15: Cizaña de una esposa celosa

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No podía, simplemente no podía quitarse de la cabeza el incidente con Gustavo la noche anterior. Afortunadamente no paso a mayores como para tornarse una situación traumática, pero sí que había logrado incomodarla. Buscaba por todos los medios deshacerse de la escena violenta que insistía en reproducirse una y otra vez en su mente. Un método de distracción era el pequeño Diego, que por las altas temperaturas que reinaban en Sinaloa le insistió en acompañarlo a nadar a la alberca, una de sus actividades favoritas. Buena elección el haber echado el bikini a su maleta en Guadalajara.

Sin perder el tiempo se divertían. El niño se había convertido en su placebo y ella muy agradecida le decía si a cada una de las ocurrencias del menor, por supuesto, siendo la adulta y cuidando de que no corriera peligro o se metiera en problemas que al parecer eran moneda corriente en el pequeño. Pasarse una pelota a modo de voleibol los mantenía distraídos en medio de risas y gritos, propiciando de vez en cuando que Amalia Carolina se asomase casualmente ya que quería cerciorarse que su marido no se encontraba recreándose la vista con la chica. Bárbara se percató de las intenciones de la rubia y muy cínicamente le sonreía, ganándose miradas de odio por parte de esta.

—Qué chismosa es esa pelos de elote, a cada rato se asoma para ver que hacemos. —confió Diego quejándose mientras chapoteaba en el agua.

Bendita inocencia, sonrió. Por su escasa edad Diego no podía percatarse de lo que ella sí.

—Tu descuida, cariño. —le dijo en un tono conciliador, dándole un pase con la pelota. —debe estar muy aburrida.

Obvio no, buscaba a Rafael. Probablemente temía que su casto y ejemplar esposo estuviese siendo engatusado por una chica de dieciocho años, pobrecito. Le divertía la idea de imaginarse a Calígula en un mundo paralelo como puro e inocente mientras que ella era la devoradora de hombres encargada de pervertirlo y llevarlo por el mal camino hasta el grado de faltarle al respeto a sus recientes votos matrimoniales. Amalia Carolina se retiró después de unos segundos, sin olvidar dejarle claro a Bárbara que estaría cerca.

—Muy linda tu madrastra, le preocupas. —agregó con ironía. Diego le devolvió el pase.

—Es muy aburrida. —hizo un mohín.

La joven sintió la garganta seca, llevaban rato considerable a los gritos y con el calor que reinaba a mediodía necesitaba hidratarse. Hundió aún más su cuerpo en el agua, a modo de no sentir calor, moviendo sus piernas para mantenerse a flote.

—Diego —captó su atención, este la miró. — ¿No quieres tomar nada? Hace mucho calor, bebé. Hemos estado jugando por mucho tiempo.

El pequeño asintió, dejando el inflable con el que jugaban para salir de la alberca. Bárbara cuidó que saliera con precaución para que no fuese a resbalar con el piso húmedo y ya con el niño fuera de la alberca salió, yendo hacia el bar donde los esperaba una jarra de limonada con hielo, sirviendo vasos para ambos. El heredero la siguió obediente y bebió desesperado apenas tuvo el vaso en sus manos.

Mientras este reposaba buscó toallas para que pudieran secarse. A lo lejos vio acercarse al dueño de la inmensa propiedad por medio de una de las veredas que comunicaban los distintos lugares de la hacienda, y supo que, al estar presente Rafael, Amalia regresaría a marcar territorio como la buena esposa que intentaba ser.

Diego dejó la limonada y corrió a los brazos de su padre a quien no le importó que estuviera empapado y lo cargo mientras atendía una llamada vía teléfono satelital al mismo tiempo, con su niño en el brazo izquierdo y el móvil aprensado entre la oreja y el hombro en su lado derecho.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora