11: Sí, acepto

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Cerró los ojos buscando calmar la sensación de vértigo. Si bien estar sobrevolando sabrá dios cuantos metros sobre el mar no era nada del otro mundo, la idea de no tener los pies sobre tierra firme la tenía nerviosa. Del otro lado del pasillo estaba Laura, sentada con su porte genial leyendo lo que parecía ser una revista en inglés. Esta la miraba cada rato, cuidando de que todo fuese bien.

—¿Qué te pasa? —preguntó fijando su mirar en la chica.

—Nada, solo es la primera vez que subo a un jet. —explicó Bárbara abriendo los ojos. —Lo siento un poco diferente a viajar en un avión comercial.

—Pues a cómo va tu vida los vuelos en jet serán momento corriente en tu presente y futuro. —volvió su atención a la publicación.

—¿Qué?

Hora de los misterios. Laura parecía gustar de dejarla con la duda, siempre sabía de más, pero decía poco.

—Lo sabrás a su debido tiempo. —contestó. —Yo que tu aprovecharía estos minutos aquí arriba, ya que cuando aterricemos tus únicos momentos de tranquilidad los tendrás hasta caer la noche o la madrugada. Quién sabe.

—¿Me acostaré con alguien en la fiesta?

—Probablemente.

—¿Ya me va a decir a donde estamos yendo?

—No. Deja de ser curiosa. —respondió con fastidio. —A veces es mejor quedarse con la duda, Bárbara.

Vencida recostó la cabeza sobre el respaldo del asiento. Obtener información de su jefa era como pedirle a un tempano de hielo que fuese cálido, la mujer a pesar de los meses que llevaban juntas se negaba a darle voto de confianza. Volvió a cerrar los ojos y prefirió rememorar lo sucedido la noche anterior en su departamento con Daniel, quien extendió la velada y su periodo de estudio a una sesión placentera en todo sentido. El solo recordar su tacto sobre su piel la estaba haciendo entrar en calor, así que lo recomendable para si era calmarse y bajarse por sí sola su entusiasmo de tono colorado.

Media hora más tarde se encontraban en tierra firme, la pista de aterrizaje parecía ser privada, ya que no se veían otros jets varios metros a la redonda. La joven dio un vistazo a su reloj de pulsera y entendió el porqué de tanto calor. Las dos de la tarde en punto, con un hermoso y ardiente sol en lo más alto del cielo despejado.

—¿Me ha traído al infierno? Este sitio es abrasador, no corre siquiera una brisa. —resopló Bárbara, caminando junto a su jefa para abordar la camioneta que las estaba esperando. Unas guaruras las seguían con su equipaje.

Laura rió con ganas, acomodándose mejor sus lentes oscuros. Su pupila le parecía ocurrente en ocasiones.

—Es muy buena tu comparación, querida. Se de una persona a la cual también le hará gracia tu comentario. —comentó después de reír.

—Digo la verdad, pareciera que estuviéramos en pleno desierto. —tuvo precaución al momento de subir al vehículo debido a que traía zapatillas ligeramente más altas de lo normal.

—A todo te acostumbras. Los climas calurosos son deliciosos cuando te aclimatas. —respondió sentándose a su lado.

—Si usted lo dice.

No demoraron en ponerse en marcha. Bárbara sabiendo que Laura continuaría con su misterio se empeñó en tratar de descubrir hacia donde se dirigían. A la carretera de doble sentido por la que transitaban la flanqueaban grandes porciones de tierra desprovistas de utilidad aparente y uno que otro negocio típico destinado a recibir traileros. Nada parecía darle pistas de donde estaba y buscar en el navegador de su teléfono no era opción ya que no tenía señal.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora