27: Ha vuelto

1K 97 14
                                    

Amaba estar en Guadalajara, la bella joya del Bajío en la que le tocó nacer. Pero por primera vez en varios años la Ciudad de México era sinónimo de felicidad de acuerdo a su conceptualización personal.

Apenas puso un pie frente al complejo departamental en Polanco, donde tenía una de sus estancias en la ciudad sintió un torrente de electricidad recorrerla de pies a cabeza. Se adentró al recinto, usando el elevador para ahorrar tiempo hacia el penthouse, no podía esperar, su ansiedad la sobrepasaba al punto de temblar.

El jugoso pago de unos cuantos millones de pesos le permitió ser dueña de la magnífica planta, vanguardista en decoración y distribución de espacios. La opinión e influencia de Daniel contribuyó a la adquisición, ya que en el pasado ambos tenían la idea de vivir ahí, juntos, apenas concluyera sus estudios en Suiza. Jamás sucedió. Supo cómo persuadirlo y cambiar los planes, por ende pocas veces hacia uso del inmueble, salvo para sus encuentros íntimos en los que figuraban Eduardo o el propio empresario. A Rafael en cambio no le caía en gracia, las rutas de escape le parecían complicadas y en consecuencia rara vez aceptaba verla ahí, salvo que su calentura lo dominara.

Manipuló la puerta y así entrar, sintiendo el corazón latir fuerte, casi desbocado.

A la distancia escuchó una bella voz entonada, cantando. Dejó el bolso de mano en un mueble, asegurando la entrada y se adentró aún más en el interior de su poco frecuentado hogar. El canto se hacía más nítido y fuerte conforme se acercaba. La voz privilegiada salía de su propia habitación, donde encontró ropa y artículos de belleza regados por todas partes.
Se permitió reprochar mentalmente a la persona causante del desorden, dándose cuenta de lo distintas que eran en ese aspecto.

Con cuidado de no ponerla en alerta caminó de puntitas hasta la sala de baño y le dio la sorpresa.

—¡Chaparra! —chilló emocionada, siendo presa de la intensidad con la que demostraba sus sentimientos.

En la tina se hallaba una jovencita que le recordaba a su ya fallecida madre, con un ligero bronceado en la tez, casi distintivo de tierras californianas. A su lado sentía que era tan pálida como una cuija. Tenía un rostro muy bonito que le recordaba a las muñecas de la niñez, las mismas que ambas compartieron en juegos y un magnífico cabello castaño, teñido, ya que no veía rastro de la tonalidad azabache con la que la niña nació. Se notaba que la adolescente se esforzó en cubrir sus rasgos hereditarios, cosa que ella no hizo jamás y lo cual sin querer le proporcionó encanto ante el sexo masculino.

Irene gritó de la emoción y se incorporó enseguida a pesar de estar su cuerpo cubierto de espuma. Bárbara rompió la distancia y la abrazó, importándole poco que su perfecto atuendo se estropease. Tenía a la persona que más quería en todo el mundo finalmente a su lado.

—Te eché mucho de menos, Barbacoa. —le dijo al oído, sujeta al cuerpo de la mayor para no resbalar.

—Y yo, desde que nos separamos. —sonrió.

—¿Por qué no entras conmigo? No nos bañamos juntas desde que éramos niñas. ¿Recuerdas? Nos gustaba mucho.

Bárbara se percató de la humedad jabonosa sobre su piel y decidió darle gusto.

—Tienes razón.

Irene se soltó y con cuidado volvió al agua. La mujer se desvistió ante la curiosa mirada de su hermana quien admiraba con curiosidad su cuerpo semidesnudo.

—¡Guau! —exclamó Irene, encantada. —¿Te has hecho algo? —recostó la cabeza en el borde redondeado de la tina. —Tienes un cuerpo de ensueño.

—No. —comenzó a desabrocharse el sostén, dejando sus senos en libertad. Luego se bajó las bragas, puso la lencería en un rincón. —Me gusta como es mi cuerpo al natural, estoy satisfecha, por eso no me he metido mano. Todo es ejercicio y una buena alimentación. —explicó. —Aunque luego hay quienes insisten en hacerme romper la dieta. —recordó la cena con su marino, días atrás.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora