9-Carolina

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Nota de la autora:

El dolor puede mostrarte el camino, pero puedes no estar preparado para aguantar todo el dolor solamente para encontrar el camino.

—¿Qué te ha pasado, Carolina? –me preguntó.

Noté que sus dedos acariciaban cada una de mis cicatrices, pero no yo no podía abrir los ojos... Me aterraba descubrir que su mirada estaba clavada en la mía. ¿Cómo le explicaba que en el fondo de mi corazón hacía lo que hacía por placer? Bueno... Al principio no, pero había llegado a un punto en el que cuanto más me cortaba la piel, más me gustaba y más lo disfrutaba. Fue así hasta que un día me di cuenta de que no le tenía miedo a la muerte, porque estaba viviendo en ella; y eso fue lo que realmente me asustó.

Abrí los ojos e inspiré una bocanada de aire. En su mirada no se reflejaba miedo, sino desesperación por entender lo que estaba pasando en su casa... En su habitación. En su vida. Y eso me aterraba aún más. No quería que me echara de casa a patadas. No quería que le contara a Abu, a Alex o a Matt que una loca que se cortaba la piel vivía bajo su techo. En definitiva, no quería irme de allí.

Dios, ayúdame. Por favor... Ayúdame.

—No quiero que me eches de aquí, Jason...

Tenía ganas de llorar, pero las lágrimas no me salían. Mi alma conservaba esa tristeza enfermiza, esa tristeza con la que una no puede sentirse peor.

—¿Qué? ¿Qué dices? Yo... Yo nunca haría eso –dijo mientras acercaba su cuerpo hacia el mío y acunaba mi cara en sus manos–. Si piensas eso... Entonces no me conoces.

Su mirada penetró mis ojos... Era esa mirada de color azul cielo que hacía que me cuestionara mis propios principios, pero que también me hacía sentir segura. Mi cuerpo temblaba bajo su cuerpo. Tenía un nudo en la garganta que se mezclaba entre miedo y dolor. Sus dedos acariciaban suavemente la línea de mi espalda: arriba y abajo, abajo y arriba. Y aun sabiendo que solo llevaba un sujetador, agradecía el tacto de mi piel junto a la suya.

Le miré. Repasé las facciones de su cara, los detalles de su mirada; y eso me calmó la angustia que sobresalía de mi piel. Sabía que tenía que hablar, y lo quería hacer. Lo haría. Muy pronto. Pero antes le miré. Le miré porque necesitaba que me sostuviera en ese momento:

—Me dijiste que, si le traía problemas a Abu, me echarías... –dije con un sollozo que salía de mi garganta–. Y no puedo irme de aquí. Necesito una familia, Jason.

Jason seguía acariciándome la espalda.

—Y la tienes, Carolina –me dijo acercando sus labios hacia los míos, tanto que solo podía respirar su aliento–. La tienes.

Sus palabras fueron la primera sutura para mi corazón... El saber que podía tener una familia, un hogar, un refugio. Eso para mí era lo mejor del mundo.

Todo lo que recordaba de la vida era junto a la soledad. La gente habla mucho de soledad, pero yo la había vivido desde cada vocal hasta cada consonante. Por eso, nadie podía saber tan bien qué era estar sola de verdad: se trata de no tener a nadie. A nadie, literalmente: ni padre, ni madre, ni hermanos, ni amigos... Tal como se escribe y suena la palabra soledad; así de triste era mi mundo.

Jason se separó de mí por unos instantes. No pude suportar la falta de su tacto sobre mi piel... En el fondo de mi ser, me dio miedo que pudiera crear una necesidad que luego se transformara en vacío. En ese momento, vi que cogía mi cama y la juntaba con la suya.

—¿Qué haces? –pregunté nerviosa.

—Dormirás conmigo –afirmó.

Recuerdo ese momento como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Me temblaba todo, tenía mucho miedo. Miedo de hablar más de la cuenta, y miedo de que él pensara que a su lado tenía a una loca. Pero creo que lo que más miedo me daba era quererle hasta el punto de que no me importara hacerme daño a mí.

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