Carolina sabía a fresas y olía a lavanda recién cogida; en definitiva, olía y sabía a todo lo que siempre había anhelado. Mientras le pasaba los dedos por los brazos, acariciándola con las yemas de los dedos, sentí que estar con ella, desnudos en esa cama, era como estar en mi propio hogar. Deslicé mis manos por detrás de su cintura para acercarla más hacia mí. Me gustaba sentir los latidos de su corazón encima de mi pecho. Imaginaba y deseaba que latieran por mí...
Noté los dedos de Carol recorriendo mi pecho. Tenía los ojos cerrados, pero una sonrisa pícara se dibujaba entre sus labios. Estaba despierta. Cuando quiso bajar más las manos hacia mi entrepierna, la sujeté y la frené:
—Jason... –suspiró mientras buscaba mi mirada.
Carol respiraba inquieta. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, pude ver vulnerabilidad. Una sonrisa triste se formó en mis labios. Tenía miedo de su respuesta, pero finalmente me lancé a hacerle la pregunta:
—¿Qué pasa? –hice una pausa–. ¿Es que ayer te hice daño? –pregunté con una voz quebrada.
Bajé las sábanas un poco y mis ojos exploraron su cuerpo... Deseé dar marcha atrás en el tiempo y no marcarle la piel de esa manera tan brusca. Sus pechos estaban enrojecidos por mis besos, y tenía marcas de mis dedos en su cadera. No sé qué coño me pasaba por la cabeza, pero hubo momentos en que el deseo gobernaba mi mente y me volvía loco con ella... Intenté ser gentil, pero sus gemidos, sus movimientos, y sus súplicas me hicieron crecer las ganas de dejarle mi rastro en la piel.
—No... No tiene nada que ver con lo que hicimos ayer.
Intenté acariciar sus cicatrices, pero ella me detuvo:
—Jason, por favor.
Arrugué mis cejas. Cogí su rostro con ambas manos y la miré.
—No debería incomodarte que las acaricie. Son una parte de ti –suspiré–. Y no hay nada de ti que no me guste; ya te lo dije, pequeña.
—Yo...
Carolina se dejó caer de espaldas a la cama. En esa posición, podía ver sus preciosos pechos.
—Tú... ¿Qué, pequeña? –le pregunté, asustado.
—Tengo miedo de que ella venga a buscarme, Jason... –volvió a buscar mi mirada de nuevo–. Tengo mucho miedo de que esto se acabe, que ella me encuentre y que me separe de ti y de todos vosotros.
Las lágrimas inundaron sus ojos y se deslizaron por sus mejillas. Sentí el miedo en cada centímetro de su cuerpo. Mi pecho se estremecía con cada sollozo de ella: con su dolor, sus lágrimas, su tristeza y todas esas emociones que Carol reprimía dentro; todas aquellas emociones que la destruían poco a poco. Cerró los ojos con fuerza y apretó los labios. Empezó a clavarse las uñas en su antebrazo inconscientemente, y entendí que los recuerdos le estaban superando. Se estaba conteniendo... Se negaba a sentir y aceptar el dolor de su alma porque de alguna forma u otra eso la destruía. Tenía que sacarla de su propia mente.
—Eh... Pequeña, mírame. Confía en mí.
Mis manos bajaron hacia su brazo. Le separé la mano de las cicatrices y lo sustituí por mis caricias. Tracé pequeños círculos en la primera cicatriz, la más profunda.
—Aún recuerdo la sensación del cristal penetrando en mi piel, como un placer que florecía en mis peores momentos. Es esa parte de mí, que con tanto desespero necesito olvidar y no puedo, Jason...
Sus palabras me hicieron arrugar las cejas y apretar los dientes con rabia.
—Nadie volverá a hacerte daño. Me aseguraré de eso, pequeña...
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Volver a Nacer
RomansCarolina huye de sí misma y del mundo que le rodea; así es como termina viviendo en unos de los barrios más peligrosos de Barcelona: el barrio del Raval. En medio de este huracán, conocerá a Jasón Brown. Un joven atractivo de ojos azules que la cond...