18: La otra familia

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Varios meses después...

Tener la majestuosa vista del malecón en Puerto Vallarta a primera hora de la mañana no la complacía para nada. Ya no era el paisaje maravilloso e hipnotizante que la fascinó cuando adolescente. El motivo que la tenía sentada frente al gran ventanal con vista al mar le había quitado la belleza digna de uno de los destinos turísticos más reconocidos del occidente mexicano, para ella, claro.

Con dificultad terminó su cóctel de frutas y el vaso de agua que eligió para concluir su desayuno, se encontraba nerviosa. Año y medio sin verlo, por supuesto que tenían mucho que decirse, aunque el reencuentro parecía emotivo intuía que distaría de serlo.

Se venía una avalancha de drama combinada con reproches proveniente de ambas partes. El restaurante del hotel aguardaba semivacio así que no le fue difícil pagar su consumo y esperar. Al paso de los minutos algunos huéspedes madrugadores comenzaron a hacerse notar, haciéndola impacientarse por la llegada.

La voz masculina de un joven la sacó de sus preocupaciones. El recién llegado le sonreía ataviado en un clásico uniforme de camuflaje en tonos verdosos, propio de la marina armada. 

—¿Eres quien creo que eres? —inquirió el hombre con un deje de curiosidad en la voz.

Lo miró extrañada, el hombre le daba una impresión familiar pero desconocía de dónde. No le fue indiferente su buen parecido, tenía un rostro juvenil que le daba un aire relajado contrastando con creces su atuendo.

—Te me haces conocido, pero no doy con el lugar ni la situación. —le dijo, tratando de recordar quien era.

—Yo si, te llevabas muy bien con mi primo Fabián. Fueron juntos a la secundaría. De vez en cuándo el te llevaba a la casa.

El nombre de aquel chico fue como un chispazo directo a sus recuerdos. Fabián fue su primer novio a los trece años, solo que por lo estricto que era su padre se veía obligada a tenerlo en el estatus de «manita sudada» para que no sospecharan en casa. Con el adolescente conoció por vez primera que eran las relaciones amorosas, la fascinación de tener a alguien con quien compartir más allá de una amistad. Pero como toda relación inmadura propia de la edad llegó a su fin un año después de haber comenzado. El tiempo pasó y cada uno hizo sus vidas por separado. Lo último que supo de Fabián fue que se mudó a Ciudad Juárez luego de acabar su educación secundaría. Intuía que pronto sabría que fue de su amor de antaño.

Entrecerró los ojos, riendo un tanto avergonzada de no poder decir el nombre del primo mayor.

—¿Cómo es que te llamas? Discúlpame, soy pésima recordando rostros y nombres. —se excusó apenada por no ser tan atenta.

—Eduardo Cisneros, mucho gusto. —un apretón de manos surgió entre ambos. Suave por parte de Bárbara y firme la suya.

—Bárbara Urdapilleta, igualmente. —en sus labios se dibujó una sonrisa sincera.

Su conversación pudo continuar de no ser por los compañeros del militar, quienes comenzaron a concentrarse a varías mesas de distancia. Se percataron sin mediar palabra, y supieron que el momento para platicar tocaba a su fin.

—¿Seguirás hospedada en el hotel? Podemos platicar más tarde.

Ella recordó su razón de estar y meditó la probabilidad, nada era seguro.

—Supongo. —se encogió de hombros. —Intercambiemos números si gustas, por cualquier cosa.

A Eduardo le pareció buena idea, la amiga de la adolescencia de su primo además de poseer belleza parecía simpática aunque oscilaba entre la timidez y la seriedad, deseaba conocerla mejor aprovechando su estancia en el paraíso portuario del Bajío. Dieron sus números de teléfono y se despidieron de beso en la mejilla, como si fueran cercanos.

Alguien que te quiereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora