29: Palabras incorrectas

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Se sorprendía de lo alcahueta que podía ser.

Las mujeres más jóvenes parecían ejercer un magnetismo intenso que la hacía seguirlas, así fuese para malcriarlas. Estaba mal, se jactaba de ser la adulta responsable y madura.
Irene, Adelaida y Patricia...la peor de todas. Le dedicó su media mañana como parte de la tarde, en compensación por no frecuentarla las últimas semanas debido a la carga laboral, sus problemas familiares y el posgrado que se esforzaba en mantener a flote.

Esa tarde a su mejor amiga se le ocurrió jugar al detective privado, investigando al hombre que le gustaba. Corría un rumor intenso sobre el, Patricia deseaba comprobarlo por si misma. Bárbara hubiese preferido hablarlo en algún club exclusivo de la ciudad y no sentada en el asiento copiloto del jeep perteneciente a la socialité. El vínculo que las unía era tan fuerte al punto de sacrificar su comodidad y preferencias por un rato.

Recargó la cabeza contra el respaldo del asiento. Sabía que permanecerían por largo tiempo, hasta que la chica de ojos gatunos se sintiese satisfecha.

—Tricia, y de ser cierto...¿Seguirías enamorada de él? —preguntó.—Qué sea padre producto de un desliz en la adolescencia no es malo. Al contrario, si quieres una relación futura y seria con familia incluida te ayudará a darte cuenta como es.

La vio fruncir los labios, sin corresponder su mirada. Tenía años conociéndola y el gesto era disgusto puro. Patricia se definía como el tipo de mujer que no concebía ser la segunda en la vida de nadie.

Percibía una cierta decepción por no ser la primera mujer que le daría un hijo a Pablo y entonces supo que vivía en un mundo idealizado, rosa. No la juzgaba, en la cuna de oro las familias de abolengo tenían una conceptualización conservadora sobre lo que debía ser y no ser.

Lo vieron. A unos cuantos vehículos de distancia se bajó un hombre joven a traje, que guardaba gran parecido al hijo mayor de la ya fallecida princesa Diana, el príncipe William. Confirmando así las sospechas de Patricia.

—Te lo dije, aprovecha sus horas libres para verlo. —comentó, siguiendo los pasos de su objetivo con la mirada, obsesa.

—¡Patricia! Vamos...—quiso hacerla entrar en razón. —¿Cuál es tu enojo? ¿El niño o que no te haya revelado que es papá?

La muchacha apretó los labios, infantil. Su amiga tenía razón.

—Para nada es el niño, —dejó en claro. — lo que me duele es que no confíe en mí.

Intentó ser empática. También sintió la misma decepción cuando Rafael se casó y dejó que se enterara en el momento. No podía ser tan dura, Patricia era incluso más sensible que ella.
Con una mano le revolvió los rizos dorados y bien definidos. En respuesta recargó la cabeza sobre su hombro.

—Hey, no está mal. Pueden hablarlo, quizá no está listo o tiene miedo. —suavizó su voz. —Recuerda de donde vienen, sus familias no se toman a la ligera el tener un hijo antes de tiempo.—sonrió. En el fondo daba gracias de no haber pertenecido a la clase alta desde su nacimiento. —¿Cuantas cosas no se guardan ustedes? ¿Ah?

—Como que mi primera vez fue con Román, mi guardaespaldas. —un rubor se posó en las mejillas de la joven. —A los quince años.

—Si tu padre supiera lo destruía.—comentó, recargando el brazo sobre el respaldo de la portezuela. Los rayos del sol acaloraban su piel.

—Ni lo menciones. Le tengo mucho cariño, se que siendo guardia presidencial su vida es mucho mejor.

—Dime que no lo sigues tratando.

—¡No! —negó ella en una risita, sus bucles se movieron temblorosos. —Ni tiempo tiene el pobre.

Bárbara la miró con suspicacia. Entre gitanas no se leían la mano. Bueno, Patricia aún era inocente y bien portada si se comparaban.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora