mirada a su rostro. Él también parecía algo divertido. — ¿Cómo se llama tu perro?— pregunté, vertiendo el azúcar en el vaso de café.

—Ziggy— dijo, dándome la impresión de que había estado esperando a que le preguntara. Asentí con la cabeza, pensando en si debía pedirle que tomara asiento. — ¿Tú cómo te llamas? —Ahí me di cuenta de que había metido las manos de nuevo en los bolsillos de su pants.

—Rob... bert, — hice una mueca— Bert. —El dueño de Ziggy me vio con una sonrisa escondida. Luego se balanceó con los pies hacia adelante.

—Jepharee — y luego hacia atrás.  —Jepha. — Aunque me seguía taladrando el dolor de cabeza, le sonreí. 

—Gracias otra vez por el café. 

—Oh, no te preocupes — me vio igual de sonriente. —Aunque tal vez hubiera sido mejor traerte unas aspirinas, con la cruda siempre es buena una aspirina. ¿Quieres ir por unas? — Sacó una mano de su bolsillo e hizo una señal en dirección a la salida del parque. Por el color del cielo imaginé que serían como las ocho de la mañana.

—Con el café está bien, no te preocupes— contesté, sólo por educación. Las aspirinas no iban a hacerme, de todos modos. 

—Está bien, pero que quede claro que yo me ofrecí — comentó, con un tono muy natural. Sonreí leve. —Bueno, voy a volver con Ziggy.

—Gracias otra vez. —Él hizo un gesto de exagerada modestia.

—Para, ya, me halagas —, sin notarlo, solté una risita. Él se rió también, a la par en que alzaba una mano para despedirse. Apreté el vaso de café en mis manos.

— Jepha —lo llamé, él se detuvo antes de irse. — ¿Tienes un cigarro? —Lo vi relajar todo el cuerpo.

— ¿Ves?, yo sabía que podía hacer algo más por ti — mientras él sacaba una cajetilla de cigarros del bolsillo de su sudadera, vi a Ziggy acercarse a su dueño, se parecía  mucho a un perro salvaje. Jepha se acercó a mí para ofrecerme el pitillo. Dejé el café a un lado y tomé el cigarro, viendo el rostro de Jepha. Después de sujetar el cigarrillo, Jepha me tendió su encendedor con la otra mano. 

—Gracias — volví a decir, inclinándome sobre el encendedor para prender el pitillo.

—¿Te quedaste a dormir en el parque? —preguntó Jepha, después de prender mi cigarro. Lo vi guardar la cajetilla y el endendedor de vuelta a sus bolsillos.

—No tengo ni idea.— Boté el humo de mi pitillo; era Winston. Jepharee soltó una risita. Su reacción me dejó extrañado.

—Supongo que pasa. — Ziggy se acercó a mí en ese momento, le acaricié la cabeza con la mano que tenía libre. Los ojos del perro eran oscuros. Decidí ver de nuevo el rostro de Jepha.

—¿Tú crees que tengo un problema? — Le pregunté, sin poder evitarlo. Imaginé que Jepha no esperaba ese tipo de comentarios, porque lo vi apretar los labios. A lo mejor mi pregunta lo había incomodado y deseaba irse. —Nada, olvídalo. — Me apresuré a tomar el vaso de café para levantarme e irme yo primero, pero Jepha me respondió en ese momento:

—No puedo saber qué tipo de problema tienes porque no te conozco — explicó, —pero sí me parece que lo tienes. — Me vio levantarme, sin detenerme. —¿Lo tienes? — Me detuve a verlo un momento. Ya de pie, pude ver su rostro con más detalle: tenía los ojos color miel, y expansiones en los oídos. 

—Sí. — Contesté. Él también me veía a los ojos. Me sentí extraño, no estaba acostumbrado a que me vieran tan fijamente.

— ¿Vives aquí en el parque? —, su pregunta me hizo soltar otra risita, sin que yo me lo propusiera. 

—No. Vivo cerca de aquí. — Me pregunté cuál sería su apellido, y cuántos años tendría.

—Yo también —me vio con empatía. —Vivo justo en ese edificio de allá — señaló detrás de mí, me giré por instinto; se refería a un edificio de dos plantas, color rojo. —Si necesitas ayuda con tu problema, me puedes buscar ahí,  — volví mi vista a su cara, — o aquí en el parque, vengo todos los lunes por la mañana, — me vio a los ojos,– y los miércoles y viernes en la tarde, pero sólo es para sacar a Ziggy a pasear un ratito — rió un poco apenado. — También me encuentras los sábados, desde temprano, paso más tiempo aquí de lo que debería. — No quería irme, me divertía su forma de hablar, pero tuve que sonreírle y asentir con la cabeza, haciendo el ademán de que iba a alejarme.

—Gracias.

—Adiós, Bert.

—Adiós, Jepha —vi al perro rayado,— adiós Ziggy. —Ya avanzando para alejarme, volví  la atención a Jepharee. —El café americano me gusta mucho. —Jepha sonrió, mientras yo seguía yéndome a pasitos.

—Fue una corazonada —se encogió de hombros. Volví a dedicarle una sonrisa más. Tenía mucho tiempo que yo no sonreía tantas veces seguidas. Luego, sin que me apeteciera la idea, terminé de darme la vuelta y caminé fuera del parque.

desidia |gerbert Donde viven las historias. Descúbrelo ahora