34: Una llamada bastará

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Cuando las camionetas aparcaron en la hacienda Torres-Lizarde ya había oscurecido. Por primera vez en buena parte del día pudo respirar tranquila, estar en la magnífica edificación que databa desde antes de la revolución era sinónimo de seguridad. Parte del anillo se reflejaba armado hasta los dientes que fue quedándose disperso en los alrededores.

Solo Evangelina y Parchís las acompañaron a una de las principales salas de todo el lugar, donde escuchaba el conjunto de risas graves, acompañadas de una única voz femenina que a Bárbara no le pasó desapercibida.

Al verlos confirmó su sospecha. Había una menuda morena tumbada boca arriba, en el mueble más largo, recostaba la cabeza sobre el muslo derecho de Rodrigo y su torso en la mullida superficie delimitaba la distancia entre el hombre y su hermano mayor, César, que acariciaba desinteresado las delicadas y atractivas piernas femeninas asomadas en el diminuto vestido que portaba.

La mesa de centro atestada de varios tipos de licores, manjares dignos de un banquete refinado con un trío de pistolas separaban a Rafael de los tres, sentado en solitario frente a ellos. Verlo apartado de Ariana le tranquilizó en medio del rechazo que le producía la chica.

—Buenas noches. —saludó con seriedad, pronto fue objeto de atención.

—¡Bárbara! Gusto en verte. —apremió César, sonriendo.

El mayor de los hermanos se incorporó recibiéndola con un beso corto en los labios y a Irene que abrazó con familiaridad, a pesar de tener años sin saludarse. El recibimiento de Rafael hacia las Urdapilleta provocó que Ariana cerrase los ojos, su mohín de desagrado fue evidente. Bárbara la ignoró saludando desde su distancia al par de hermanos.

—¿Quién es la chica? —Rodrigo señaló con un movimiento de barbilla, mirando a Irene.

El contacto visual del hombre cohibió a la adolescente, que profirió una risita involuntaria antes de presentarse. Con timidez aferró sus manos al asa del bolso donde cargaba a Daisy, que asomaba la cabeza.

—Soy Irene Urdapilleta. —titubeó.—Mucho gusto.

—Bienvenida, siéntete como en tu casa. —le dijo el, cálido en su tono de voz.

—Gracias.

—¿Quieren quedarse aquí con nosotros? La estamos pasando muy bien. —preguntó Rodrigo, invitándolas.

Ariana abrió los ojos de golpe, atenta. La idea que ellas convivieran con los Torres-Lizarde le revolvía el estómago. Reparó en Irene, en lo diferente que lucía respecto a su hermana mayor, sin embargo poseía encanto y belleza propia.

—No, —contestó Bárbara. — al menos yo no. —primero por la antipatía que le provocaba y segundo: la serie de acontecimientos, el ajetreo y la presión mezclada con temor de ser agredida le despertó un punzante dolor de cabeza. Si bebía estaba segura que le cobraría factura en su organismo. —No se si Irene quiera. Tengo que hablar con Fayo.

Las hermanas se miraron. Irene a su vez lo hizo con los de Rafael, escuchando la pequeña protesta de Daisy en su bolso.

—Tengo responsabilidades. —señaló a la cachorra en respuesta. —Me gustaría alimentarla.

—Supongo que deben de estar cansadas. —interrumpió César el principio de conversación. —Evangelina, llévalas a relajarse. Checa que doña Pilar y Trinidad les consigan lo que pidan.

—Si señor. —acató la aludida.

—Tenemos que hablar. —le susurró Bárbara a Rafael al oído. La cercanía de ambos indignó a Ariana que ya estaba advertida por este, haciendo que Bárbara le dedicase una sonrisita triunfante.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora