8 Jason

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Miré de reojo a Carolina. En ese momento, empezó a darme miedo la lista de deseos que mi cerebro creaba para ella. Cuando la miraba a los ojos, mientras ella me untaba mis labios de helado, sabía que la tenía que besar... Sus ojos me lo suplicaban. Es cierto que había miedo en su mirada, pero también vi el anhelo; así que me agarré a ese anhelo que yo tanto deseaba.

Mis manos sostenían su cabeza con fuerza mientras mis dedos se mezclaban con su pelo. Vi que ella había tragado saliva y que se lamía los labios, nerviosa. Tomó una bocanada de aire y aproveché esa respiración para hacerla también mía. No pensé: solo quise respirar ese aire que ella tanto necesitaba. Cerré los ojos y la besé. Sí, la besé sin pensar. Ni siquiera tenía claro qué estaba haciendo, solo necesitaba ese aire suyo... Y ese aire fue el que me condenó. Sus palabras me decían que parara, pero para mí eran como un bálsamo...

Por un segundo, mi mente se permitió desnudarla y llevarla fuera de esa plaza llena de gente. Solo podía pensar en la suavidad de su boca mezclada con el sabor del helado... Hasta que de repente, un torrente eléctrico trepó por toda mi espalda, y que finalmente pude apartarme y mirarla fijamente: entonces, encontré algo diferente en ella; y también diferente en mí.

No volvimos a hablar del tema y nos adentramos en las calles de Barcelona. Dejé de pensar en ese maravilloso beso cuando su mano dejó de tener fuerza, cuando el único que agarraba su mano era yo. Su mano estaba inmóvil encima de la mía; supongo que no la soltaba del todo por impotencia, yo qué sé... En todo caso, me molestaba que ella no sostuviera la mía.

Ella no lo sabía, pero no era verdad que quería que me diera su mano solo para protegerla; bueno, una parte sí era cierta, pero la verdad... La verdad era que adoraba su piel fina y sus dedos entrelazados con los míos. Y que quería que para ella fuera una costumbre darme la mano sin que yo se la pidiera. Tuve la sensación de que, sin saberlo, había entrado en un camino lleno de sorpresas y que ahora me tocaba viajar.

La verdad es que la primera vez que la vi tirada en el suelo ya supe que era ella: sería la chica que tendría las llaves de mi casa, la que compartiría mi armario y no dejaría espacio para mis cosas... Y en el fondo no me importaba, porque adoraba su mirada de socorro y sus palabras de "soy la mujer más fuerte del mundo y yo puedo sola". Esas palabras la delataban. No era lo que decía explícitamente, era justamente lo que no decía que me producía más curiosidad sobre ella. A veces las palabras que decimos son vacías, porque el vacío suele ser mejor que el dolor.

Recuerdo que tiré el helado con cierto enfado: no estaba cabreado con ella, estaba cabreado conmigo mismo. ¡Por el amor de Dios, Jason! Carolina era menor de edad y yo solo estaba pensando en hacerle todas esas perversiones. Solo pensaba en meterle la polla hasta el fondo de su coño para hacerle gritar mi nombre. Quería darle azotes en cada nalga y dejarle mis dedos marcados, mi mano entera. Quería verla sacar su lengua y que se comportara como una auténtica guarra conmigo...

—¿Por qué tiras el helado? Aún quedaba... –dijo decepcionada.

—Estaba todo derretido y creí que era mejor tirarlo.

—Vale –bajó la mirada hacia sus pies.

Carolina se limitó a sonreír. Era una sonrisa conforme, de desagrado. Tragué saliva, inseguro. Sacudí la cabeza. Sabía que no era el momento adecuado para negociar, pero necesitaba su apoyo:

—Esta noche tendré que irme sobre las doce y volveré tarde. Si no he vuelto antes del almuerzo, ¿podrás decirle a Abu que he ido a por el pan?

Tomó aliento. Suspiró y me miró como si aún la estuviera decepcionando más:

—¿Puedo saber adónde vas? –me preguntó en un susurro, como si le diera miedo la respuesta.

—Tengo cosas pendientes...

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