46: Confidencia entre mujeres

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—Ay Barbs, ¡Resultó un maldito! —se quejó amargamente Patricia, apenas y las puertas del privado en el restaurante se cerraron. Eran las únicas comensales en esa área.

—Muy bueno para ser verdad, ¿No? ¡Te lo dije! Es un lobo vestido de oveja...¿Qué hizo? —los ojos pardos de Urdapilleta se encendieron del enfado, recordando las evidencias que su amiga le mostró con anterioridad teniendo la sospecha de una infidelidad—. ¿Regresó con la ex?

—¡Sí! Se excusó que no podía evitarlo y que después del 19 de septiembre consideró que su hija había vuelto a nacer y que tenía la obligación de darle la familia que merecía. La mamá de su hija le dijo que si, zorra, y míralos ahora. Yo bien gracias. —la voz de la joven se oyó al borde del llanto.

Bárbara tomó de su copa de vino para no estallar en comentarios, reconocía que por el ánimo de la situación sus palabras se excedían. Le parecía una estupidez que un hombre utilizase el terremoto como pretexto.

—No vuelvo a salir con papás. —agregó la jovencita.

«Y yo que no puedo dejarlos. » —pensó en Rafael e incluso en Eduardo con el que todavía estaba distanciada. —Si bueno, tienen lo suyo. —dijo en voz alta.

—No, son unos de hijos de puta mentirosos que aún se cogen a la ex mientras juran y perjuran que te aman.

—Por eso no puedes tomártelos en serio. Son cosa de un rato. —respondió, sintiéndose mentirosa y doble moral. Podía caerle un rayo como castigo, casi lo sentía.

La preciosa rubia hizo un berrinche.

—Mierda, y yo que creí que terminaríamos casados. Así de pendeja fuí, Barbs. —dijo bebiéndose su copa casi  por completo. Bárbara hizo ademán de querer detenerla pero era tarde.

—Pato, no es para tanto. Así como él, hay un buen y de donde escoger. Eres hermosa, soltera. Ellos están para pedirte que los voltees a ver y no al revés, grábate eso.

Por primera vez en la tarde la hija del actual secretario de la defensa nacional, sonrió brillante.

—¿Sabes? Me están dando ganas de ir al tarot de Coyoacán, ¿A tí no?

—Carajo, sigues acordándote de esa superchería. —suspiró.

—Necesito verla, a ver que me da como solución. —apremió la muchacha.

No deseaba admitirlo pero las palabras de aquella mujer todavía le daban vueltas en la cabeza. Un hombre peligroso rondándola, que pretendía alejarla de todo con egoísmo. Evitó asociar mentalmente al autor de los mensajes extraños con aquella tontería, porque creía con seguridad que se trataba de Rafael en uno de sus juegos retorcidos. Sintió la vejiga llena y se incorporó de la silla con urgencia.

—Voy al baño, ya vuelvo. —le hizo saber a Patricia que veía en la carta su siguiente bebida.

—Te pediré algo, algo ligerito. —dio en respuesta la más joven.

Bárbara negó, caminando hacia la puerta, le tranquilizaba lo despreocupada que era su amiga, nada que ver consigo misma.

Cuando cumplió las necesidades de su vejiga retocó su aspecto frente al espejo, en un instante se topó con la imagen vívida de Yolanda Güizar, que recientemente se adentró al servicio. La cantante la reconoció enseguida con una sorpresa correspondida.

—¡Tú! Eres la mujer que estaba en la hacienda de los Lizarde aquella tarde, ese día en el que el maldito de Káiser se pasó de bestia conmigo.

—No es lugar ni momento como para que hablemos de eso. —le advirtió Bárbara, no la conocía pero Yolanda era lo más cercano a una gallina de pelea, si es que existía un ave que tuviera ese papel. —Cuida tus palabras y tu vida.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora